¿A qué venía yo? Ah, sí. A darles la bienvenida :)

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Por La Durito
Ilustración @ladurito

Lo primero que les voy a pedir, es que hagan alguna de estas dos cosas: si tienen Pinterest, escriban en el buscador la palabra “vocación” a ver qué encuentran. La opción B, es buscar #vocación en la segunda red social favorita de Satanás, Instagram (sí, claro, la primera es TikTok). ¡Pero vuelvan! No se me pierdan en el océano infinito del scrolleo que después se les quedan pegados los percebes (los crustáceos esos que se agarran a las boyas, las ballenas y a todo lo que quede medio quietito).

Ahora, díganme si todas esas imágenes de monjas, curas, médicos, milicos y docentes no son una fantasía hermosa… Pensemos juntas un poco: parecería haber una especie de correlación entre la vocación y las actividades que requieren volcar toda la energía vital de un ser en un ALGO. En el caso de la religión, entregar el cuerpo y la vida a Dios. En el caso de los profesionales, al trabajo. Es como si la vocación fuese una fuerza arrolladora e incondicional. Sin presiones, reina.

Según la búsqueda que hice en Google, la etimología de la palabra vocación viene del latín y literalmente dice: “es la acción y efecto (sufijo -ción) de llamar (del verbo vocare)”. Entonces así tendrían sentido todas las metáforas que hablan de la vocación como un llamado divino, escuchar el llamado del señor, ven aquí rápido es un llamado de emergencia, baby. ¿Daddy Yankee el próximo papa? Boé. ¿A qué venía yo?

Ah, sí. Un impulso todopoderoso que aparentemente funciona como fuente de motivación inagotable. Puedo imaginar cómo este discurso le convino a la religión primero y al sistema capitalista después. No importa cómo te levantes, no importa qué esté pasando a tu alrededor, no importa nada porque la vocación te llevará mágicamente a ese lugar de goce y plenitud. Cancelada la depresión, cancelada la angustia de vivir en este mundo, canceladas las crisis existenciales. Siempre lista para atender el llamado del corazón, de los pulmones, del hígado, de los intestinos o de dónde sea que se aloje la vocación.
Ustedes me dirán: si la envidia mata, que en paz descanses, gata, pero no puedo evitarlo. Siento celos de la gente que tiene la capacidad de tener una pasión tan marcada y monogámica. Lavarse los dientes pensando en eso, manejar y pensar en eso, tomar decisiones y pensar en eso, hacerse la paja y pensar en… BUENO, LÍMITES. En mi mundo idealizado esa gente no necesita 5 alarmas para despertarse, ni se queda sentada en la cama mirando un punto fijo en la pared, buscando un motivo por el cual levantarse y hacer algo con su vida. Son como hadas del bosque que se levantan brillantes y con el triple de colágeno que el resto de los mortales, listas para dedicarse a tiempo completo a su vocación.

Pero después me acuerdo de dónde viene ese mundo de fantasía plantado en mi cabeza. Y me acuerdo de la cultura, me acuerdo de la ideología hegemónica y me acuerdo de la dominancia del marketing y la publicidad. Y recuerdo que mi percepción está UN POQUITO mediatizada. Junto con la de mi gran amicha, LA HUMANIDAD. Entonces, pensemos: ¿A quién le conviene que creamos que tenga que prevalecer una pulsión así de devastadora que te saque las ganas de cuestionar la existencia y te motive a hacer una sola cosa? ¿No les resulta un poquito sospechoso que la búsqueda de la vocación esté ligada (casi) exclusivamente con el trabajo? ¿Y si la vocación está en cuestiones que no tienen nada que ver con la productividad? ¿Si la vocación de alguien está en acariciar perritos por la calle? Sólo acariciarlos. No convertirte en paseadora y generar una fuente de ingresos de caminar con un racimo de perros. Solo acariciar. Perritos al azar. Ir regando las calles de muecas cariñosas con las manos a uno de los seres peludos más amados por la sociedad.
No me malinterpreten. Sí, creo que hay personas con deseos muy marcados y con pasiones muy definidas y orientadas, pero no estoy segura de que esa sea la regla. Para ponerme poética y metafórica: Hay una sola Rihanna estrella empresaria versus millones de Roxanas oficinistas. Las de la corrección política me podrán preguntar “¿Estás diciendo que no puede haber gente con vocación de oficina?” SÍ. ES EXACTAMENTE LO QUE ESTOY DICIENDO, MARIELA. LAS OFICINAS SON AGUJEROS DEL INFIERNO. NADIE PUEDE TENER VOCACIÓN POR LA TORTURA, EL HACINAMIENTO Y LOS AMBIENTES QUE TE LLEVAN A LA ENFERMEDAD MENTAL.

Fiú. Eso estuvo, ufff, acalorado. Bueno. ¿A qué venía yo? Listo, ya está:

¿Qué pasa si la vocación es una pulsión de energía hereje? ¿Qué pasa si, en realidad, hay múltiples vocaciones en una sola persona? ¿Qué hacemos las poliamorosas de la vocación? ¿Qué hacemos las que encontramos nuestra vocación en espacios no rentables, ni laboralmente regulados? ¿Qué hacemos las que casi no intentamos explotar y generar una red productiva alrededor de nuestra pulsión vocacional? ¿Qué hacemos cuando sentimos cómo esta comienza a alejarse de nosotras cual globo de helio que se soltó de la manito de una niña?

Hola, me presento. Mi nombre es Troy McClure. MENTIRA. Mi nombre es La Durito (Duri, para las amichas) y hace 20 años que estoy dándole vueltas al tema de la vocación y la profesión (de los 0 a 10 años me la pasé más tranca. Solo ocupaba mi mente pensando en la viabilidad de la revolución del proletariado en el siglo XXI y la dominación mundial por parte de las feminidades). Y si bien no tengo conclusiones respecto al asunto y siento pulsiones por miles de cosas A LA VEZ, creo que lo más cerca que estoy de tener una vocación es mi fascinación por los seres humanos y sus vínculos consigo mismos y con el entorno. Así que es en este contexto de cuestionamiento y confusión que les doy la bienvenida a: “¿A qué venía yo?” Un espacio seguro en el que ninguna información está chequeada. No hay datos, sólo opinión. No existe ningún tipo de certeza. Todo es un círculo vicioso de incertidumbre, angustia, chistes de pésimo gusto, ideas desquiciadas y falopa. Mucha falopa.

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