Linfoma de Hodgkin: no existe una única forma de sanar

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Por Joy Gómez Kolber
Ilustración y fotografía por Joy Gómez Kolber

Un relato en primera persona sobre cómo es atravesar esta enfermedad siendo una persona joven. 

El 2020 fue un año de mucho movimiento para mí, pasaron muchas cosas: me separé, me mudé de provincia, me despedí de mi mascota, cambié de trabajo, sobreviví a una pandemia que lo cambió todo mundialmente y, como si nada de todo eso hubiera sido poco, a mediados de 2021 y a mis 32 años, me diagnosticaron Linfoma de Hodgkin. 

Para quienes no tienen idea de la existencia de esta enfermedad, voy a hacerles una explicación  muy breve: Un linfoma es un tipo de cáncer alojado en el sistema linfático, el cual forma parte del sistema inmunológico; en el que básicamente los glóbulos blancos un día cualquiera deciden rebelarse y en vez de defender tu cuerpo, se multiplican sin parar produciendo tumores cancerígenos. Entre los síntomas más comunes que pueden presentarse, se encuentran: inflamaciones no dolorosas de los ganglios linfáticos del cuello, las axilas o el área de la ingle (no son inflamaciones que no desaparezcan en poco tiempo), fiebre, pérdida de peso, sudores nocturnos, picazón generalizada que puede ser intensa, fatiga, dolor en los ganglios linfáticos que se desencadena con la ingesta de alcohol, si los ganglios linfáticos del tórax están afectados, pueden causar dificultad para respirar, tos o molestia en el pecho. Por favor consultá a un médico ante la aparición de cualquiera de estos síntomas.

En mi caso, todo fue muy rápido. Hice una consulta a un médico porque tenía una tos seca que con el pasar de los días no se iba, con la esperanza de que me diera un jarabe y ya;  y al pasar le comenté (ya que estaba ahí) que sentía también un ganglio del cuello un poco inflamado, pero no me molestaba ni me dolía. Hacerle ese comentario, que para mi era de menor importancia, fue clave. En el transcurso total de 20 días, comenzó y finalizó la maratón de estudios: examen completísimo de sangre, radiografìa de tórax, ecografìa en el ganglio, tomografìa de pecho y finalmente biopsia (en la cual me extrajeron el bendito ganglio inflamado y otros ganglios del pecho). Resultado, un diagnóstico que me dejó muda,  tuve que repetir mentalmente el nombre de la enfermedad hasta salir del consultorio y poder googlearlo en la vereda. 

Tras firmar un consentimiento de 3 carillas con posibles efectos secundarios y todo el miedo del universo, empecé quimioterapia aproximadamente 15 días después de dar con el diagnóstico. El plan: 12 sesiones en total de quimioterapia, una cada 15 días. 

Al momento de escribir esto ya pasé 10 sesiones, y si bien tuve la suerte de conservar casi todo mi pelo (aprendí en el camino que en la actualidad solo un 50% de los pacientes oncológicos pierden la totalidad de su pelo, y que tener cáncer no es sinónimo de estar peladx como antes creía) y a simple vista no parece que estuviera enferma, puedo confirmar que la peor parte de todo esto es el proceso emocional y todos los cambios internos que fui atravesando en estos cinco meses.

Puedo decir que soy una persona optimista, y que si me caigo me levanto rápido. No me gusta estar mal, intento que los conflictos duren lo menos posible, me mantengo alejada del drama, e intento siempre sacar lo mejor de cada situación que me toca vivir. Con esto quiero decir que estar o sentirme mal, no es algo que esté en mi naturaleza. Tuve que, literalmente, aprender en terapia a permitirme estar mal porque la situación lo requería, y que por más que yo quisiera y pusiera la poca energía que tenía ahí, no iba a poder “saltar” el malestar como si fuera un anuncio molesto de YouTube, iba a tener que atravesarlo y aventurarme a sentir todo lo que se me presentara. Llegué a la conclusión que solo tenía que enfocarme en pasar esto de la mejor manera posible, y “hacer con lo que tenemos hoy, lo que se pueda, un día a la vez”. Y eso hice. Hoy siento que fue para mí la manera más sana de, justamente, sanar. El verdadero desafío, y del que nadie te avisa, fue no volverme loca; así que, entendiendo que la soledad no es la mejor compañera o consejera a veces, si hay alguien por ahí que está pasando por una situación similar y necesita hablar, hacer catarsis, gritar, llorar o simplemente sentirse acompañadx por alguien que esté pasando por lo mismo, acá estoy, soy @joykolber.

Decidí contar en mis redes lo que me estaba pasando y aprendí a recibir ayuda, creé una playlist colaborativa en Spotify para que mis amigxs (y quienes quisieran) me dejaran sus canciones favoritas para escuchar en mis 3 horas de quimio; hice una colecta de plantas para meter más vida a mi departamento, medité un poco, dibujé, escribí un diario, comencé a seguir una página de memes sobre cáncer creada por una chica con cáncer que sin querer creó una comunidad dispuesta a reírse de todo y me sentí comprendida, aprendí a hacer pelucas, me hice amiga de una chica de Estambul con mi mismo diagnóstico, (comenzamos el tratamiento la misma semana y compartimos todo el tiempo lo que nos iba pasando), y finalmente se me ocurrió organizar una super fiesta para festejar cuando me den el alta.

No sé si todo lo que hice es de “la forma” en la que una persona debe atravesar su enfermedad, creo que nadie, ni siquiera otro paciente, puede decirte qué hacer o cómo actuar en esos momentos,  pero en mi caso siento que mi actitud es lo que junto con la quimioterapia, me salvó literalmente la vida. Tuve muchos días tristes, mucho cansancio y confusión, una inestabilidad emocional insoportable, miedo y dolor, pero también tuve muchos días felices junto a las personas que se acercaron para acompañarme de la mejor forma que pudieron, y por lo cual voy a estar eternamente agradecida.

Quizás suene cliché, pero hoy siento que soy una persona muy diferente a la Joy pre Hodking: mucho menos enroscada, bastante más valiente y sobre todo 100% dispuesta a disfrutar lo cotidiano y compartir con otrxs la vida en el presente (Spoiler alert: es todo lo que tenemos).

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