Amiga, ¿cómo se sigue después de la violencia?

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Por Cinthia Giselle Dalama y Emilia Ruiz de Olano
Creadoras de “Un mail que me salve”

En el Día Internacional de Lucha contra la Violencia por Motivos de Género, dos amigas dialogan sobre cómo se sigue adelante después de salir de entornos violentos.

Aviso: si sufrís o sufriste violencia de género, es probable que este contenido sea un disparador emocional. Asegurate de contar con un amigue o profesional de la salud cerca para charlar después. 

De: Emilia

Siempre me preguntan por qué me metí en un proceso judicial siendo tan chica y sin tener hijos de por medio. Como si hubiera sabido en lo que me metía, como si hubiera querido vivir todo eso. La posta es que fue lo único que encontré para salir. Para salir de la violencia, claro. Cuando el contexto que estás atravesando debilita tu capacidad de poner límites, en un atisbo de supervivencia, buscás los límites afuera. ¿Y qué te dicen que hay que hacer para ponerle un freno a la violencia? Denunciarla. 

Así que fui, le conté a mi mamá y fuimos a la comisaría. Ni siquiera era consciente de si eso era lo que realmente necesitaba para cuidarme, pero sí que era lo único que iba a servir para que me crean. ¿Podés creer que pensé más en que me crean, que en resguardar mi vida? En ese momento miré mis brazos y mis piernas, y solo una idea daba vueltas por mi cabeza: “Si no denuncio esto hoy, en dos días van a desaparecer las marcas y cuando por fin me anime a contarlo, nadie me va a creer”. Me tiré al abismo con una única certeza: “Si no lo denuncio hoy, que tengo pruebas, quizás me arrepienta toda la vida”. 

Y no, nadie te prepara para lo que viene después. Nadie te dice que no alcanza con un peritaje médico para que te crean. Que vas a tener que ir una, dos, tres, seis veces a declarar. Que cuando pienses que estás mejor, que ya podés contar los hechos sin derrumbarte, una mirada incriminatoria te va a partir al medio. Entonces pensás que quizás es mejor si explotás; después ves cómo te levantas pero ahora tenés que derrumbarte y mostrarte al rojo vivo, pensando que es una vez más, que es la última. Así te creen, así lo sienten. Pero nunca es solo una vez más. Es una y otra, y otra, y otra vez. Te sentís culpable si intentás contar los hechos fríamente, sin sentirlos; te sentís totalmente rota si los contás en detalle, viviéndolos de nuevo. Entendés finalmente el verdadero significado de la palabra revictimización. 

No estás sola, te dicen. ¿Pero quiénes están realmente ahí cuando intentás reunir todas tus partes? Recuerdo muy bien a las personas que me empujaron a denunciar. En ese momento entre tanto heroísmo y postas sobre qué hacer o no hacer, parecían las personas que venían a salvarme la vida. O al menos a estar ahí mientras la transformaba. Al tiempo, durante el proceso, pude ver cómo se hacían a un costado. Algo así como “que no podían aguantarlo”. ¿De qué carajo sirven las redes feministas que te incitan a denunciar, si después se desarman cuando llega la hora de acompañar? Con denunciar no alcanza. 

Para qué mierda denuncié. Por qué estoy haciendo esto. No puedo más, es al pedo, para qué. Por qué mierda me metí en esta. Nadie me aguanta. Nadie está todo el tiempo. Por favor mamá, no quiero ir más, por favor, no puedo. Es que no entendés. Nadie entiende. No, no falta menos. Esto recién empieza.

Con denunciar no alcanza: necesitamos, como sociedad, estar preparados para sostener. Y si queremos sostener a las víctimas que hacen temblar las estructuras patriarcales que tanto decimos querer derrumbar, sin dudas tenemos que dejar de hacernos los boludos. 

Es que encima eso, ¿viste? Para poder convivir un poquito en paz con tu historia pareciera que la única opción que te queda es hacerte la boluda. Vas a tener que respirar profundo una y mil veces cada vez que en un almuerzo laboral o reunión familiar a alguien se le ocurra debatir y polemizar algún hecho relacionado a la violencia de género. Vas a tener que hacerte la boluda cada vez que gente que te conoce y sabe lo que viviste, elija hacerse la boluda en un momento así. Vas a tratar de controlarte, de no contestar o discutir, porque mirá si encima saben que vos fuiste víctima de violencia de género. Mirá si encima te empiezan a mirar con esos ojos, a vos que día tras día tratás que lo que te pasó no te defina. Vas a ver cómo todos son muy rápidos para discutir sobre fútbol o política, pero cuando les reclamás un poquito de cuidado, te van a decir que prefieren no opinar de lo que no saben. Que no saben qué decir en momentos así, “que vos sos la que sabe de género”. 

Entonces okey, sos vos la que tiene que estar preparada para defenderse mientras te están violentando de nuevo. Y ya estoy harta. Estoy harta de pisar el palito (que no es más que el palito de la revictimización) y de sentirme una mierda. Y también estoy harta de hacerme la boluda mientras todos se hacen los boludos. 

Dejen de hacerse los boludos. Ustedes, sí, ustedes, dejen de hacerse los boludos de una vez. 

Porque su silencio perpetúa que nosotras tengamos vergüenza de alzar la voz, perpetúa una violencia sistemática a las víctimas: que siempre sea mejor no hablar de eso. Y pasa el tiempo y nada cambia, seguimos siendo nosotras las que sentimos vergüenza cuando vergüenza deberían sentir los golpeadores o las personas que aún siendo mujeres no son capaces de ver que la violencia de género existe y que, justamente, ponerla en duda es parte de este sistema patriarcal.

Y ojo eh, porque a veces la negación es un gran recurso. A veces ante el silencio una piensa «me está cuidando así no piensan nada raro de mí». Pero no, porque eso también es justificar que si yo ahora tengo actitudes agresivas o violentas seguro antes también, y seguro algo tuve que haber hecho yo para merecer lo que me tocó vivir y quizás todo lo que me pasó no fue tan así como lo declaro y lo cuento. Y en definitiva nada alcanza. No importa si denunciaste y ganaste un juicio, lo mismo van a dudar, así como dudan también de las que prefieren no denunciar. 

¿Y entonces? Entonces tenemos que hablar más de qué es lo que realmente pasa cuando una decide salir de la violencia, porque nunca se sale y ya. Y para que después de la violencia no haya más violencia, aún quedan muchas cosas por visibilizar y desarmar. 

De: Cinthia

Simplemente supe que me tenía que ir, que después de tantos años había llegado el momento, pero no sabía cómo hacerlo. Leí todas las notas, fui a todas las marchas, leí todas las leyes, fui a muchas asambleas, charlas y espacios transfeministas, pero creo que nada te prepara para ese momento. Pienso realmente si quiero ser tan absoluta al decir que no había nada que pudiese ser suficiente para poder aplacar todo el dolor que implica haber negado años de violencia sistemática en mi hogar.

No denuncié porque sabía que lo único que iba a hacer era entorpecer todo lo construido, necesitaba cuidarme y pensar en que algún momento iba a poder estar más o menos segura en otro lado escribiendo y pudiendo decirle a alguien: “mirá, viví una violencia sistemática desde adolescente, sigo estudiando, tengo un trabajo y un entorno que me quiere y me sostiene; ah, y soy gorda y lesbiana”. Porque al fin y al cabo es eso, ¿no? Es saber que vas a poder seguir después de la violencia que viviste. Es intentar no quedarte atrapade en esa tela de araña que te chupa, como el lazo del diablo que se traga a Hermione en la primera de Harry Potter.

¿Qué pasó?

Lo que pasó fue eso: me di cuenta de la violencia recibida, sentí que esa tenía que ser la última vez y me fui. Me fui porque tuve a donde irme también.

Hay un morbo en tener que saber qué pasó, cómo, dónde y sobre todo por qué. Como si de alguna forma quisieran validar eso que les estás diciendo de alguna manera, ponerse en una posición de evaluar si lo que viviste es violencia, qué tan violento fue, si es “para tanto” como si hubiese alguna manera de entender todo lo que implica la violencia solo a través de un relato.

Después de esa noche fingí demencia. Al otro día fui a trabajar y pude. Entonces, si podía seguir trabajando al menos podía seguir fingiendo que nada había pasado, como había fingido al menos los últimos diez años de mi vida. Y seguramente lo hago bien porque nunca nadie hizo nada para cuidarme: ningún profesional de la salud que me atendió de adulta, ni de adolescente, ni mis amigues. ¿Por qué necesito que alguien me cuide? ¿Por qué no lo necesitaría al haber estado expuesta de forma diaria a una violencia psicológica, económica, verbal y física?

Me mudé sola, pude con todos los gastos, y creo que me ayudó saber que tenía que cuidar a mi gata, al menos alimentarla y darle agua para que viva. Me mantuvo bastante entretenida verla vivir porque yo podía darle un espacio para hacerlo y supongo que eso y estar en silencio todos los días después de que volvía de trabajar, me hizo entender el valor de la vida y el derecho a vivirla sin violencia, al menos dentro de mi hogar.

También fui a bailar, y no hice terapia ni hablé con nadie hasta tres meses después cuando me di cuenta que ya no tenía fuerzas para seguir pretendiendo que no pasó nada. Esa fue la primera vez que dije en voz alta y en detalle lo que me había pasado. Dije que me violentaron, porque siempre lo supe porque lo viví y eso cuando lo decís de forma consciente ya no se puede borrar.

Desde entonces todo es un constante repaso o recordatorio de toda la violencia que recibí a diario y que de alguna manera justifiqué porque pensé que me merecía.

Y la culpa viene fácil cuando es un sentimiento predominante que sentís desde chica. Porque además de ponerle el cuerpo a las desigualdades estructurales, sos responsable por haber negado la violencia y haber decidido tener esperanzas en que todo algún día iba a cambiar, que era sólo un momento y después iba a pasar. Doblemente victimizada, no se puede escapar nunca del sistema y del estigma.

Y si hay silencios entre las personas que dicen que nos cuidan y nos quieren, en realidad no hay cuidado. O al menos así lo viví. Pero a veces es más complejo, y también hay miedo y dolor, hay muchos estereotipos alrededor de la violencia, y si sos de clase media y estás en mi familia es probable que pienses que eso les pasa a otra clase de personas, o bueno, creas que la forma de afrontarlo es negarlo. Crees que no es para tanto, que si lo estás pudiendo soportar ahora, vas a seguir pudiendo siempre.

¿Y ahora qué? No sé. No tengo un plan, no hay un plan. No hay un lugar donde sentir que puedo bajar la guardia y sentirme cómoda, es difícil confiar. Es casi como un sello en la frente que arde cada vez que revivo una situación en donde alguien ejerce el poder de la violencia. Todo es un pozo de miedo que parece no acabarse nunca. Es peor que las películas de terror que veo porque es de verdad y me está pasando. Sentir que voy a salir de casa y va a estar ahí esperándome, que me toque el timbre, que me llame, que aparezca, de escuchar y ver esa risa de nuevo. De transportarme a ese momento de estar sin poder moverme y sola.

Ya sé. Ya sé que tengo derecho a una vida sin violencia, que no hubo nada que yo hiciera, que no me lo merecía, ni me merezco golpes, gritos y maltratos. Pero no hay un plan, ni un botón, ni una ley para deshacer todo esto que siento ahora, después de todo. Quiero hacer todo y nada, y no puedo, no me sale. Y alrededor hay mucho silencio. Todos esperan a que hable y diga algo cuando no sé ya más que decir.

Violencia es que no haya un plan y tener que revivir toda la violencia de nuevo.

Violencia es no haberme sentido cómoda y cuidada en los espacios que habitaba.

Violencia es que incluso algunos espacios que habité estuvieron llenos de esa violencia.

Violencia es darte cuenta de que hay violencia y ser la única que lo ve porque ya lo viviste.

Violencia es que siendo 2021 no hablemos de la salida de este vacío.

Violencia es darte cuenta que después de la violencia hay más violencia.

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