Les pibis también importan

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Por Ayelén Cisneros
Producción: Chiara Finocchiaro y Camil Camarero
Ilustración: Camil Camarero

Cuatro adolescentes que van a distintas escuelas secundarias -privadas y estatales- nos cuentan su opinión sobre el conflicto presencialidad-virtualidad que nos vuelve a traer el Coronavirus con su segunda ola.

A finales de abril, el presidente Alberto Fernández anunció nuevas medidas para reducir la circulación y diversas actividades por el aumento de casos de Covid-19. Una fue suspender las clases presenciales. Ya habían sido interrumpidas en marzo de 2020 y recuperadas en febrero de este año de forma parcial. Diferentes organizaciones de mapadres reclaman actualmente por la vuelta a la presencialidad argumentando que el daño es mayor al beneficio (según elles, los contagios no se producen en la escuela), mientras que otros grupos están de acuerdo con las restricciones impuestas por el Gobierno. 

Esta discusión fue escalando en redes sociales y pasó a protestas frente a la residencia de Olivos. Portales masivos publicaron notas firmadas por madres y padres indignades y Twitter se llenó de hilos en contra y a favor de las medidas tomadas. El jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires se negó a acatar el DNU de Presidencia y allí comenzó una pelea judicial que tuvo como resultado el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que avaló la decisión de Larreta. Pero lo que no se pudo leer ni ver fue la opinión de les afectades. 

¿Qué onda les niñes y les adolescentes? Nos propusimos escuchar las voces de algunes sobre sus vivencias en la segunda ola en la capital porteña. Como el debate sobre la presencialidad está enardecido, decidimos no usar sus nombres completos ni su imagen para resguardar su identidad ante ataques en redes sociales.

La tristeza

Primero, los números del presente. Al día de la fecha* y desde que comenzó la pandemia, fallecieron más de 80.000 personas por complicaciones del Coronavirus. Mientras la vacunación avanza, los casos por día aumentaron sustancialmente a partir de abril y hay un promedio de 500 muertes por día. Estamos viviendo una segunda ola que afecta a jóvenes especialmente: en abril (últimos datos) el 56,3% de les internades en terapia intensiva en hospitales nacionales fueron menores de 60 años. De ese número, el 43,8 % corresponde a mayores de 60 años, el 44,8 % al grupo de entre 40 a 60 y el 11,5 % al grupo entre 15 y 40 años. La Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) hizo un estudio sobre las personas internadas actualmente y concluyó que hay “una alta ocupación de camas a predominio de pacientes jóvenes graves, portadores de la COVID-19, con un alto requerimiento de asistencia respiratoria mecánica y de posición prono”. 

Anto tiene 16 años, va a un colegio privado de Colegiales y nos resume su estado anímico: “Estoy muy preocupada y triste a la vez. Preocupada por toda la situación de querer cuidar a mi familia, de cuidarnos con nuestros amigos, de ir al colegio, y por otro lado también triste porque al ser adolescente obviamente quiero estar con mis amigas y salir, y no lo puedo hacer porque está la pandemia. Nos cuidamos mucho en ese sentido y es muy triste que en cierto punto se nos está yendo una parte de la adolescencia”. 

Según un informe de UNICEF de septiembre del año pasado, la pandemia y las diferentes políticas para enfrentarla impactaron profundamente en la salud mental de les adolescentes y jóvenes. Se entrevistaron 8.444 personas de 13 a 29 años en nueve países y territorios de la región: el 27% reportó sentir ansiedad y 15% depresión en los últimos siete días. Además, el 46% aseguró tener menos motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaba y 36% se siente menos motivado para realizar actividades habituales. Hay un número que asusta: el 73% de les jóvenes sintió la necesidad de pedir ayuda en relación con su bienestar físico y mental, pero el 40% no lo hizo.

Tobi tiene 14, es estudiante de un liceo de Belgrano, y el encierro no le da igual, pero lo resignifica. “A mí me afecta un poco el hecho de quedarme en mi casa pero a su vez lo compensa el saber que estoy cumpliendo con una medida con el objetivo de preservar la salud. Muchas personas propusieron la libertad de elegir asistir o no a la presencialidad, pero no puede ser una posibilidad porque de esta forma se les daría clases solo a los alumnos que van presencialmente mientras que no a los que trabajan de forma virtual y de hecho es lo que sucede en muchos casos, actualmente los docentes dan clases y a no más de tres o cuatro personas”, cuenta. 

A Sandra, que tiene 17 y va a una escuela que depende del Ejército, en Caballito, el comienzo del encierro le hizo muy mal. “Tuve un muy mal sueño, me acostaba a cualquier hora, tuve que corregirlo de manera muy lenta porque no podía. Realmente estaban muy mal mis horarios, pero por suerte no me descuidé más que eso, traté de hacer ejercicio. Tenés que adaptarte, hacer ejercicio en tu pieza, lo cual fue muy difícil seguir la rutina porque hacías una semana y la otra semana no hacías, lo cual le pasó a todos”, asegura la joven. 

Y agrega: “Eso con respecto a lo físico que, no creo que reste, yo creo que hacer todas esas cosas te re ayuda a no perder la cordura y con respecto a mi salud mental o la parte psicológica, no sé qué decir porque tampoco quiero sacar una conclusión, recién empieza esta segunda ola, pero sí temo más que nada por la cuestión social. No, no estoy diciendo que necesito ver a mis amigos todo el tiempo todos los días, pero me sentía muy sola. La soledad fue lo que más me carcomió en toda la pandemia. Aunque estaba con mis papás y tenía su apoyo. Igualmente no es lo mismo, no es lo mismo que un amigo”.

De acá para allá

Las escuelas en la ciudad de Buenos Aires volvieron a las clases presenciales en febrero, desde ese momento la mayoría ya aplicaban una enseñanza bimodal, es decir, una parte desde sus casas, conectados a aulas virtuales y, una parte en la escuela. El gobierno porteño permitió que cada una arme su cronograma, pero la cantidad de NNyA por metro cuadrado fue determinada en una tabla en la que se divide los metros cuadrados del aula por 2,25. Para ejemplificar, en un aula de 25 metros cuadrados pueden estar 11 personas respetando la distancia de 1,5 metros. Además, se pidió que los horarios de entrada de los cursos sean escalonados. Entonces, depende de cuántes alumnes hay en cada curso y en la escuela en general, si les niñes y les adolescentes van todos los días a clase o una semana una burbuja de chiques y otra semana otra burbuja, es decir, semana por medio. Desde la semana pasada, luego de los 9 días de restricciones fuertes, donde la clases estuvieron suspendidas del todo, primero y segundo año del secundario volvieron a la modalidad doble, mientras que los demás cursos pasaron a la virtualidad completa. 

“Es una paja no poder experimentar ese momento de la explicación cara a cara, o sea una clase presencial es mucho más didáctica, aunque el sistema educativo es un desastre y ya se quedaron viejes en cómo se enseña. Por el otro lado, en la modalidad online te podés organizar mejor, pero al mismo tiempo no estás cómode porque no estás viendo a tus amigues. O sea, el colegio presencial tiene eso de que la bancas por tus compas, así que en ese sentido no estoy cómodo. Extraño cursar con mis amigues. El año pasado la sufrí bastante, ahora estoy más tranca”, narra Joaco, que tiene 18 y va a un colegio dependiente de la UBA. 

No todes disfrutan del sistema bimodal. “En mi caso voy todos los días al colegio, tengo diferentes horarios en la semana. Hay semanas que voy dos horas nada más y en otra puedo ir hasta cinco horas y la verdad es que, es una opinión que tenemos todos en el aula, no nos gusta porque es como que estamos muy perdidos, porque salís del colegio y tenés que ir a tu casa de vuelta a hacer las materias que ya tuviste, y en ese sentido preferimos o todo presencial o todo virtual, pero en el caso de mi colegio que tenemos que ir todos los días”, cuenta Anto. 

Por su parte, Tobi todavía no se acostumbra a las nuevas formas de aprender: “La virtualidad me benefició bastante en el autoaprendizaje, pero a su vez la tecnología es fría. Creo que nunca me sentí ni me voy a sentir a gusto con esta modalidad, esto se debe principalmente a que las clases cansan el doble y el material de estudio se reduce radicalmente”. 

La ministra de Educación porteña, María Soledad Acuña declaró hace unas semanas sobre la deserción escolar relacionada a la pandemia: “En un sólo semestre se cayeron de la escuela de la Ciudad la misma cantidad que habíamos logrado recuperar en los últimos 12 años”. Aunque suponemos que el impacto debe haber sido fuerte, todavía no hay datos oficiales que puedan dar cuenta de la cantidad de adolescentes que dejaron el colegio a causa de las dificultades de este sistema de enseñanza y de la crisis económica actual. 

El hartazgo no tapa el bosque

Una de los sentidos históricos alrededor de les adolescentes es que están en “la edad del pavo”, que les cuesta conectar con el presente y con la realidad que les rodea. Por lo que pudimos hablar con les pibis, no es tan así. Todes tienen una posición tomada con respecto a la decisión actual de volver a la virtualidad completa. “Estoy de acuerdo con la medida de suspensión de las clases presenciales, la escuela es un punto en el que hay actividad constante y ya fallecieron tanto alumnos como docentes. Por otra parte, si se quisiera efectuar la virtualidad tampoco se podría porque gran parte de los estudiantes no cuenta con las computadoras que debería entregar el Gobierno de la Ciudad”, explica Tobi. 

La crisis económica que está viviendo nuestro país también afecta de forma contundente a les niñes y les adolescentes. Según los datos del informe “Incidencia de la pobreza y la indigencia en 31 aglomerados urbanos” del INDEC presentado en marzo de este año, que analiza la situación del segundo semestre del 2020, más de la mitad de las personas de 0 a 14 años (el 57,7%) son pobres. Frente a este panorama, muches aseguran que el rol de la escuela es clave para aminorar las desigualdades. Cabe aclarar que las escuelas dependientes de la Ciudad, luego de suspender las clases presenciales, entregaron bolsones de comida llamados “Canasta Escolar Nutritiva” para sus estudiantes vulnerables. Claramente con eso no alcanza, la desocupación de sus mapadres duele y es urgente.  

Me parece que por más que el aula no sea un lugar de riesgo, ni es donde más se contagia la gente, hay que pensar en el hecho de ir a la escuela, los recreos, los pasillos, las salidas, las entradas, y ahí es donde más se contagia la gente. Por ese lado, estoy a favor de que se cierren las clases. Pero por otro lado, pienso en la gente que sí necesita ir al colegio, porque por ejemplo, comen en el colegio o simplemente, cuando es primaria, que son los más chicos, o sea necesitan tener una maestra al lado. Yo que voy a secundaria soy más independiente entonces no veo mal que me quede en mi casa”, afirma Anto. Por su parte, Joaco suena un poco resignado: “Cualquier lugar que sea cerrado tiene que cerrar. Así que sí, estoy de acuerdo además como el año pasado no pude cursar de manera presencial, este ya no me afecta”. 

Sandra explica que ella tiene una posición privilegiada, ya que va a un colegio que “si no hay presencialidad, hay virtualidad”. Y agrega: “No me parece casualidad que ahora haya montón de casos a diferencia de antes cuando no habían empezado las clases, obviamente primero porque influye mucho que estemos entrando en el invierno. Pero también siento que no se está analizando de manera correcta la situación porque la gente dice por ahí ‘ah bueno, cierran las escuelas, pero abren los bares’ y no es lo mismo una persona de 30 años que va a un bar que un adolescente de 15. Vos sos un adulto, estás en un restaurante, en un bar, lo que sea, estás sin barbijo porque supuestamente sos un adulto y tomás tus propias decisiones, va a venir el gerente del bar o quien sea y te va a decir ‘por favor, ponete el barbijo o si no te vas’. Eso en el colegio no pasa, el colegio obviamente te llama la atención, pero una vez que salió el preceptor o el profesor, el pibe, ¿qué hace? Se saca el barbijo de nuevo, no va a respetar esa regla porque están en otra. No se terminan tomando entonces las medidas necesarias para cuidarse. Ahí los adolescentes están rodeados de otros adolescentes y lo que hace uno lo hace el otro y cuando uno se saca el barbijo, ¿el de al lado qué hace? Se saca el barbijo, porque ve que el otro lo está haciendo y dice «ah bueno yo también, ya fue”. 

*al sábado 5-6-21.

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