Por Lucía Bernstein Alfonsín
Fotos: Agustina Safarian (@panfocus.cine) y Pilar Zarza (@pil4zarza)
El pasado martes 8 de marzo, las mujeres y feminidades copamos las calles una vez más y, por primera vez, se sumó a marchar el movimiento socioambiental, encargado de generar espacios de reflexión en torno aspectos de gran importancia del fenómeno social y el territorio.
Este año diversos colectivos socioambientales como Consciente Colectivo, Fridays for Future, Eco House y Jóvenes por el Clima, entre otros, adherimos al Paro Internacional de Mujeres Trabajadoras. La convocatoria capturó diferentes lemas, entre los cuales se escucharon: “Ni la naturaleza, ni las feminidades somos territorio de conquista”, “Gestión Menstrual Sostenible a la agenda pública” y “Vivas, libres y desendeudadas nos queremos”. Desde el movimiento socioambiental nos sumamos a marchar al grito de la consigna: “La deuda es con nosotras y nosotres”.
Cada vez vemos más necesaria la importancia de tener una perspectiva interseccional, donde la agenda feminista y la socioambiental converjan generando espacios de conversación, acción y activismo. El devenir del movimiento ecofeminista, dentro de un panorama de alerta ante el cambio climático y sus consecuencias, nos ubica constantemente al lado de los movimientos sociales y locales. La justicia ambiental es justicia social, y no hay justicia social sin justicia de género.
Los ecofeminismos (ecologismo + feminismo) surgen como un cambio de paradigma a la hora de repensar nuestros vínculos y el vínculo con la naturaleza. Buscan salir del esquema binario de dominación, que constituye la división entre sociedad y naturaleza, entre el hombre y la mujer. Desde los comienzos de la modernidad las feminidades fuimos inferiorizadas y naturalizadas, acusandonos de irracionales, sensibles y brujas; mientras que en el otro extremo sucedió, la feminización de la naturaleza como tal (la Madre Naturaleza, la Pacha Mama, Gaia, etc.) y funcionó como concepto legitimador de su explotación. La relación entre ambas no tiene que ver con una “vocación natural de la mujer”, sino con el rol que se nos ha asignado en la división sexual del trabajo.
La violencia patriarcal hacia las cuerpas-territorios, los femicidios y la invisibilización del trabajo como reproductoras de mano de obra, está asociada al modelo de expansión extractivista, patriarcal y colonial que avanza sobre los territorios y la naturaleza.
Las mujeres fuimos las protagonistas de grandes procesos de autoorganización colectiva en la lucha por los derechos humanos y de la naturaleza. Asambleas, movimientos y organizaciones locales, como las Madres del Barrio de Ituzaingó, las Mujeres de Fátima y el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, entre otros, son ejemplos las mujeres argentinas defensoras de la salud y la tierra, ante el avance de la explotación petrolera, sojera y minera.
Los ecofeminismos vienen a proponer un nuevo paradigma relacional del cuidado, donde la vida se ubica nada más ni nada menos que en el centro. El 8M, como todos los días, nos organizamos y exigimos políticas públicas que nos permitan acercarnos a la equidad y sostenibilidad, que impulsen la participación ciudadana y visibilicen a las feminidades como protagonistas de la lucha. Hoy, ya no estamos solas.