Por Ariana Krochik – Cofundadora de Consciente Colectivo
Fotografía: Agustina Safrian
En el Día Mundial del Ambiente, y a pocos días de marchar por #NiUnaMenos, reivindicamos la consigna de la soberanía sobre nuestros cuerpos-territorio y explicamos por qué es un asunto del presente, y no del futuro.
La innegable crisis climática nos obliga a pensar nuevos modelos socio-económicos y relacionales. Las lógicas extractivistas con las que se avanza sobre los territorios y la cultura del descarte son alternativas obsoletas ante la emergencia con la que debemos atender las cuestiones ambientales.
Muchas veces pensamos lo ambiental como algo que no nos incluye como seres humanos. Nos cansamos de escuchar familiares y amigxs que se excusan de atender a las movilizaciones y reclamos del movimiento ambiental como si fuera algo del futuro, que no les va a afectar. Me animo a decir entonces, que poco y nada entienden de qué implican estas problemáticas y cómo nos están afectando hoy, sobre todo a los sectores históricamente más vulnerados. Espero, en estos pocos párrafos, poder interpelar sobre la transversalidad de ésta problemática.
Cuando hablamos de las problemáticas socio-ambientales estamos hablando de brechas de desigualdad en un sentido amplio entre quienes tienen acceso al agua potable, a la alimentación, a la vivienda, al trabajo y quienes no. En un contexto donde la pobreza está centrada en las feminidades -jefas de familia- esta brecha se profundiza por los impactos diferenciados de la crisis climática.
La construcción colonial y patriarcal de la modernidad se basa en un paradigma dualista. Bajo ésta conciencia, se separa al hombre de la mujer, a la sociedad de la naturaleza, poniendo en polos opuestos éstas relaciones y marcando la superioridad de uno por sobre el otro. Es entonces que vemos al hombre como una figura fuerte, culta y racional; y a la mujer como débil, frágil y emocional. Siguiendo con está lógica, tanto la mujer como la naturaleza se ponen al servicio del hombre y de la sociedad siendo inferiorizadas, devaluadas, oprimidas y explotadas.
La violencia patriarcal con la que se avanza sobre la naturaleza -los territorios-, para la extracción de los bienes ambientales a través de actividades como el fracking, la megaminería y el agronegocio, entre otras para el beneficio de la sociedad; está relacionada a la violencia hacia nuestros cuerpos.
Analicemos también lo que llamamos la división sexual del trabajo. El trabajo del cuidado -no remunerado- se le ha atribuido a las mujeres como un deber ser social. En éste sentido, el paradigma del cuidado se asocia a la lucha histórica de las mujeres contra el avance extractivista sobre los territorios, pero también en la relación de las mismas con las prácticas agroecológicas, la soberanía alimentaria, la reproducción de saberes ancestrales, el cuidado de los ecosistemas y los ciclos naturales (Svampa).
Éstas prácticas del cuidado, como la producción y reproducción de vida, son invisibilizadas. “No es amor, es trabajo no remunerado”, es una demanda que resurgió durante la pandemia. Sin embargo es parte de una lucha histórica de las agendas feministas por políticas públicas que reconozcan el cuidado como un trabajo y el lugar político que éste tiene en nuestra sociedad.
Otra demanda transversal es el reconocimiento de la gestión menstrual como una necesidad básica para las personas menstruantes que perpetúa desigualdades y vulnera derechos por el simple hecho fisiológico de menstruar.
La gestión de la menstruación acarrea un gasto que solo tenemos las personas menstruantes. Aproximadamente 58% de los hogares en nuestro país cuenta con al menos una persona menstruante, que gasta $5000 en promedio en toallitas y tampones, durante más o menos 35 años de vida que menstruamos. Esto se suma a la brecha salarial entre mujeres y hombres que es del 28,4% aproximadamente (dato Ecofeminita).
Miles de personas ven sus derechos vulnerados al no tener una gestión adecuada, como el derecho a la salud, educación, libertad de elección, entre otros. La falta de acceso a productos de gestión menstrual genera ausentismo escolar y laboral.
Existen alternativas de productos reutilizables de gestión menstrual, como las copas menstruales y toallitas de tela, que son armoniosos con el ambiente y la salud de nuestros cuerpos, libre de sustancias químicas, como plaguicidas y disruptores endocrinos, y productos tóxicos contraindicado para la salud.
Hablamos de una doble contaminación de nuestros cuerpos-territorios en el modelo en el que extraemos productos de la naturaleza, como es el algodón para productos de gestión menstrual, que usamos una sola vez y los desechamos generando más de 130.000 toneladas de residuos anualmente solo en Argentina. Estos residuos muchas veces terminan en basurales a cielo abierto donde muchas veces viven familias que hacen de la basura su fuente de alimento y de trabajo. Los productos descartables de gestión menstrual, como son las toallitas y los tampones descartables, contienen glifosato, un herbicida tóxico potencialmente cancerígeno, que contaminan agua, suelo y aire, afectando tanto los ecosistemas, la salud de las poblaciones y a nosotrxs, las que nos lo ponemos en el cuerpo, y representan riesgos para nuestra salud.
La interseccionalidad entre género y ambiente dialoga con estos reclamos y los vincula con la agenda del movimiento socioambiental, poniendo en el centro de la lucha a la vida en todas sus formas.
El vínculo cuerpo-territorio plantea las bases de un nuevo enfoque relacional, basado en la sostenibilidad y la equidad, redefiniendo los roles de género instaurados. Nos pone así a muchas feminidades al frente de la lucha en defensa de los derechos humanos y del ambiente, revalorizando el concepto del cuidado y la naturaleza.
En éste día del ambiente, que la soberanía sobre nuestros cuerpos-territorio sea una consigna feminista y ambientalista.