Arturo a los 30: las cartas que nos tocaron a esta generación

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Por Malena García

En su segunda película como director y guionista, Martín Shanly interpreta a Arturo Flannigan, un joven que atraviesa una crisis existencial y se ve envuelto en una trama absurda cuando se dirige al casamiento de quien fue su mejor amiga.

Lucas, uno de mis mejores amigos, me recomienda ver una de las películas más geniales que vi en el último tiempo: Arturo a los 30, dirigida por Martín Shanly (2023). Ambos tenemos 29 años y este año quizás experimentemos nuestra propia “crisis de los 30” (por si la crisis general no fuese suficiente) o quizás pasemos nuestros cumpleaños sin darle mayor entidad. Pensando en nuestra edad, recordamos un viejo video del canal de YouTube de La loca de mierda, donde presenciamos el inicio de la carrera de Malena Pichot. Ella cumplía 27 años y decía ante la cámara con voz entrecortada: “No soy ni la mitad de mujer que debería ser. Soy muy chica para tener 27 años, nunca me fui de vacaciones con un chico, no me recibí, no tengo una cuenta en un banco, no tengo Banelco, no sé cocinar”. Y después remataba: “Por otro lado sí tengo 27, porque me gustan las pasas de uva”.

Si tuviera que resumir, diría que vi Arturo a los 30 en una proyección en La Plata al aire libre. Al rato empezó a llover pero nadie se levantó de su silla: así de buena es (luego nos mudamos dentro del centro cultural, resguardando los equipos de proyección y sonido). Al empezar, una voz en off nos lee un diario personal y se centra en el que fue probablemente el peor día de su vida. Es marzo de 2020, aún no se anunció el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, pero la palabra “coronavirus” empieza a aparecer en las conversaciones. Arturo fuma algunas secas de porro antes de entrar al casamiento de una vieja amiga con quien ya no tiene la misma relación. Con algunos flashbacks, navegamos por amistades rotas y angustias existenciales de un protagonista que es algo quedado y pareciese no poder o no querer conducir su propia vida.

Arturo a los 30 es una comedia brillante donde el personaje principal parece incómodo y fuera de lugar en casi todas las situaciones que enfrenta. Ganó el premio a la mejor dirección en la Competencia Argentina de la edición 24 del BAFICI y tuvo su estreno mundial en el 73° Festival Internacional de Cine de Berlín. Después de su primera película, Juana a los 12 (2013), Martín Shanly encaró alrededor de cinco años de rodaje con un elenco conformado por Julia Ezcurra, Camila Dougall, Ivo Colonna, Paula Grinszpan y Marta Alchurron. Actualmente se puede ver en el cine Gaumont y sus novedades se publican en el Instagram @arturoalos30.

Si bien Shanly interpreta al protagonista -Arturo Flannigan-, no es una película autobiográfica: “Una vez la persona con la que vivía no podía entrar porque dejé la llave puesta, pero es la única coincidencia”, explica el director. Con sensaciones, exageraciones, anécdotas de amigues e ideas que le causaban gracia creó una trama agridulce. Y si bien no se propone representar una generación, en la vida de Arturo y la gente que lo rodea hay un salpicado de situaciones que nos acercan a valores e instituciones que están en crisis, mandatos, rupturas y distintas búsquedas por darle sentido a la existencia: transicionar, procesar un duelo, conocer una madre biológica, abortar sin contarle a una pareja, ir a terapia, medicarse al boleo, admitir que cuesta sostener responsabilidades, vivir en la inestabilidad, no tener trabajo, pedir plata prestada y no devolverla, tomar ayahuasca.

Además del encuentro con un viejo amor, los recuerdos de amistades con quienes el protagonista se ve distanciado son el motor narrativo para mostrar con potencia los mundos que se abren al ahondar sobre los duelos restringidos que implica distanciarse de las “familias elegidas”, donde lo que antes era un refugio ahora se habita con conversaciones superfluas o incómodas.

A los 30 años del protagonista, el tiempo transcurrido cristaliza distancias con personas que ya no están: en una escena sabremos que ya es mayor que la edad que tenía su hermano cuando murió, y en otra un amigo le recuerda que ya pasó más tiempo desde que cortó con su ex novio a la totalidad del tiempo que estuvieron juntos como pareja. Distancias y formas de atravesar los vínculos afectivos que nos devuelven preguntas por las diferencias con generaciones anteriores -por caso, a mi edad mis padres ya se habían casado y divorciado, tenían tres hijos, un trabajo estable y seguramente no tenían conversaciones sobre el fenómeno del ghosteo-. “Supongo que había otra necesidad mía de sacar eso para afuera. Entrar en una nueva década siempre trae alguna crisis o algún planteo, y también somos una generación que no se puede comparar mucho con las generaciones que venían antes, y hay algo de las cartas que nos tocaron que son muy particulares, y si nos tomamos las cartas que nos tocaron con vergüenza es contraproducente. Entonces sentí que quería hablar de las cosas que me daban vergüenza”, dice Martín.

El film nos da la posibilidad de reír de lo que nos angustia y nos da ansiedad. Finalmente, llega la cuarentena y la atmósfera de extrañeza se intensifica con los barbijos caseros, el alcohol en gel e incluso personas con bidones en la cabeza: se retoman aquellas cosas que sabíamos un poco ridículas hasta que aprendimos cómo evitar los contagios. “Fue algo fascinante, todo había cambiado mucho y muy rápido, había un peligro de muerte, no se podía salir, era una película”, señala el director. Si bien la pandemia transformó radicalmente nuestras rutinas, aún no hay muchas producciones culturales que reflexionen sobre lo que ese período nos dejó. “Hay algo del contexto de la pandemia que invitaba a todos a tenerse un poco de autocompasión, la vida estaba frenada y uno dejó de sentir la necesidad de movimiento para validarte y tener un status, entonces el momento en que todo se detuvo también la gente se tuvo que tener más de cariño”, reflexiona.

Arturo no tiene la vida resuelta y atraviesa una crisis existencial, y ahí está la comedia para ayudarnos a sobrellevar dolores, humillaciones e incertidumbres que se presentan en las escenas, siempre con un poco de incomodidad. Sobrevuela cierto espíritu de que como espectadores vivimos situaciones similares que nos invitan a ser más autocompasives, un poco menos exigentes y un poco más amables, con nosotres mismes y con les demás.

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