Entre el miedo y la ansiedad

Mesa de trabajo 1

Por Chiara Finocchiaro
Ilustración por Victoria Scarrone

Una historia sobre la salud mental, la transformación personal y el poder de enfrentar nuestros miedos en territorios desconocidos.

Qué difícil es tener miedo casi todo el tiempo. Aparece en momentos muy insólitos, como cuando creés que todo viene bárbaro y de un momento a otro estás hecha un bollo en el sillón de tu casa con palpitaciones a 100bpm y poco aire, sintiendo un nudo en la garganta y un terror paralizante en el pecho, esperando que esta vez no sea la muerte. Ese es el famoso monstruo de la ansiedad.

No es algo nuevo, nos conocemos hace muchísimos años –desde mi infancia, diría–, pero en ese entonces no nos mirábamos de tan cerca. Fue hace poco que decidió convertirse y apersonarse justo en los momentos en los que suele entrar algo de luz.

Desde hace un tiempo con mi psicóloga venimos hablando sobre los efectos adversos de la felicidad: al parecer, el cerebro humano está –naturalmente– programado para la supervivencia y enfrentarse al placer puede ser –en muchos casos– un peligro, sobre todo cuando ya vivimos experiencias traumáticas; entra en cortocircuito, no asimila bien la información. A eso, hermanas, solemos llamarlo autoboicot.

La realidad es que, en este preciso momento, siento mucho miedo. A pesar de conocernos bien, la ansiedad siempre me incomoda, no logro dar en la tecla para que se vaya y parece que la única respuesta es hacerle lugar. Hay que invitarla a dar un paseo, atravesar todas y cada una de las sensaciones que nos trae y recién ahí abrirle paso para que se vaya con esa amabilidad que muchas veces solemos tener para con les otres, pero que en contadas ocasiones aplicamos a nosotres mismes. Pero en todo esto hay algo más interesante: una vez que entendés la dificultad que desencadena el querer librarte de la susodicha, aprendés a hacer todo con ella a cuestas; le alquilas un lugarcito dentro tuyo porque, a fin de cuentas, es tu concubina. Ese motivo me impulsó a hacer un viaje sola por primera vez en mi vida. Y sonará cliché, pero fue la manera más tangible y eficaz que encontré de ponerme a prueba, de confiar en mí misma.

Saqué un pasaje y dije: Chau, me voy a México. Llegué a un aeropuerto donde nadie me esperaba y paseé por la ciudad más grande de todo Latinoamérica. La Ciudad de México es, cuando menos, devoradora: es todo colosal, el tránsito, los edificios, las avenidas, los monumentos, la calidez de las personas. Llegué sintiéndome muy chiquita –así como el perrito del meme–, pero cada paso que daba por el Paseo de la Reforma me hacía crecer un poquito más. Igual, crecer siempre duele… Es como esos dolores que te dan cuando sos peque y empezás a hacerte grande: “Son los huesos que se te estiran”, me decía mi mamá.

Mi paso por ese país del Norte me empujó un poco más a la vida, a salir de mi capullito de algodón, ese que me armé después de que mis últimas vacaciones se arruinaran por completo cuando sufrí un ataque de pánico traumático en medio del océano en Brasil. Ese evento –que en realidad fue el summum de una serie de situaciones desagradables–, me hizo sentir tan cerca de la muerte y a la vez tan lejos de mi propio cuerpo que no puede compararse con nada que haya vivido alguna vez. Es indescriptible todo el viaje que te puede hacer comer la consciencia; yo estaba en una lancha, rodeada de agua y un horizonte en el que no veía posibilidades de salvarme. Así en la realidad y también en mi mente.

Ahora soy otra Chiari y estoy orgullosa. Salí del caparazón, entrené mi cerebro como si fuera Rocky, me repetí “concentración, disciplina, constancia y perseverancia” como mi mantra personal, y aprendí a pedir un abrazo siempre que lo necesito. México fue mi premio, mi aliado y mi mentor. Me fui a un mar gigante y armé mi propio Comer, Rezar, Amar: anduve en bici por la selva, nadé envuelta en peces, hice yoga en la playa, tomé Coronitas hasta explotar, hablé con gente random y hasta me hice amigues nuevos.

Entendí que cuando me rodeo de lo que me hace bien, me siento sólida, invencible, lista para ser amiga de mi monstruo.

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