Por Martina Dubini
En el marco del programa Amply Digital Arts Initiative, Juliana Manarino Tachella presenta la performance audiovisual Intemperie, en colaboración con el artista Outro en la quinta edición del festival Mutek en Buenos Aires. Desde Beba, tuvimos el privilegio de conversar con ella acerca de su conexión con el arte digital y la importancia de las redes colaborativas.
En Intemperie, con Juan Barrallobres, vincularon fotografías de la naturaleza con sonidos que se transforman en música, ¿cómo fue el proceso de pensar en la interacción de estos dos soportes? ¿Qué perspectivas sentiste que entraron en diálogo?
Intemperie es un proyecto que deviene de un documental. En él se desarrolla un viaje que hicieron Juan Barrallobres (Outro) y Venganzaunder por la Patagonia, tanto del lado de Argentina como de Chile. Su premisa fue trabajar como recolectores de experiencias y testimonios de las personas que habitan esos territorios. Yo recibo ese registro visual por parte de Venganzaunder y me propongo reorganizarlo, ya no a través del discurso, sino desde un criterio más sensorial. Eso hizo que con Outro pensemos en, por un lado, un aspecto formal del tratamiento de imagen y sonido relacionado con ciertas técnicas y, por otro lado, un tratamiento poético y conceptual.
¿En qué consisten estos dos momentos?
En el tratamiento formal, yo le propongo a Outro que nombre tres técnicas que él use en la síntesis sonora para traducirlas en procedimientos técnicos de imagen. La finalidad de esto era jalar de un hilo que nos llevará a un territorio común. A la hora de pensar el abordaje poético, yo percibo en los registros un gran protagonismo del paisaje y del espacio. En paralelo al proceso, estaba leyendo unos textos de Juan L. Ortiz, un poeta entrerriano, que hablaban de llevar la intemperie adentro. Eso me llevó a pensar en la posibilidad de desarmar la relación antropocéntrica en la que el ser humano se encuentra por fuera del paisaje que mira. Ya no sólo miramos, sino que somos observados por la naturaleza en una relación recíproca donde, a su vez, también estamos inmersos. Entonces, lo inabordable que posee la intemperie, inicialmente lo hace sentir a uno como un extranjero al visitarla, se transforma como concepto para dar lugar a una especie de morada. Así aparece cada elemento en su singularidad. Las piedras, las montañas, las hojas, los árboles, los ríos y las cascadas como formas de ir de lo particular a lo general. Buscamos que haya momentos en la performance audiovisual donde uno pueda sentir que se mete dentro de cada elemento. Hay una desorganización temporal de esos materiales en función de dejar de contar una historia para que así ocupe un primer plano la experiencia sensible.
Esa misma idea de discontinuidad y fractura temporal también está presente en otros trabajos que tenés como «Para que haya un cuerpo hace falta un hueco”. ¿Cómo surge esa obra?
Ocurrió durante la pandemia, mientras hacía unos ejercicios de collage. Tenía en mi mesa de luz revistas con fotografías de historia Argentina, muchas de ellas coberturas de prensa, en las que ví que a contraluz se superponían algunas imágenes y al hacerlo también lo hacían dos eventos históricos que estaban alejados en el tiempo y que en apariencia no tenían nada que ver uno con el otro. Todo esto comenzó siendo algo azaroso, provisto por las mismas revistas. Luego surgieron nuevas superposiciones a partir de una investigación en una Clínica en Artes Visuales en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Al igual que en Intemperie, acá aparece cierto trabajo con la luz que es la materia prima de todos esos lenguajes. Aunque también es bastante paradójico porque en general trabajo con materiales que necesitan oscuridad para verse.
También trabajaste con el negativo que surge de la decisión de perforar esas fotografías sobre una superficie negra, ¿qué sentido se activa a la hora de marcar agujeros?
Claro. Lo que hice fue agarrar una de estas hojas de revista donde estaban las imágenes superpuestas y la coloque delante de un papel negro y perforé los dos papeles juntos. Entonces la foto original de la revista desaparecía, pero volvía a aparecer en el papel negro cuando éste era atravesado por la luz. El juego de aparecer-desaparecer se enlaza con la relación de elegir un relato histórico por sobre otro. Es una reflexión sobre cómo se cuenta la historia. Un acontecimiento en el que yo había estado trabajando era el del descuelgue de los retratos de los perpetradores porque ahí sucedió algo muy performativo. Al retirar los retratos de Videla y Bignone, se construyó una imagen inédita. Es decir, quitar o borrar una imagen implicó crear una nueva.
¿Cómo se expresa este interés que tenés alrededor del trabajo con imagen analógica e imagen digital a la hora de pensar un proyecto?
Mi formación es fundamentalmente en Artes Visuales, Artes Plásticas y Cine, pero el hecho de pensar de manera integral los procesos de la cultura me llevó a querer aprender diferentes procedimientos como dibujo, fotografía, grabado, edición de video y animación. Creo que estoy un poco superpuesta en todas las técnicas que utilizo. Eso me hace sentir como una extranjera y, creo que hay algo bueno en eso porque aporta una voz distinta en circuitos que tienden a volverse muy endogámicos. Pero también genera cierta sensación de dislocación. Son incomodidades que a la vez me dan la posibilidad de trabajar como si fuera un collage. Entonces, cuando me vinculo con un proyecto, sea este personal o colectivo, trato de no forzar mis sugerencias y aceptar lo que el propio proceso muestra que necesita. Se trata de ver hacia dónde se manifiestan los materiales con los que trabajo. Creo en abandonar esa imposición de la autoría. Por otro lado, como todas sabemos, es muy difícil vivir del arte. Paso de estar mucho tiempo en la computadora preparándome para eventos como Mutek a, de repente, volver a dibujar. Soy una trabajadora obrera. Aprendí muchas técnicas por necesidad laboral.
Con respecto a esto último que mencionás, ¿cuáles son las oportunidades que como artista sentís que tienen (o no) las feminidades en el circuito del arte?
Yo siento que esas oportunidades se dan pero no siempre son visibles. Sabemos que la construcción de redes creativas entre mujeres es un trabajo constante, pero también es valioso que existan programas como Amplify donde podamos cruzarnos desde un marco institucional. Acá tuve la oportunidad de conocer a muchas compañeras con quienes pudimos no solo exponer las limitaciones a las que nos enfrentamos, sino potenciar nuestros trabajos. También creo que las políticas públicas y las instituciones no se traccionan solas. Reaccionan por la fuerza mancomunada de nuestro movimiento. Con esto no quiero decir que haya que idealizar esos contextos, porque todo encuentro social tiene sus particularidades, pero hay una serie de debates que estos ámbitos propician y que no hay que eludir. Cuando ganan ciertos discursos misóginos, es porque estamos evitando dar una discusión. Tal vez se trate de que podamos gestionar el disenso ante la aparición del conflicto interno. Una suerte de gimnasia permanente.
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