Parar la pelota y encarar

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Por María Emilia Rotondo
Ilustración por @ladurito

Hace aproximadamente 10 años que por lo menos una vez por semana me cambio de ropa, agarro mis cosas, y antes de salir de casa, le digo a mi viejo: “Chau pa, me voy a jugar a la pelota”, y cada vez que lo hago me emociono recordando cuánto soñé con decir esa frase.

Probé handball, tenis, natación, hockey… Probé todos los deportes que los colegios privados ofrecen a las chicas durante su educación primaria y secundaria. Sin embargo, hasta hace 10 años atrás, nunca había podido probar lo que yo realmente quería hacer: fútbol.

No solo me interesaba ver a Boca los domingos con mi viejo, yo quería parar la pelota como Clemente Rodríguez y que alguien me enseñara a encarar, quería romperla en el partido de los recreos.

Después de muchos caprichos, lo conseguí. Con mi vieja encontramos una escuelita que me iba a enseñar a parar la pelota y encarar. Quizás el tema de encarar nunca lo aprendí muy bien, pero eso va por otro lado. Desde que se me dio la oportunidad de jugar y competir los fines de semana, armar un equipito, hacernos camisetas con las pibas y aprender a jugar, supe que iba a tener que lidiar con varios obstáculos obvios, como varones dándome indicaciones, varones no dejando la cancha a horario, varones queriendo robar pelotas, varones y varones por todos lados queriendo demostrar una sabiduría superior respecto del juego.

¿Hay igualdad de género en el deporte? La respuesta es algo que no nos sorprende y que nadie duda. No. No hay igualdad. Sin embargo, algo fue pasando, sin dudas algo fue creciendo y hoy se está volviendo costumbre. De pronto hay caucho en las casas de las pibas, hay medias largas, botines de sintético o de futsal, hay números 10 tatuados en las pieles de aquellas que admiran a Messi, o al Diego o a ¿Marta? ¿Carly Lloyd? ¿Estefanía Banini? Cómo saberlo…z

Pero recién en 2019 la Selección Argentina clasificó a un mundial y la televisión decidió prestarle atención, como si fuese un tema de méritos. Esa fue la primera vez en mi vida que pude sentarme en el sillón de mi casa a ver a la selección femenina competir.

Prender la tele y encontrarme con Florencia Bonsegundo metiendo un golazo desde afuera del área y largándose a llorar al instante, ha sido en mi vida -y seguro en la de muchas- un hecho histórico. Un hecho que abrió una posibilidad al infinito, la ilusión de poder decir de chica: “De grande yo quiero jugar un mundial”.

No puedo negar que desde ese momento todo fue crecimiento, se gestó mucha visibilidad y buenas intenciones al respecto. Se abrieron estadios en los principales clubes para que las chicas pudieran jugar, también pudimos ver los últimos partidos de la Copa América de la Selección Femenina (partidos que hicieron clasificar a Argentina al mundial 2023) por diferentes medios masivos, así mismo existen radios, canales de YouTube, canales de televisión, programas que transmiten los partidos de fútbol. Gracias a eso, hoy se da la existencia de nenas que tienen los botines bien puestos, existen camisetas para mujeres, dorsales con sus apellidos. Canchas de fútbol 5 pobladas de mujeres, torneos de mujeres, torneos mixtos, picaditos de mujeres, ¿un fútbol tenis en la playa? De mujeres ¿Un amistoso un miércoles ocho de la noche? De mujeres. Parece algo cotidiano, algo lógico, pero es un triunfo.

Quizás no haya sido en vano todo lo bien que hablé de Yamila Rodríguez los últimos meses, lo que le quemé la cabeza a mi alrededor con la calidad y presencia de Alexia Putellas, lo que discutí con mi viejo cada vez que Ángela Lerena se confundía algún nombre o término (como si los relatores/comentaristas de fútbol varones fuesen buenos).

Lo afirmo, no fue en vano. Fue para que nos empezaran a ver. Fue para que nos dejaran mostrarnos. Fue para que, desde niñas, las chicas también puedan aprender a parar una pelota y encarar.

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