¿A qué venía yo? A hablar sobre límites

imagen para la web

Por La Durito
Ilustración por La Durito

Según Wikipedia:

El concepto de límite es la clave de toque que formaliza la noción intuitiva de aproximación hacia un punto concreto de una sucesión o una función, a medida que los parámetros de esa sucesión o función se acercan a un determinado valor.

¡AHH! ¡Qué susto, eh! Tranqui, bichis, que acá nadie sabe ni dividir por dos cifras. Los límites que nos competen en este momento y sobre los cuales vamos a divagar un rato, son los más difíciles… Y te preguntarás por qué, mi ciela, pero en este canal te lo contamos: PORQUE SON ESOS QUE NO SE PUEDEN CALCULAR. Una de mis fantasías eróticas es tener una calculadora con voz de locutrola que me haga un escaneo 24/7 y me de alarmas con sonido del tipo: “Llegaste a tu límite de mateína en sangre, si seguís vas a empezar a hiperventilar”, “llegaste a tu límite de tolerancia de canciones adolescentes deprimentes, si no parás vas a entrar en el purgatorio de la melancolía”, o: “llegaste al límite de lectura de mensajes fachos del grupo de chat familiar, silenciá todo que sino terminás en el penal de Ezeiza por parricidio”.

Les propongo hacer un jueguito –únicamente porque es domingo y todo lo que sirva para evadirme del vacío existencial de la culminación del ciclo semanal, MESSIRVE–. Abran su WhatsApp, amichas, y en la lupita del buscador escriban: “límites”. Lean. Diviértanse un ratito. La que quiera mandarme un DM y contarme qué le tocó se gana mi DURO corazón. Se siente un poco como cuando en el 99’, tu abuelo te iba a buscar a la salida del jardín y te compraba el huevito de chocolate con sorpresa. Qué momento adrenalínico no saber qué verga iba a aparecer ahí, ¿nocierto? Igual, ¡PIDO! ¿A qué venía yo? Ah, sí.

Lo que me maravilla de los límites es la ambivalencia intrínseca de su constitución. Pueden ser buenos, malos, claros, confusos, necesarios, exagerados, difíciles, dolorosos, pueden traer paz o incluso, pueden terminar siendo excesivos. Todo, obvio, dependiendo del contexto y de la persona. Claramente hay algunos que no están en discusión porque son los mínimos necesarios para convivir en sociedad y respetar los derechos humanos (hoy no voy a abrir la puerta a ese debate: ¿qué son los DDHH?, ¿qué es la humanidad?, ¿hay límites a los debates?, etc, etc, porque no tengo la suficiente cantidad de serotonina en sangre como para querer tomar ese camino) pero después, si pasamos al ámbito de los límites a la hora de vincularnos, todo es caos, hecatombe, cambio, confusión. Por ejemplo, imaginen que están en X lugar solas, se paran frente a un espejo, miran su bellísima carita y se detienen en sus ojos pudiendo ver ahí todas sus formas anteriores al presente: modo bebé, modo niña, modo preadolescente, modo adolescente, modo joven adulta, modo full adulta (y siguen así hasta llegar a su digievolución actual)… ¿Cuál es su vínculo con los límites? ¿Sienten que durante toda su vida tuvieron los mismos consigo mismas? ¿Se permiten hoy cosas que antes no? ¿Se permitían antes cosas que hoy no? ¿Cómo las hacen sentir los límites que elijen hoy en día? ¿Saben dónde están sus límites? ¿Cuáles son? ¿Por qué hoy están ahí? ¿Realmente son los que las hacen sentir en eje con ustedes?

“Duri, te estás zarpando de intensidarks dominical”, me dirán ustedes. Y yo les respondo: “Sí, claro. A los tibios, los vomita Dios”. Naaa. Mentira, mentira. Un poco sí, igual. Me gustan las conversaciones imaginarias que tengo con ustedes en mi mente. Son una gran audiencia. GRACIAS APTRA.

Bueno, volvamos. Lo que quise ilustrar con este preludio rayado, es que los límites varían y mutan en todo tipo de relación: sean interpersonales, entre personas y cosas, y también para el interior de las mismas. A los límites los vamos construyendo, los rompemos y les volvemos a dar formar. Los reversionamos, les sacamos lustre, los tiramos a la basura, nos los quedamos mirando fijo durante horas, los sacamos a pasear y después los volvemos a dejar donde estaban. No tenemos fórmulas matemáticas para calcularlos, por eso necesitan que les prestemos tiempo y dedicación. No sabemos a veces por dónde encararlos.

Lo que sabemos, es que así como (en general) tomamos las decisiones más “acertadas” cuando más información tenemos, creo que con los límites pasa lo mismo. Podemos resonar mejor con los límites propios y para con los demás, cuando más nos conocemos. Cuanta más datita tenemos sobre quiénes somos. Y digo quiénes somos posta. No la versión de ese relato armadito que nos contamos (y hasta creemos). Nosotras en crudo. Con las cosas piolas, las meh y las basuras. Las virtudes, los mecanismos promedio y también los defectos (sí, Marta, la mierda en un palo que todas las personas del mundo llevamos en alguna parte de nuestra circunferencia existencial).

Los límites son una parte fundamental de la existencia. Por más que nos cueste aceptarlos, ponerlos, discutirlos, encontrarlos, por más que los queramos, los odiemos o simplemente nos den lo mismo. Están ahí. Están acá. Exceptuando a nuestro amigo: “EL GRAN LÍMITE” (uno de los tantos nombres con que me gusta llamar a la muerte). Si hay algo que demuestra la historia de la humanidad, es que los límites son relativos, variables, desiguales y hasta herejes (incluso cuando no deberían serlo). ¿Hay algo así como un repositorio indudable de límites? ¿Los vamos construyendo? ¿Miti y miti? ¿Nos resulta más fácil ponerlos en determinados lugares y a determinadas personas? ¿Podemos autogestionarlos? ¿Cómo sería un mundo sin límites? ¿Sería como el mundo sin abogados de Los Simpsons?

Si cierro los ojos y pienso en lo primero que se me viene a la cabeza cuando esbozo la palabra límite, son dos cosas: la primera, es un choque contra una pared; y la segunda, una canilla de agua con un chorro enorme que se cierra. Además de tratar esto en mi próxima sesión de terapia –porque, a ver, qué hay ahí, hermana–, pienso que los límites tienen esa magia de poder sentirse tanto como dolor (chocar) y a su vez también, como alivio, ¿no?. Y acá voy a hacer un descargo de petiso pendenciero porque LOS OVARIOS AL PLATO con los discursos de romantización de los límites y el autocuidado y la promesa de que el camino es sólo donde las cosas te hacen sentir “bien”. YA QUISIERAS AMOR. Poner límites es un proceso. Y los procesos tienen consecuencias en el corto y en el largo plazo. Y elegir y accionar sobre los límites “acertados”, no es sinónimo de sentirse bien. De hecho, ustedes me dirán, pero en mi experiencia el camino hacia el autoconocimiento y la deconstrucción viene siendo BASTANTE CHOTO. Y muchas cosas que al principio se sentían como la mierda, después se sienten MUY bien. Y muchas cosas que se veían como JOYA, resulta que estaban sostenidas por una montaña de caca. Así que si me agarran a las apuradas, voy a decir que vincularse con los límites es un equilibrio entre chocar y cerrar. ¿Qué cosas? No sé, amichas. Yo ya me olvidé a qué venía entre tanta rosca dominguera. Vayamos a tomar mate y hacer lo que podamos 🌻.

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