Por Malena García
Fotografía Gabriela Manzo
En la Argentina del Ni Una Menos, hay más trabajo y producción, pero las mujeres trabajamos más tiempo y ganamos menos. Después del aborto legal, el desafío de impulsar una agenda por el reconocimiento y la distribución igualitaria de los cuidados.
Llega el 8 de marzo y las plazas del país se llenan de reivindicaciones feministas: nos movilizamos porque la deuda es con las trabajadoras. Este paro internacional nos encuentra con una Argentina en plena recuperación económica, productiva y de empleo. Según los datos del INDEC sobre la evolución de los salarios en 2022, hay más trabajo: entre 2019 y 2022, el desempleo cayó del 8,9% al 7,1%, y también producimos más, la actividad económica creció un 6,8%.
Sin embargo, el salario real se redujo un 5,6% y según los datos del tercer trimestre del 2022, las mujeres ganaron en promedio un 26,3% menos que los varones. El Centro de Economía Política Argentina (CEPA) suma otro dato: las mujeres alcanzaron una tasa de actividad histórica, llegando a 51,1%, pero la brecha de género fue de 19,3%. Luego de dos años consecutivos de crecimiento económico -después de la crisis generada por el gobierno de Cambiemos, primero, y la pandemia después- las mujeres continúan teniendo menos actividad económica, más desocupación (sobre todo las jóvenes) y cuando acceden al trabajo, lo hacen en empleos de baja calidad y en sectores mal pagos.
El trabajo no registrado creció (pasó de 33,1% en 2021 a 37,4% en 2022) y tuvo una caída del salario mayor, de 19,3%. Las mujeres tienen mayor participación en el trabajo informal: según INDEC, en el tercer trimestre del 2022 la tasa de informalidad de las mujeres fue del 39,4% y en el caso de los varones, la misma se ubica en 35,7%, alcanzando una brecha de 3,7 puntos. Del total de 24 jurisdicciones, 6 presentan una brecha salarial superior al promedio nacional: Santa Cruz (36,5%), Chubut (35,9%), Provincia de Buenos Aires (29,5%), Santa Fe (29,4%), Córdoba (29,2%) y Entre Ríos (26,5%).
“Seguimos teniendo mayor subocupación horaria, es decir trabajamos menos horas de las deseadas, tenemos mayor nivel de informalidad, y tenemos una brecha salarial cercana al 30%”, dice Delfina Schenone Sienra, socióloga y responsable del Área de Políticas del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA). “En general, las mujeres son más pobres en nuestro país. Lo que sabemos es que no necesariamente un crecimiento económico viene de la mano de mayor igualdad de género. Hay que ver quiénes se benefician del crecimiento, qué sectores, dónde están los rubros más activos. Y en general no son los rubros donde mayormente se insertan las mujeres, que son ámbitos menos dinámicos, que reciben menos inversión y atención del poder político y económico. Sin embargo, la tarea que hacen es vital para la vida biológica y productiva. Son las contradicciones propias de nuestro sistema”.
Crisis económica, crisis de cuidados
Según la última Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) de 2021 del INDEC, en promedio, las mujeres le dedican 6:31 horas a trabajos de cuidados y no remunerados, mientras que los varones dedican 3:40 horas a las mismas tareas. Este es un factor que explica la menor inserción de las mujeres en el mercado laboral: las mujeres tenemos menos tiempo libre.
La distribución desigual de estas tareas necesarias para vivir (cocinar, hacer las compras, limpiar la casa, sacar turnos médicos, ayudar con tareas escolares, cuidar a adultos/as mayores o personas con discapacidad) impacta en la menor participación de las mujeres en el trabajo remunerado: 7:34 horas en la actividad paga para las mujeres, mientras que los varones lo hacen 9:06 horas. Sumando el trabajo remunerado y no remunerado, las mujeres trabajan 7 horas más por semana. A los techos de cristal -esos estereotipos de género y mandatos que ponen obstáculos en el crecimiento profesional de las mujeres-, se suman los pisos pegajosos: tareas y roles que impiden el desarrollo en el trabajo, por ejemplo, tener menos tiempo libre para formación.
El enfoque de la ENUT tiene en cuenta la medición del tiempo destinado a tareas comunitarias y trabajos voluntarios. Por ejemplo, en los barrios populares, las mujeres suelen ser las que se ocupan del funcionamiento de los comedores, quienes hacen un reclamo cuando hay un corte de luz o quienes impulsan las protestas por casos de violencia institucional.
“Vemos pocos avances en materia de cierre de brechas”, dice Delfina Schenone Sienra. “La realidad es que si miramos datos del uso del tiempo entre varones y mujeres desde el 2013 hasta el 2021 el avance en la participación de los varones en los cuidados es ínfimo. Pasaron de 3:30 horas por día en promedio dedicado a estas tareas a 3:40 horas, es decir aumentaron sólo 10 minutos en promedio en todos estos años. La feminización de los cuidados sigue muy presente”.
“Respecto a la participación de mujeres en puestos de decisión, en un estudio que hicimos desde ELA que se llama “Sexo y poder ¿Quién manda en la Argentina?” donde realizamos mediciones tanto en 2010 como en 2020 relevando la participación de mujeres en puestos de máxima jerarquía en áreas clave de la vida política, económica, cultural y social de nuestro país, vemos un avance más que moderado: en 2010 16% de los puestos de máxima jerarquía estaban ocupados por mujeres y en 2020 ese porcentaje pasó a ser del 18%. Entonces lo que vemos es que la igualdad de género está más presente en la agenda pública y política y que se han logrado avances sobre todo en términos normativos, de legislación. Pero si miramos las estadísticas, vemos que la realidad todavía requiere de mucha transformación para alcanzar una sociedad más justa y equitativa”, explica la socióloga.
La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) de INDEC de 2021, muestra que a mayor cantidad de hijas/os a cargo, menor es la participación económica de las mujeres: 73% cuando no tienen hijas/os, 72% con dos hijos/as, 61% con tres hijas/os y 57% con cuatro hijas/os. El fenómeno inverso sucede con los varones, donde la tasa de actividad es estable o inclusive puede aumentar: 90,6% son económicamente activos cuando no tienen hijas/os, 90,6% con una/o hija/o, 95,6%; 97% con dos hijas/os y 98% con tres hijas/os.
No podemos explicar este dato únicamente por el mandato de proveedores que recae sobre los varones. Según el Equipo Latinoamericano de Justicia (ELA), la composición de los hogares monomarentales o monoparentales, ha aumentado del 12% en 1986 al 19% en 2018, y la responsabilidad económica que conlleva la crianza, no siempre es compartida.
En 2022, el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual bonaerense, publicó el informe: “Incumplimiento de la obligación alimentaria en la provincia de Buenos Aires. Un problema estructural que profundiza las desigualdades de género”. Ahí se describe la situación que atraviesan muchos hogares monomarentales: al separarse de sus parejas, las mujeres no sólo quedan a cargo de las tareas de crianza, sino que un alarmante 51,2%, no recibe ningún tipo de aporte económico por parte de los progenitores. Por otra parte, un 15,3% recibe dinero, pero de manera irregular. Redondeando, un 66,5% no recibe la obligación alimentaria o sólo la recibe eventualmente. Además, sólo un 10% de ellas considera que el dinero con el que cuentan por mes es suficiente para la crianza.
La organización del cuidado, incluso cuando las mujeres deben recurrir a otras personas para poder hacer actividades o trabajar, también recae en otras mujeres. El 35% recurre a familiares y amistades cuando de cuidados se trata -en general más mujeres: abuelas, hermanas, tías y amigas- y en otros casos son las hijas e hijos mayores quienes se encargan de sus hermanas y hermanos menores. El informe concluye que el incumplimiento de la obligación alimentaria es una forma de violencia económica: porque atenta contra la autonomía económica de las mujeres, porque aumenta sus niveles de dependencia de otras redes, la cantidad de horas que tienen que trabajar o incluso las lleva a endeudarse.
El 1 de mayo pasado, el gobierno nacional presentó el proyecto de ley “Cuidar en Igualdad”, elaborado por los ministerios nacionales de Trabajo y Mujeres, Géneros y Diversidad para abordar un eje central de las desigualdades de género. Por un lado, amplía las licencias por maternidad de 90 a 126 días, de paternidad de 2 a 90 días, crea una licencia por adopción y una asignación por maternidad a monotributistas. Por otra parte, apunta a crear el Sistema Integral de Cuidados de Argentina con perspectiva de género (SINCA) para evitar que estas tareas recaigan siempre sobre las mujeres. Diez meses después, el proyecto aún no fue tratado en el Congreso de la Nación.
“Necesitamos que se fortalezcan por un lado, los servicios de cuidado, tanto para las infancias, como para las personas mayores y los apoyos para las personas con discapacidad. Esto implica mejorar la oferta de jardines de infantes, ampliar la cobertura horaria de los servicios, fortalecer la cobertura a nivel territorial que es muy dispar, fortalecer sobre todo la oferta para niños y niñas de 45 días a 3 años, que es muy insuficiente. Además, necesitamos mejorar las condiciones de empleo de quienes se ocupan del cuidado y que en general, se enfrentan a inserciones laborales bastante precarias. Luego necesitamos mejorar el esquema de licencias de cuidado que tenemos actualmente, que además de ser un sistema muy fragmentario, reproduce desigualdades entre las personas, deja afuera a la mitad de la población trabajadora, no reconoce en buena medida la diversidad de familias que existen, se quedó anclado en un modelo de familia heterosexual, nuclear, donde el hombre era proveedor y la mujer cuidadora, no reconoce muchas situaciones de cuidado como la adaptación escolar, la adopción, el cuidado de familiares enfermos, entre muchas otras situaciones. La realidad cambió y la legislación tiene que aggiornarse para acompañar a las familias, alivianando las tensiones que se generan al querer conciliar la vida laboral y familiar, sin tener apoyos suficientes”, dice Schenone Sienra.
Redistribuir los cuidados para avanzar
La creación de un sistema integral de cuidados aparece como una clave para articular y fortalecer las políticas que ya existen, asegurando la realización de manera igualitaria, del conjunto de tareas de cuidado necesarias para la existencia.
“Creemos que la próxima gran conquista feminista tiene que girar en torno a los cuidados, a resolver la crisis de cuidados que tenemos. Es necesario que los movimientos de mujeres y feministas se puedan organizar en torno a los cuidados, y que puedan empujar con toda su potencia la demanda por redistribuir los cuidados tanto entre varones y mujeres como también entre los distintos actores de la sociedad. La división sexual del trabajo se encuentra en la base de múltiples desigualdades sociales y de género que existen en la actualidad”, dice Delfina Schenone Sienra.
“Si pensamos en la desigualdad de ingresos, en la feminización de la pobreza, en los techos y paredes de cristal en las organizaciones, en la dificultad que existe para salir de relaciones o situaciones de violencia doméstica o laboral, pero también en la desigualdad que existe en términos de acceso a puestos de representación y poder… En la raíz de todo eso está esa división sexual del trabajo y una distribución inequitativa del tiempo de cuidado no remunerado que es a la vez vital pero que en la actualidad condiciona de forma negativa la vida de millones de mujeres. El costo de sostener la vida social y económica en las condiciones actuales, lo pagan las mujeres y eso no es bueno para ellas, pero tampoco para la sociedad en su conjunto. El feminismo ha logrado instalar, en los últimos años, en la agenda pública la lucha contra la violencia de género y ha conquistado recientemente el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Y lo ha hecho a fuerza de movilizaciones, de luchas, de articulaciones virtuosas. Necesitamos que los esfuerzos de articulación se dirijan ahora, hacia los cuidados y que se logren los consensos suficientes dentro de la diversidad del movimiento para poder encauzar las acciones, los esfuerzos, la creatividad, las articulaciones y la incidencia en este sentido. Ahí está el gran desafío”, concluye.