La dama de hierro: un paseo por la oscuridad de Victoria Villarruel

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Por Malena García

Victoria Villarruel es un nombre nuevo para una generación que la conoció cuando asumió como diputada nacional por La Libertad Avanza en 2021. Para los organismos de derechos humanos, su nombre es conocido desde antes: dedicó más de la mitad de su vida a la militancia negacionista.

El 20 de septiembre de 2006, el genocida Miguel Etchecolatz se sentaba en el banquillo de los acusados a escuchar su sentencia. Justo cuando el presidente del Tribunal alcanzó a pronunciar las palabras: “Condenando a la pena de reclusión perpetua…”, los escudos de la policía que lo protegían, se tiñeron de pintura roja lanzada por el público al grito de “¡Asesino!”. La causa era por seis homicidios, ocho secuestros y torturas. Etchecolatz era apenas el segundo represor condenado luego de la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.

Dos días antes, en la audiencia de alegatos de la causa en los Tribunales de La Plata, Jorge Julio López no se presentó. Nunca había llegado tarde y su testimonio como sobreviviente había sido clave para demostrar el grado de participación del represor en los delitos por los que fue condenado.

“Ahí hay muchas reacciones y muchos mecanismos que se ponen en juego”, dice Guadalupe Godoy, abogada querellante en causas de lesa humanidad. “Yo no pertenezco a la generación en la cual una ausencia implica una desaparición. Y sí pertenecía a Nilda Eloy, que fue la primera en asustarse muchísimo y plantear la palabra desaparecido. Pero no fue mi caso. Mi generación es más la de gatillo fácil y la resistencia de los 90. No fue lo que pensé en el primer momento, pensé que podía haberse angustiado muchísimo por todo lo que implicaban esos meses, revivir todo, haber estado en los centros clandestinos… Eso fue lo que pensé, y bueno, recién al día siguiente dejé de pensarlo”, relata.

Mientras los alegatos continuaban, un grupo de abogados presentó un hábeas corpus. Desde 2006 hasta la fecha, se dictaron 301 sentencias por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura. Según el Ministerio Público Fiscal, hay 696 personas condenadas, entre las cuales 98 están cumpliendo una condena en un establecimiento carcelario y 537 se encuentran en prisión domiciliaria. El 40% de los imputados (1501 personas) fallecieron desde la reapertura de los procesos penales.

“Cuando López desaparece, la principal línea de investigación que impulsamos las organizaciones de derechos humanos que habíamos querellado en el juicio contra Etchecolatz, y que a partir de ahí nos involucramos en la causa por la desaparición de López, era justamente qué sectores o grupos querían impedir la continuidad de los juicios”, dice Guadalupe Godoy.

Victoria Villarruel, de 48 años, nacida en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y abogada de profesión, es integrante de una familia de militares. Su padre, Eduardo Villarruel, participó en el Operativo Independencia, un precursor de los crímenes de la dictadura en Tucumán. Su tío, Ernesto Guillermo Villarruel, estuvo detenido por crímenes cometidos en el centro clandestino El Vesubio, aunque no fue juzgado por ser declarado incapaz de afrontar el proceso. Para la generación más joven, su nombre se hace conocido al asumir como diputada nacional por el partido de La Libertad Avanza, cuando el 7 de diciembre de 2021 juró “por las víctimas del terrorismo”, dejándo en claro su postura negacionista desde el minuto cero. Sin embargo, para la generación de Guadalupe Godoy y para la de la militancia de los derechos humanos, su nombre ya era familiar: figuraba en los cuadernos del genocida Miguel Etchecolatz como un contacto que podía brindar ayuda.

En su Apología para la historia o el oficio del historiador, el historiador Marc Bloch cita un proverbio árabe acerca de los fenómenos históricos que dice: “Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”. Si somos hijes de nuestro tiempo, podemos decir que Victoria Villarruel es hija de los ‘70 y la teoría de los dos demonios que se actualiza en el presente, que demoniza la militancia y la protesta social -la de ese entonces y la de nuestros días-, que ataca los emblemas construidos para luchar contra la impunidad, como los pañuelos blancos y el símbolo de los 30.000 desaparecidos, que busca frenar los juicios a los militares, reducir sus condenas o darles la libertad. Los llama así, “los 70” (no usa nunca la palabra dictadura) y dedicó más de la mitad de su vida a la militancia en organizaciones pro-militares.

Con esa impronta, escribió los libros «Los otros muertos: Las víctimas civiles del terrorismo guerrillero de los 70» (2014) y «Los llaman «jóvenes idealistas»: la guerra revolucionaria en la Argentina: historias de crímenes silenciados y de víctimas sin reparación” (2009). También es coautora del libro «La Nación dividida. Argentina después de la violencia de los 70», compilado por Alberto Crinigan, imputado por privaciones de la libertad, torturas y desapariciones durante la última dictadura en el regimiento 7 de La Plata.

En 2006, mientras se retomaban los juicios a las fuerzas armadas, Villarruel fundó el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), un desprendimiento de AUNAR, una agrupación nacionalista que había sido fundada en 1993 por el ex jefe de Inteligencia de Campo de Mayo en 1976 y último jefe de la Policía Bonaerense en la dictadura, el general Fernando Verplaetsen. Para Guadalupe Godoy, el CELTYV “hasta en el nombre trata de imitar a un organismo, porque si lo mirás distraída, te lo confundís con el CELS”. “Copian el discurso de los organismos de derechos humanos, hablan de presos políticos, hay una apropiación del discurso humanitario”, señala la abogada. “Entonces se la veía a ella en varias de estas cosas hablando de presos políticos, por un lado, para referirse a los genocidas; y un discurso sobre las preocupaciones por la violación de estos derechos y garantías. Y ahí empezaron a hacer presentaciones ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, fundamentalmente por el tema de las prisiones domiciliarias”, cuenta Guadalupe.

Perdiendo la batalla cultural: cuando lo impensable es posible

En las elecciones del 13 de agosto, la fórmula de Javier Milei de La Libertad Avanza fue la gran sorpresa, obteniendo un 29,8% de los votos, seguida por un 28% para Juntos por el Cambio y 27,2% para Unión por la Patria. Minutos antes de las diez de la noche, Victoria Villarruel pronunciaba su discurso desde el búnker de los libertarios, con Carolina Píparo a su izquierda y Ramiro Marra a la derecha. “Es un momento histórico para todos nosotros, impensable”, exclamó.

Ese día, Victoria viste un saco de doble abotonadura: una vestimenta que, como dice Rocío Vázquez, comunicadora de moda, creadora de la cuenta @sereinne_ y licenciada en Diseño de Indumentaria por la UBA, en plena campaña política no puede considerarse algo casual. Es un traje típico de Napoleón que se popularizó en el ámbito militar, y que fue vestimenta obligatoria para la Marina real británica, lo que podría ser un guiño de admiración a Thatcher. En definitiva, la vestimenta puede ser una herramienta para transmitir ideas sobre lo que se quiere hacer y representar al ocupar los puestos de poder.

“Cada persona que estudia un tema distinto, tiene un interés o un ojo para cierto tema; nosotres lo tenemos por lo estético, por la moda y por el diseño en general”, dice Rocío, y agrega: “Lo primero que dijimos, más allá de “¿qué carajo está pasando?”, fue esto: “¿vieron el saco que se puso?”. Obviamente es un saco que ha usado, por ejemplo, Michael Jackson, y que han usado un montón de personas. No es que ponértelo significa que sos un milico y que querés que vuelva la dictadura, pero el contexto en el cual a ella la acusan de haber organizado visitas de jóvenes para Videla, en ese contexto ponerte ese saco, es hacerte cargo. Más aún siendo una persona que es abiertamente negacionista”, indica la diseñadora.

Mientras pienso en esta nota, voy al Festival de Cine Argentino de La Plata, donde veo la película “La memoria que habitamos”. El documental narra el asesinato de Silvia Filler en 1971, una estudiante de Arquitectura de la Universidad Nacional de Mar del Plata de 18 años, mientras participaba en una asamblea estudiantil. La Concentración Nacional Universitaria (CNU), una agrupación de ultraderecha, entró a los tiros con el fin de romper la asamblea de un movimiento que se encontraba discutiendo sobre las cátedras, los contenidos y el perfil profesional. Cuadras y cuadras participaron del entierro de Silvia y a su asesinato le siguieron protestas que concluyeron con «El Marplatazo», un paro de la CGT de la región con apoyo de estudiantes.

El documental reivindica a Silvia Filler como ícono de la lucha estudiantil. Retoman la investigación del crimen a partir de la conversación con familiares, historiadores y testigos, mientras recomponen algunas de las escenas del caso, incluyendo el escenario del homicidio: el aula magna de la Facultad de Arquitectura -hoy Rectorado de la UNMdP- tal cual estaba: sus pintadas, banderas, gradas de madera.

En una de las escenas, el periodista Federico Polleri entrevista a Eduardo Ullúa, uno de los responsables del asesinato de Silvia, que fue condenado a prisión perpetua por formar parte de la asociación ilícita y por ser responsable de ocho homicidios. Los integrantes de la CNU fueron juzgados por delitos de lesa humanidad en la justicia marplatense casi 45 años después de los hechos. Sentados frente a frente en una mesa angosta de la cárcel, Ullúa niega haber participado de ese asesinato -dice no recordar- mientras que Polleri confronta estos dichos con un testimonio del propio Ullúa en un programa de radio estadounidense llamado Prisioneros Argentinos, donde entrevistaban a detenidos por lesa humanidad a quienes llamaban “presos políticos”. Pienso en estas narrativas que se tejen en tiempos democráticos.

“En algún momento eso fue menos visible, en algún momento hubo menos recepción social para esos discursos, y por lo tanto estaban más silenciados, pero no dejan de estar”, dice Guadalupe Godoy. Tampoco hay que asustarse por eso, siempre está esa disputa, implica muchas cosas, no es sólo qué pensamos de la dictadura en términos de aparato represivo, pensar la dictadura es mucho más que eso, y esas lecturas donde los que se enfrentaron a la dictadura o militaban por un mundo mejor se transforman en terroristas, bueno, lo que tratan de invalidar es todas las luchas”, agrega.

“Hay algo subterráneo que ocurre, porque lo que cambian son los contextos. Creo que lo vivimos cuando ganó Macri. Hay un montón de gente que estaba tapada, y de repente sintió legitimidad para salir a decir cualquier barbaridad”, dice Polleri. “Lo de Villarruel me parece que es un síntoma también de cómo empiezan a aparecer en la superficie corrientes, referencias y narrativas que están subterráneas, pero que están y que estuvieron siempre en realidad. Están como agazapadas, esperando que cambie el contexto. Por eso es tan peligroso lo que está en juego en estas elecciones, porque lo que quieren justamente es modificar el contexto para que estas narrativas pasen a la práctica. Entonces lo que está en juego en esta elección es la posibilidad o no que tienen ellos de que el contexto cambie para que sus narrativas y sus acciones pasen a la superficie. Salir de abajo”, piensa el periodista.

La derecha o los derechos: podemos frenar la crueldad

Además de los vínculos con la dictadura cívico-militar, Victoria Villarruel se opone al feminismo: “El feminismo no nos representa. Hoy por hoy es un medio para entrar al Estado y para tener prerrogativas que los hombres no tienen, pero las mujeres somos mucho más que lo que vos ves en una marcha. Son madres, profesionales, creyentes, patriotas, y estamos esperando que se nos tome como tales”.

“Creo que la emergencia de estos grupos de ultraderecha tiene que ver con que los feminismos han desestabilizado jerarquías muy profundas de nuestra sociedad, que han puesto en discusión grandes jerarquías. Por ejemplo, la idea de que el trabajo de las mujeres no tiene que estar remunerado”, dice Luci Cavallero, socióloga y militante del colectivo Ni Una Menos.

Los avances de los feminismos enfrentan reacciones. La derecha propone la eliminación del Ministerio de las Mujeres, la Educación Sexual Integral y la derogación del aborto legal. Las movilizaciones feministas del 28 de septiembre en el Día de Acción Global por el Acceso al Aborto y el cierre del 36° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries en la ciudad rionegrina de Bariloche, fueron marchas que delinearon los pasos de un movimiento feminista organizado contra la ultraderecha. El pasado 13 de agosto, 3 de cada 10 mujeres votó la fórmula de Javier Milei, y entre las PASO y las Generales, el partido hizo poco y nada por captar nuevos votos entre las jóvenes y las mujeres. Los feminismos intentaron visibilizar el impacto de las políticas que proponen Milei y Villarruel sobre las mujeres y disidencias: por ejemplo, la desregulación de la portación de armas de fuego expone en mayor medida a las mujeres y al colectivo trans si consideramos que el 27% de los femicidios y travesticidios ocurren con armas de fuego, según datos de la ONG La Casa del Encuentro.

“Se genera una reacción patriarcal, una reacción que está íntimamente relacionada con lo que hoy necesita este capitalismo financiero, neoliberal, para poder funcionar. Que necesita que esas jerarquías estén funcionando y ser estabilizadas. Y por lo tanto cuando se desestabiliza hay una reacción. Esa reacción es global. Nosotras vemos que no es casual que aparezca un exponente como Milei en Argentina, tiene un hilo conductor con otros lugares del mundo donde también estas fuerzas muestran un antifeminismo y que tiene que ver con que cierta parte de la estructura de la dominación se vio amenazada con lo que propone el feminismo”, afirma Luci Cavallero.

“El caso de Villarruel es muy paradigmático, primero Milei proponiéndose como un candidato de la libertad, jovial, rebelde y, sin embargo, empezamos a ver que la que se propone como vicepresidenta está asociada con vínculos muy estrechos a la última dictadura cívico-militar. Por lo tanto, lo que vemos ahí es que esa libertad financiera que proponen no se puede consumar si no es con autoritarismo, con ciertos aspectos antidemocráticos que tiene la propuesta de estas fuerzas políticas”, agrega.

En estas elecciones, la épica no es nuestra. No hay “cueste lo que cueste, el domingo tenemos que ganar” y el ánimo oscila entre la esperanza, la incertidumbre y la sensación de derrota. A 40 años de la recuperación de la democracia en Argentina, se viene una de las elecciones más decisivas de la historia, y la fórmula más votada en las PASO muestra que detrás de las promesas de libertad económica crecen las retóricas punitivistas, anti-derechos y apologistas del terrorismo de Estado.

“Lo que se expresa en ese voto a Milei no es la mirada sobre la dictadura, son otras cosas… Otras ausencias de la democracia, otras carencias. El malestar con lo que está pasando… No es que de golpe el 30% del país es negacionista”, advierte Guadalupe Godoy. Hacer indisimulable el puente entre la represión y la instauración de un modelo económico, tal como sucedió en la última dictadura cívico-militar, es nuestra tarea.

Vuelvo a la pregunta por habitar la memoria, por la memoria que habitamos: “No queríamos que sea una peli que sólo esté anclada al pasado, queríamos que tenga una proyección hacia el futuro, una mirada diferente, justamente para permitirnos discutir cuestiones del presente. Qué podemos hacer hoy para que no nos pase lo que le pasó a la generación que tuvo que sufrir esos niveles de violencia política de las derechas”, señala Federico Polleri, y agrega: “Cómo hacemos para contarnos como pueblo una historia que necesitamos contarnos, que la mayoría no vivimos, y cómo nos sirve esa reconstrucción histórica de la memoria para construir un presente más vivible y poder proyectar un futuro, y que el ejercicio del Nunca Más sea real”.

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