¿Las “masculinidades” no cis incomodamos al feminismo?

ilustracion poronga

Por Eugin Rodriguez

Una reflexión en primera persona sobre la no tan real inclusión de las “disidencias” en el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries de San Luis.

Soy Eugin, una persona que habita la identidad trans no binaria y vive en la constante búsqueda de la no definición. Pero sí hay algo que puedo precisar con exactitud: soy una persona no cis, porque me resisto a responder con mi existencia a todo aquello que sea impuesto; pero también me reconozco como una persona con privilegios, por ser blanco, de clase media y contar con una red afectiva que desde siempre me sostiene.

Este es mi cuarto encuentro, y el primero que se nombra plurinacional e incorpora al resto de las identidades que no somos mujeres cis. También es el primero desde que estoy en tratamiento con testosterona, y francamente no había pensado en la influencia que tendría mi cambio corporal en el contexto de un encuentro feminista, hasta que estuve ahí.

Si bien vengo dando estas discusiones en el interior de mis grupos de pertenencia cuando escucho la frase: “no queremos varones en los encuentros”, preguntándome ¿Cómo hacen para diferenciar a los varones cis de otras identidades que no lo son pero pueden ser leídas como tal? ¿Cuál es el parámetro utilizado para ello?

No había pensado en la posibilidad de que me leyeran como un varón cis, puesto que no lo soy ni tampoco me siento así, pero definitivamente no pude evitar que esa incomodidad me afectara en mi tránsito por las actividades del encuentro en San Luis. En un primer momento, me obligué a pensar que ese sentimiento podría ser producto de mi inseguridad al sentirme observado, pero después una serie de hechos concretos, me hizo confirmar que nada era como lo pensaba.

El hecho más importante, y el que me generó la mayor sensación de vulnerabilidad fue el que viví durante uno de los eventos culturales que se llevó a cabo en la Plaza Pringles, estaba tocando la banda Sudor Marika y, con mi novia y una amiga (las dos leídas mujeres cis) nos dispusimos a mirar el escenario desde la plaza, paradxs frente a un puesto de artesanías. Automáticamente, una de las personas que oficiaba de vendedora, se acercó con una actitud desafiante y me pidió que me corra de ese lugar con la excusa de que le tapaba el puesto, cabe aclarar que durante el recital no había muchas personas comprando, ya que la gran mayoría estaban atentxs a la banda en escena. Se dirigió solo a mí, era claro que mi presencia y mi corporalidad le molestaban, y se sintió con el derecho de expulsarme del lugar. Intenté decirle esto, pero siguió con su actitud poco amable, lo cual se intensificó cuando se fue a buscar a alguien para que me sacaran de la plaza, una plaza que se supone pública y de todxs, y en un encuentro que también se suponía con nosotrxs.

Quizás esté siendo exagerado en creer que todos los espacios que se dieron en este evento, hayan sido así, pero al menos los que pude presenciar lo fueron. Un gran ejemplo de eso, es que en el discurso solo se escuchaba: “todas y todes”. Y más allá de las personas que, en apariencia, somos leídas desde lo socialmente representado como masculino, existen infinidad de personas que prefieren el uso de otros pronombres y quizás se hubiesen sentido nombradxs si a ese “todas y todes”, le agregaban “todos”.

Todo esto me demostró que aún los encuentros no son un lugar seguro para aquellas identidades que no entramos en la categoría mujer cis. Pienso entonces en el hecho de que muchxs de mis amigxs, compañerxs y conocidxs, hayan decidido abandonar ese espacio para no exponerse a la mirada desconfiada del feminismo mujeril por no sentirse segurxs, convocadxs, ni contenidxs, y es injusto porque la historia de los encuentros también la escribieron ellxs.

Desde mi lugar, y porque cuento con algunas herramientas que me lo permiten, pude tomar otra postura, decidí visibilizarme aún más y tomar la palabra en momentos que fueron necesarios para mí, pero entiendo que no todxs pueden hacerlo y que eso tampoco fue suficiente.

Hoy, después de unos días de procesar lo vivido, y aún con la tristeza latente, me pregunto: ¿Vale seguir dando esta lucha? ¿Vamos a seguir exponiéndonos a vivir esas violencias? ¿Nos corresponde a nosotrxs? ¿Los feminismos nos incluyen? ¿Tenemos que resignar esos espacios para construir otros? Otros que nos incluyan, que desde el primer momento sean plurales y apañen a todas las identidades sin importar el color de piel ni la corporalidad, otros espacios en los que dejemos de ser “la disidencia” en esos discursos que, con la excusa de la inclusión, desbordan de cisexismo. Sí, realmente sí merecemos la garantía de otros espacios en los que podamos ser protagonistas, porque nuestras identidades existen y merecen algo más que ser registradas por la otredad, merecen ser nombradas, escuchadas, respetadas, y no menos importante, merecen ser tenidas en cuenta y tomadas con la seriedad que brinda el valor a las personas.

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