Por Chiara Finocchiaro
Ilustraciones por @ladurito
En un mundo donde el avance tecnológico parece ser una constante de equilibrio, encontrar una salida a las problemáticas del ciberacoso se hace cada vez más necesario para poder vivenciar una vida sin violencias también en internet.
Si estás leyendo esto ahora y te gusta, quizás lo compartas con otra persona, y nosotras, las autoras, no nos enteremos nunca. Si dimos nuestro consentimiento para publicarlo y lanzarlo a Internet, obviamente está consensuado. De esta manera compartimos muchos contenidos, con nuestros amigues, compañeres de trabajo, novies y chongues. En un solo día se llegan a enviar alrededor de 65.000 millones de mensajes en todo el mundo solo a través de WhatsApp, indica Meta. Pero, ¿sabemos a dónde van a parar los mensajes? ¿Sabemos qué hacen las otras personas con el contenido que le enviamos? ¿Estamos segures de que quien está del otro lado de la pantalla, es quien realmente dice ser? ¿Tomamos noción de cuán expuestos estamos a diario en Internet?
Este espacio, nombrado desde siempre como símbolo de la libertad y la democratización, puede volverse fácilmente, un área sumamente hostil e insegura para feminidades y niñeces. El ejercicio de la violencia online es un problema que debería, desde hace tiempo, estar figurando entre los temas más importantes a tratar de la agenda pública. .
En esta nota nos vamos a tomar el trabajo de explicarte de la manera más clara posible, que lo virtual es real y no queda solo en la burbuja digital, para que tomes noción de las conductas que no son ni deben ser aceptadas para que te lleves algunas herramientas tanto de cuidado, como de comportamiento, y para hacer de este mundo virtual, un lugar más sano.
Ahora sí, voy a contarte una historia que en realidad engloba muchas otras, incluso muchas más de las que van a entrar acá. Porque si de algo nos hemos dado cuenta las feministas, es que cuando se trata de violencia, hablamos de un problema colectivo y general, que cobra víctimas individuales pero en realidad, es contra todas.
Era 2009, Facebook estaba llegando a su auge pero todavía subsistían otras plataformas, como MSN (el servicio de chat de Microsoft, que dejó de funcionar en 2013). También era la postfotolog era. Por aquel entonces, ya empezábamos a acostumbrarnos a publicar contenido de nuestras vidas cotidianas en algún sitio web. Victoria tenía 21 años y trabajaba como fotógrafa de bandas hardcore. Para tener un ingreso más, decidió meterse en una página que estaba de moda en ese momento, llamada “Suicide Girls”, donde se pagaba por sets de fotos eróticas temáticas y predominaban las chicas tatuadas. Al estilo de lo que hoy es OnlyFans, “la onda de la página era que te pagaban en base a cuántos suscriptores tuvieras, entonces, cuando subías tu set, la idea era promocionar tu usuario, así tenías más alcance y por ende, más suscriptores. Y aquellos que se suscribían, tenían acceso a los perfiles y a tu set de fotos”, cuenta.
La aventura duró muy poco. Después de subir su primer pack de fotos, a los días comenzó a lloverle una cantidad inesperada de mensajes. El ruido del famoso zumbido del MSN no paraba y la confusión era total, Victoria no entendía qué pasaba y por qué llegaban tantos mensajes con links hasta que decidió hacer click en uno, que la llevó hasta el Foro Argentino de Hardcore. “Aparecía una foto de mi set en el banner de portada del foro. Yo estaba en tetas. Mis fotos se habían viralizado sin mi consentimiento”, recuerda.
Se hizo la cabeza, pensando en si había sido el fotógrafo al que le había pagado por la sesión, pero no, no había sido él, sino lo que toda chica que cuelga fotos online teme de la poca ciberseguridad que puede ofrecer una plataforma: un suscriptor hizo screenshots de las fotos y las viralizó con varios varones del ambiente hardcore. Ella reclama: “No solo todos tenían mis fotos, sino que me tuve que dar de baja de la página y eso implicó que no pude ver un peso de todo eso”.
Victoria integra el 40% de mujeres mayores de 18 años alrededor del mundo que fue víctima directa de violencia digital, y del 57% que indicó haber sufrido un abuso o mal uso de sus videos o imágenes en Internet, según un estudio realizado en 2020 por la Unidad de Investigación de la revista The Economist. Su caso deja en evidencia la misoginia a la que está expuesta una chica en Internet y la impunidad con la que esto arremete directamente contra derechos humanos como la privacidad, la dignidad y la autonomía.
Pero los daños que puede provocar la violencia digital son altos: “Se me congeló la sangre, me paralicé, mi familia no sabía que yo vendía estas fotos, me sentí muy expuesta”, dice Victoria, y continúa al relatar que la pesadilla no había terminado ahí, sino que siguió cuando buscó su nombre en Google y se enteró de que en la página web “Poringa!” había un tipo que la buscaba y “pagaba lo que sea por saber dónde vivía, qué hacía, cuántos años tenía”. “Tuve mucho miedo por mucho tiempo. ¿Cómo le explicaba a mi mamá el motivo por el cual tenía miedo de salir de mi casa?”, señala.
“El miedo, la ansiedad, la pérdida de autoestima y la sensación de impotencia son muy reales y duraderas”, señalan desde la campaña Bodyright del Fondo de Población de las Naciones Unidas, que busca visibilizar esta problemática y denunciar que las plataformas no se responsabilizan por el contenido que circula en ellas. “Las empresas tecnológicas y los responsables políticos dan más valor y protección al copyright que a los derechos de los seres humanos en Internet”, señalan.
En esta misma línea se para Florencia Zerda, abogada feminista y parte de GENTIC, una organización que promueve el activismo contra la Ciberviolencia de género, quien considera que “las plataformas de redes sociales deberían dar respuestas a la violencia de género digital”, y añade: “Ellas son responsables de lo que sucede en sus espacios, y aún teniendo las herramientas para no permitirlo, siguen permitiendo que las feminidades sean constantemente violentadas”.
Así también fue el caso de Nicole, quien se vio completamente vulnerada al haber sido víctima de robo y suplantación de su identidad, otro de los varios tipos de violencia virtual que existen. “Me hackearon WhatsApp y empezaron a hablarle a mis contactos. No pedían plata, les pedían fotos a mis amigas”, relata. “Esta persona usaba estrategias para hacerse pasar por mí, revisó mis chats y se fijó cuáles eran mis muletillas para escribir y cuando lo hacía, escribía con mis palabras”, expone Nicole para concientizar sobre las múltiples maneras que hay de engañar detrás de una pantalla.
Su amiga trabaja como modelo, por lo que suele estar acostumbrada a posar frente a una cámara y no se sorprendió cuando “Nicole” le pidió unas fotos; tampoco lo hizo cuando le dijo de hacer videollamada, pero con la cámara apagada. “Solíamos hacer cosas de ese estilo como shootings, pero en la vida real, en físico. Entonces le dijo que yo necesitaba una modelo para un proyecto y que no tenía tiempo de juntarme”, cuenta. Una vez que ella se percató de que había sido hackeada, alertó a sus contactos y acompañó a su amiga a hacer la denuncia. “Había un montón de contenido personal de ella, en manos de una persona que no sabíamos quién era o qué iba a hacer con eso. Fue bastante traumático enterarse de que había estado en videollamada por 40 minutos, semi en bolas, con alguien que no era yo”, dice.
Estos relatos dan cuenta de que las feminidades nos encontramos vulneradas en cualquier espacio público que frecuentemos, ya sea en el mundo físico o en el virtual; incluso en el innovador metaverso, ya hubo una denuncia por abuso sexual. Si bien la compañía de Mark Zuckerberg explicó el motivo de esta falla en su sistema y ofrece herramientas de ciberseguridad, la realidad demuestra que aún falta una cantidad importante de políticas de prevención en materia de violencia digital.
La violencia digital, virtual, online, puede cobrar muchas formas y todas son absolutamente denunciables, ya sean éstas ejercidas de manera privada, como pública. El ciberacoso es una de las más usuales. Y ocurre lo mismo que en la vida presencial. El hostigamiento, el sometimiento y el miedo hacen que una mujer no solo se vea por completo vulnerada, sino que tema contarlo y mucho más denunciarlo. Y así se repiten una y otra vez las mismas historias: una chica cuenta que es acosada por su expareja (o un varón cualquiera) que no para de mandarle mensajes agresivos por distintas plataformas, o fotos no solicitadas de su pene, que por más que lo bloquee, se crea cuentas nuevas, que la amenaza de varias maneras e incluso la extorsiona con divulgar sus fotos íntimas. Esto es tan real y tan frecuente que incluso uno de los participantes de la nueva edición del reality televisivo, Gran Hermano, admitió muy impunemente que guarda una “colección” de nudes de chicas para extorsionarlas. “Por suerte yo tengo todo guardado en el Drive, así que si se mandan algún moco saco la carpetita y empiezo”, soltó Agustín Guardis.
Las consecuencias de la violencia de género digital son totalmente equiparables a las de la vida física. “Sentí que mi vida había terminado. Me encerré en mi casa durante ocho meses y no me atrevía a salir. Era muy joven, no sabía a quién acudir ni cómo denunciar. Y para colmo, todo había pasado en el ámbito digital, así que parecía que nada había pasado. Quise suicidarme en tres ocasiones”, escribió Olimpia Coral Melo en 2019 para la BBC, después de que su novio difundiera un video sexual donde ella estaba desnuda y él no se veía. A pesar de los impactos tremendamente negativos en su vida, esto provocó que llevara adelante una lucha para visibilizar este tipo de violencia, hasta lograr la sanción de la Ley Olimpia en México, que tipifica como delito la violencia sexual digital.
El caso de Olimpia se exportó y trajo a nuestro país un nuevo horizonte. Desde GENTIC y otras organizaciones, junto con la diputada Mónica Macha, se desarrollaron dos proyectos de Ley que buscan dar un marco legal a la violencia de género ejercida en Internet. La Ley Olimpia en Argentina, propone modificar la Ley 26.485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, para que se incorporen los espacios digitales como ámbitos en los que puede suscitarse la violencia. Al mismo tiempo, se creó el proyecto de la Ley Belén, que busca modificar el Código Penal para tipificar como delito la difusión no consentida de material íntimo. La sanción de ambas leyes generaría un gran impacto en las diferentes esferas en nuestra sociedad, ya que por un lado brindaría “prevención, porque contempla programas de educación”, protección integral contra las víctimas “porque las medidas de protección que se pueden tomar, pueden ser mucho más efectivas” y las sanciones acordes al tipo de conductas, explica Florencia Zerda.
Aun así, en la actualidad, desde las entidades gubernamentales existen distintos protocolos y herramientas para actuar, cuestión que brinda cierto matiz alrededor de la idea de que hay un “vacío legal” en torno a la violencia de género online. Según Berenice Pueblas, prosecretaria de una Fiscalía Contravencional y de Faltas en la ciudad de Buenos Aires, “más allá del Código Penal de la ciudad de Buenos Aires, que es una norma de fondo y que obviamente rige para todo el territorio de la ciudad, existe el Código Contravencional y de Faltas, que regula las contravenciones que justamente son como infracciones al ordenamiento jurídico que están sancionadas con una pena que son las que prevé el Código Contravencional, que son las que sanciona el legislador porteño, pero que no tienen el nivel de gravedad que sí tienen los delitos comunes”.
Todas estas cuestiones señalan que es urgente ocuparnos de lo que, en definitiva, ya está ocurriendo. Según el informe “Violencia de Género Digital en Pandemia” realizado por el Instituto de Género y Promoción de la Igualdad del Defensor del Pueblo en la provincia de Córdoba, 6 de cada 10 mujeres sufren o han sufrido violencia digital. A su vez, la Oficina de Violencia de Género publicó el informe del tercer trimestre del 2022 e indicó que, entre julio y septiembre de 2022, la OVD recibió 2690 presentaciones, más de una denuncia por hora, que involucraron a 3625 personas afectadas por hechos de violencia doméstica. Los equipos interdisciplinarios evaluaron el riesgo que corrían las personas afectadas y determinaron la presencia de diferentes tipos de violencia: psicológica (97%), simbólica (52%), física (50%), ambiental (32%), económica y patrimonial (30%), social (11%) y sexual (11%). El 36% de los casos fueron evaluados como de riesgo altísimo y alto. Es urgente y es ahora, la violencia machista está en las calles y está en Internet, es real y es tangible, ya sea que ocurra en la habitación de una casa, en una calle, o en un chat.