El peligro de naturalizar la violencia

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Por Luciana Vartabedian

Me acostumbré a ver denuncias por maltrato laboral en la tele, a escucharlas en la radio, a leerlas en los diarios. La historia casi siempre es la misma: hombres que ostentan poder y lo ejercen sobre las mujeres en sus trabajos y nunca reciben una condena. Muchas veces los casos ni siquiera ingresan al circuito judicial. Muchas veces, las mujeres no reconocemos que estamos siendo sometidas a estas situaciones por pura desinformación. Pero, sobre todo, los casos siempre son titulados haciendo énfasis en la víctima con operaciones sintácticas que borran al sujeto acosador, volviéndolo un desconocido para la sociedad y haciendo recaer el peso en la acción o en la víctima.

Foto: Agostina Cincotta

La naturalización es un peligro enorme. La interiorización de prácticas y discursos patriarcales es un mecanismo con el cual se intenta evitar que problematicemos y visibilicemos el maltrato en el ámbito laboral e incluso nos imposibilita detectarlo. La naturalización es un impedimento con el que chocamos en el proceso de deconstrucción, una y otra vez.

Pienso en mí, en cómo yo reaccioné a cada caso de mobbing con el que me encontré a lo largo de mi existencia. Quizás por eso cuando en mi primer trabajo lo viví en carne propia, lo normalicé. “No es personal” me repetí muchas veces. Quizás por eso también no lo cuestioné cuando mi mamá llegó a casa incontables veces llorando, porque su jefe le gritaba frente a todos sus pacientes y compañeros de trabajo. Quizás por eso no me sorprendió ver que un diputado provincial acosaba a una de sus asistentes, compañera de militancia.

En cada una de estas situaciones me lamenté, demás está aclararlo, pero lo observé resignada y asimilando el hecho de que probablemente, mi hermana, mis amigas, mi mamá, mis sobrinas, yo y todas las mujeres que conozco -y las que no también-, tendríamos que enfrentarnos a esa situación en algún momento de nuestras vidas.

Me pregunto por qué, como sociedad, nos resignamos al estado de las cosas: ¿por qué nos mantenemos bajo estructuras cuya reproducción reconocemos desigual y restrictiva y que está ligada a una escisión permanente producto del género con el que nacemos como individuos de una especie?

Foto: Natalia Lojoya

Sé que desde el feminismo estamos tratando de cambiar esta situación, visibilizar lo oculto y denunciar lo injusto, pero no puedo evitar dudar. Sé que gracias al movimiento feminista puedo como mujer plantarme en una posición crítica de la realidad y dar cuenta de situaciones que antes nunca vi, pero que siempre estuvieron ahí. Cuando a mí me pasó -y no fue hace mucho-, nadie me defendió, nadie comentó algo, nadie consideró que mi integridad y derechos laborales estaban siendo avasallados. Ni siquiera yo misma. Por eso dudo.

Pero, desde donde mi militancia y yo lo vemos, la duda es sana. Solo dudando ingresamos a un estado de incomodidad constante donde cada pregunta sin responder se convierte en una insurrección latente que pretende convertirse en revolución colectiva. “Lo personal es político”, decían las feministas de los ’60. Y sin duda, lo es. Convertir la experiencia y la dolencia propia en una herramienta para la deconstrucción de una sociedad machista y desigual, es un acto político en su totalidad.

El hostigamiento laboral es una expresión de la violencia de género extendida. Como en otros tantos ámbitos de la vida, somos nosotras quien principalmente lo padecemos. Según datos de la Oficina de Asesoramiento sobre Violencia Laboral, el 65% de las denuncias corresponden a las mujeres y sólo el 30% a los hombres. Además, más del 10% de las denuncias son por acoso sexual, mientras que las denuncias hechas por hombres de este tipo no alcanzan el 1%. Por último, el 89% de las denuncias que realizan las mujeres son por acoso psicológico, que sabemos, tiene una enorme repercusión en la salud física y mental. A estos porcentajes sumemos todos aquellos casos no denunciados o no reconocidos y las disidencias que no son contempladas.

Otro factor considerable es la influencia que tiene la coyuntura económica -que de por sí es más hostil para las mujeres- en estas situaciones. Sobrevivir o renunciar no es una opción cuando estás al frente de una familia y sos el único ingreso económico para darle de comer a tus hijos. Frente a esta desesperación por factores que exceden las acciones de cambio propias, la extorsión se fortalece y el abuso de poder se consolida. No es casual que el promedio mayor de denunciantes son mujeres de 30 años, sostén de sus hogares y generalmente pertenecientes al ámbito privado.

No se puede borrar el peso que tiene el género en esta situación. La violencia laboral justificada en el abuso por la condición de género es uno de los tantos desprendimientos del mandato más real del patriarcado: el hombre sigue colocando a la mujer en situaciones en las que ha sido pensada por una estructura social ortodoxa y por eso la condenada a la vida doméstica porque en caso contrario es acosada e incluso violada. Hasta este momento, todos somos parte de un pacto social que legitima el maltrato. Frases como “lo estás imaginando, no es personal, es un halago que te diga esas cosas” son guión corriente aún en este momento histórico de revolución feminista.

Foto: Miss Complejo

Sólo se vuelve la mirada hacia nuestro lado cuando se trata de discutir sobre sujetos victimizados. La prevención, la educación y la concientización quedan relegadas y son contempladas solamente cuando los efectos son irreversibles: un estado de depresión con pérdida de interés por todas las actividades que la mujer realizaba hasta ese momento, la ausencia de todo deseo y capacidad de progreso laboral, la pérdida de la identidad, no sentirse poseedora de sí misma y en consecuencia empiezan a aparecer reacciones físicas.

Mi preocupación mayor es que, como dice Rita Segato,“tal vez la justicia no fuera posible, sino solamente la paz”¿Sería alguna paz suficiente frente a semejante dolor?

Pero me consuelo también, con una frase de la misma autora: “Si entendiéramos las formas de la crueldad misógina del presente, no solamente entenderíamos lo que está pasando con nosotras las mujeres y todos aquellos que se colocan en la posición femenina, disidente y otra del patriarcado, sino que también entenderíamos lo que le está pasando a toda la sociedad”.

El conocimiento es poder y es conquista de derechos. Creo profundamente que tejer en red apoyo para las víctimas del patriarcado, que somos todas y todos, es potenciarnos como colectividad, es impulsar la lucha feminista y es lograr la igualdad en cada espacio de la vida. Porque estamos acá para derribar el mandato de la opresión. Pero antes hay que conocerlo en cada una de sus facetas, para que no quede ni una mujer ni disidencia más sometida al patriarcado.

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