La memoria es natural: o por qué recordar es un acto humano

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Por Sofía I. Motti
Fotografías por el Archivo Nacional de la Memoria

Lo que recuerda uno puede (y debe) ser un recuerdo de todes.

Mañana
Me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores.
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiración
de un animal que sueña.

Sombra de los días a venir, de Alejandra Pizarnik

El lema Memoria, Verdad y Justicia no dispone su enumeración de manera arbitraria. Hay una obligatoriedad causal en que la rememoración sea el primer paso para luego construir una verdad y finalmente un sentido de resolución ajusticiando eso que se recordó y se asentó como los hechos. Entonces, el primer paso para llegar a la justicia es la memoria. ¿Cómo se construye tal cosa?

La memoria sigue siendo para la ciencia un misterio sin aparente conclusión total, no se sabe con determinación cuál es el espacio del cerebro donde se almacena el nombre de un compañero de la primaria, la primera vez que te subiste a una montaña rusa, el color de los globos que había en tu cumpleaños número 10. Poseemos sobre nuestros cuerpos un museo imaginario, intangible, cuyo acervo no responde a un criterio de selección de corpus, no elegimos qué queda almacenado en la nube abstracta que es la memoria. Por eso en vez de preguntarnos cómo funciona, sería interesante acercarnos a qué recordamos y por qué lo hacemos.

Existen dos tipos de memoria: la memoria del sujeto con recuerdo vivido y la memoria del sujeto con recuerdos históricos. No recuerda de la misma forma quien vivió un suceso de primera mano y quién recuerda los ecos de un momento, hecho, situación particular. Nadie que no haya sido abducido recuerda en carne propia cómo es desaparecer por unos días, por semanas, meses, para siempre. Nadie que no haya sido tirado de un avión hacia las profundidades del río recuerda en carne propia cómo es volar hacia otra vida. Nadie que no haya parido y luego visto su bebé ser llevado lejos, muy lejos, recuerda cómo es ser desprovista de lo que gestó durante nueve meses dentro suyo. Pero todes recordamos que hubo un momento en el que el cielo se volvió oscuro y no hubo luz por casi ocho años seguidos. ¿Cómo se conectan esas personas que recuerdan, recuerdan y recuerdan lo que sus cuerpos aguantaron con esas personas que se esfuerzan por construir una memoria de algo que no vivieron?

Hay un vínculo intrínseco, leal y comprometido entre quien pone a disposición su cuerpo, su historia y el testimonio que tiene para dar, y quienes lo reciben para decididamente diseminarlo. Tanto quienes tienen una voz como quienes no, han dispuesto lo que tienen a su alcance para hacer llegar su confesión, dejar una huella sobre que la existencia es un acto primario de supervivencia: yo estuve acá, viví acá, me mataron acá. Los esqueletos no olvidan, y esa es, quizás, la prueba más grande de que la memoria es natural; un cuerpo no puede borrar sus marcas, atestigua silenciosamente para siempre un recuerdo flamante, convirtiéndose en el epicentro de la generación de una memoria colectiva. La especialista forense Clyde Snow dice que es por esto que los torturadores seguramente le tengan más miedo a los muertos que a los vivos, porque un testimonio puede transfigurarse, pero las marcas de un cuerpo no. No es casualidad que, frente a la resistencia al olvido de la carne, la respuesta haya sido la desaparición y todo lo que podría haber contado.

El compromiso aparece cuando un hecho traumático, memoria individual del horror, se vuelve algo colectivo: ya no se trata sólo de haber estado ahí, vivido ahí, muerto ahí, sino de que todos sabemos que estuviste ahí, viviste ahí, moriste ahí, y vamos a recordarlo. Nos vinculamos con ese recuerdo ajeno desde su transmisión a un espacio que rompa con el silencio, el miedo y la vivencia en soledad del mismo, que resignifica lo vivido y asegura una vida longeva, yendo contra la lógica maniquea de la desaparición tanto de seres humanos como de cualquier vestigio de su vida, de su paso por este mundo. La memoria, al igual que el trauma, invade el cuerpo cuando es compartida. Su única posibilidad de supervivencia es la replicación en la comunidad, popularizarse entre aquellos que no lo vivieron para hacerlos partícipes y por lo tanto, de alguna manera, cómplices. Colectivizar la memoria es indispensable para que funcione, ya que activa un sentimiento de conectividad, un sentido de pertenencia, de construcción de identidad: todes compartimos parte del material cultural, genético y político de nuestra historia, precisamente porque es de todes. La recuperación de la memoria -individual- es un acto de resiliencia y supervivencia, lo que se quiso desaparecer se guarda en el recuerdo, y la difusión en clave colectiva de ese acto natural por sobrevivir lo vuelve en sí mismo una forma de resistencia. Se reformula la necesidad individual de recordar para sobrevivir en el acto político comunitario de recordar para resistir.

Entonces, ¿cómo se construye la memoria? Recordando. La memoria colectiva funciona a partir de recordar, buscando maneras de mantener vivo aquel momento que ya no es: caminar alrededor de una plaza, levantar la foto de alguien que ya no está, marcar la casa del responsable de que esa persona ya no esté, caminar entre miles de personas que tampoco están dispuestas a olvidar. ‘’Cuando nos preguntan qué hacer, respondemos: recordar.’’ Quizás la respuesta siempre está en las primeras que caminaron alrededor de una plaza, levantando la foto de los suyos e invitándonos a seguirlas.

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