La primera marcha de las Madres: entre la memoria y la fuerza de la militancia

Madres

Por Florencia Messore
Fotografía: archivo de TELAM SE 2022

El 30 de abril de 1977, un grupo de 14 mujeres se reunió en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada y en el centro de la Ciudad de Buenos Aires para reclamar por la aparición con vida de sus hijes. A 46 años de ese suceso histórico, hablamos con Ana María Careaga, hija de Esther Ballestrino de Careaga, una de las fundadoras de la organización Madres, y que por su acto de valentía fue detenida y asesinada por el gobierno militar. Ana María nos cuenta con sus propias palabras su historia, la de su mamá y la de todos aquellos que a fuerza de la represión y el ocultamiento, no tuvieron más alternativa que salir a las calles.

Ana María es una luchadora por los derechos humanos argentinos que ha dedicado gran parte de su vida a exigir justicia y mantener la memoria de su país. Fue secuestrada en 1977 por el régimen militar argentino, cuando tenía solo 16 años y un embarazo de tres meses, para ser torturada y sometida a terribles condiciones de detención.

Después de ser liberada, en 1978, Ana María se exilió en Suecia, donde pudo estudiar y trabajar, siempre manteniendo su compromiso con la lucha por los derechos humanos en Argentina. En 2002, volvió a su país natal para testificar en los juicios de lesa humanidad, y desde entonces ha seguido trabajando en la defensa de los derechos humanos y la memoria en Argentina.

Su experiencia, en conjunto con la de su familia durante el período de dictadura militar en Argentina, es sin duda un tema de gran importancia en la historia del país. Desde Beba, pudimos acceder a una charla en primera persona para conocer imágenes y relatos que comprenden no sólo su vida, sino también la de su familia y la de toda una generación.

¿Nos podrías contar un poco de tu historia personal?

Fui secuestrada el 13 de junio de 1977 y llevada al Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio conocido como “Club Atlético”, que funcionaba en el subsuelo de un edificio de suministros de la Policía Federal ubicado en la Av. Paseo Colón, entre Cochabamba y San Juan, de la Ciudad de Buenos Aires, bajo el mando del Primer Cuerpo de Ejército. Tenía entonces 16 años y estaba embarazada de menos de tres meses.

Se dio en un contexto de país y de región atravesado por luchas emancipatorias, protagonizadas por una generación comprometida con la realidad de su tiempo, compromiso que también estaba presente en mi ámbito familiar, sensible ante la desigualdad y la injusticia social. Mis padres eran del Partido Revolucionario Febrerista de Paraguay y se habían exiliado en la Argentina perseguidos por la Dictadura de Higinio Morínigo primero y luego de Alfredo Stroessner. Es muy difícil explicar la dimensión, el alcance de lo que implica haber atravesado una experiencia traumática con las características, en este caso, de lo que fue en la Argentina el sistema concentracionario. En los Centros Clandestinos se perseguía la despersonalización, la pérdida de la identidad, nos sacaban el nombre y nos ponían un código, en mi caso era K04. En el campo de concentración, en la parte de enfermería -lugar en el que estuve internada mucho tiempo a raíz de las consecuencias de la tortura-, había un ventiluz a través del cual se podían escuchar los ruidos de la calle; vehículos y transeúntes que pasaban por ahí mientras en ese submundo del horror, la gente era sometida a las peores prácticas. Y todo eso sucedía cerca de la “civilización”. Cientos de personas estaban “desaparecidas” y eran sometidas a esos tratos inhumanos y degradantes sin que sus familiares tuvieran conocimiento de su paradero, de su destino. Lo que puedo decir en el plano personal, es que esta experiencia me planteó un profundo interrogante acerca de lo humano y lo inhumano, y que el hecho de estar embarazada y de que a pesar de la brutal tortura a la que fui sometida, mi hija sobreviviera, implicó en mí un triunfo de la vida sobre la muerte.

¿Cómo se organizaron las Madres ante esas ausencias?

Las Madres salieron al ruedo causadas por una pérdida irreparable, la de sus hijas e hijos desaparecidos. A partir de la figura de la desaparición, empezaron a recorrer cárceles, comisarías, cuarteles, ministerios en el intento de obtener alguna información sobre el paradero de sus seres queridos. Los hábeas corpus eran sistemáticamente rechazados. Se reconocían en esa búsqueda y se preguntaban “¿y a vos, quién te falta? Pregunta que las hermanaba en esa falta irreparable. Ante la ausencia de respuesta a sus reclamos fueron ideando modos de hacer frente a lo inexpugnable de la desaparición. “Los desaparecidos no están, no existen, no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos”, decían los desaparecedores. Era como si se los hubiera “tragado la tierra”. Y decidieron empezar a juntarse en la Plaza de Mayo para visibilizar más, ante el corazón del poder, a la vez la búsqueda y la ausencia. Cuentan que primero propusieron ir un sábado, luego repararon en que si la idea era hacerse ver tenían que ir un día de la semana, el viernes era el día que más libertad podían tener respecto de sus quehaceres. El viernes, no –dijo alguna-, es día de brujas. Y así surgió la idea de ir todos los jueves a las 15.30. El Estado de sitio y los policías que lo custodiaban las puso en marcha, “circulen, circulen” -relatan que les dijeron-, y empezaron a caminar, de a dos, tomadas del brazo, a dar vueltas alrededor de la pirámide, fundando una ronda que continúa hasta nuestros días.

¿Cómo es que se involucra tu mamá en la lucha?

A raíz del secuestro de mi cuñado, mi mamá comenzó a acompañar a su madre en ese recorrido de búsqueda que se intensificó luego con mi secuestro. A partir de esa búsqueda en la que iban coincidiendo y reconociéndose, fueron generando un modo de resistencia colectivo para hacer frente a la pura incertidumbre de la desaparición. En ese contexto, decidieron hacer la publicación de una solicitada que iba a salir el 10 de diciembre de 1977, por el Día Internacional de los Derechos Humanos. El 8 de diciembre, cuando estaban terminando de juntar firmas y fondos para la misma, hubo un operativo en la Iglesia Santa Cruz que se continuó en otros lugares de la ciudad y la provincia de Buenos Aires, y también el día 10, por el cual fueron secuestradas doce personas. Las tres madres fundadoras María Eugenia Ponce de Bianco, Azucena Villaflor de De Vincenti y Esther Ballestrino de Careaga, dos religiosas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, y también Ángela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Aníbal Elbert, Julio Fondovila, Gabriel Horane y Patricia Oviedo. El marino Alfredo Astiz se había infiltrado en el movimiento de las Madres, ganándose su afecto y confianza y a partir de esta tarea de inteligencia se diseñó el operativo que culminaría con lo que fue conocido como: “El secuestro de la Santa Cruz”. Las doce personas fueron llevadas a la Escuela de Mecánica de la Armada, torturadas y unos días después arrojadas con vida al mar en los llamados vuelos de la muerte, “solución final” que los represores se jactaban de haber hallado para deshacerse de los cuerpos de sus víctimas. Días después, unos cuerpos aparecieron en la costa atlántica y fueron enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle. En el año 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) exhumó e identificó a cinco de ellos, las tres Madres –Azucena, Mary y Esther-, una de las religiosas francesas –Léonie Duquet- y la militante Ángela Auad.

Esos hechos tenían un doble propósito: parar la solicitada y darle un golpe de muerte a un movimiento que se perfilaba con una fuerza que habría de fundar un modo de resistencia inédito. Sin embargo, la solicitada fue publicada y hoy las Madres siguen dando vueltas en la Plaza. En la Argentina de la Dictadura desaparecieron a una generación que abrazó una causa social en la búsqueda de un mundo más justo, se apropiaron de sus hijos e hijas y secuestraron a las Madres que les buscaban.

¿Qué rol a nivel social e histórico cumplen las Madres de Plaza de Mayo?

Si uno piensa en cómo estas mujeres enfrentaron al poder armado y criminal de la Dictadura que instaló en nuestro país un sistema concentracionario basado en el secuestro, tortura y desaparición de miles y miles de jóvenes, se puede afirmar que las Madres fundaron un pacto civilizatorio. Hicieron de la desaparición, la presencia permanente de una ausencia. El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional apuntó a sembrar el terror, a la desarticulación del entramado social para crear las condiciones de implementación de modelos neoliberales que habrían de ir afianzándose propiciando un acelerado proceso de concentración económica en beneficio de muy pocos y en desmedro de las mayorías. Las Madres, junto al movimiento de derechos humanos y a otros sectores sociales, fueron inscribiendo la tríada Memoria, Verdad y Justicia, como un contrato social, en donde la justicia tuvo el estatuto de lo no negociable. Desde esa perspectiva, cumplieron y cumplen un rol ético y de dignidad sin precedentes, en tanto su modo de resistencia nos permitió visibilizar un contexto que había sido ocultado y arrancado de nuestra historia.

¿Cómo podemos habitar esos espacios actualmente? ¿Cómo pensamos el valor la memoria en la actualidad?

En la actualidad es fundamental pensar los modos de sostener ese capital inestimable de memoria. Ante el avance -no solamente en la Argentina, sino en el mundo- de discursos neofascistas y de odio, que operan sobre la cabeza de la gente, es fundamental reactualizar esos valores que las Madres aportaron a la comunidad. El Nunca Más no es algo inamoviblemente consolidado, sino que es algo a reconstruir y afianzar permanentemente. Asistimos a una época de degradación del mundo, de la mano de esta etapa neoliberal del capitalismo. Las Madres fueron un ejemplo de enseñanza y de transmisión de cómo responder desde lo más humano de lo humano, frente a lo más inhumano de lo humano, a lo más inmundo de este mundo.

¿Qué enseñanzas para el futuro, para la juventud, para la militancia joven?

Es fundamental orientar esa transmisión a la militancia, a la juventud para que puedan implicarse en una historia que, aunque no la vivieron en carne propia, generacionalmente, les concierne. Los delitos de lesa humanidad ofenden y lesionan la condición humana, por lo tanto, no afectan solamente a quienes han vivido de manera directa el accionar del terrorismo de Estado, sino que tienen efectos en las generaciones futuras. La militancia de los 70 tuvo un proyecto emancipatorio, aspiraba a la construcción de una sociedad más justa, con acceso a derechos, a la educación, a la salud, al trabajo, a una vida digna. Esas aspiraciones aún están pendientes. Vivimos en un sistema profundamente injusto cuya decadencia lleva a un gran deterioro de la vida. Referenciarse en una época trágica para nuestra historia pero que al mismo tiempo generó una respuesta de lucha que fue ejemplar aquí y en el mundo, es una brújula y una respuesta saludable frente al genocidio. Las Madres abrazaron la causa de sus hijas e hijos y ese es un legado para la militancia joven.

Luego de que Ana María fue liberada y se instalara en Europa, junto con su familia, Esther retornó a la Argentina, comprometida con la causa. “Voy a seguir hasta que aparezcan todos” expresó, unos meses antes de su desaparición. La lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los famosos pañuelos blancos que las representan son un ejemplo de fuerza y resistencia ante condiciones crueles y brutales. Del triunfo y reivindicación de valores fundamentales para nuestra sociedad.

En 2023, cumplimos 40 años de democracia y esta fecha nos hace una invitación única y particular: pensar en el legado de las Madres, el de la militancia, el de la valentía de luchar ante la apatía y ante el individualismo que nos parece exigir la época actual. Quienes nacimos y vivimos en democracia tenemos la fortuna y la responsabilidad de protegerla, de extenderla. De recordar y de honrar a quienes tanto lucharon por sostenerla y de involucrarnos en su construcción constante, de manera conjunta.

Como siempre, y para siempre

Memoria, Verdad y Justicia.

Newsletter de Beba

Newsletter de Beba