Lo que cuenta un cuerpo: Testosterona de Cristian Alarcón y Lorena Vega

portada

por Sofía Iribarren Motti

El pasado 8 de febrero Cristian Alarcón, dirigido por Lorena Vega y acompañado en escena por Tomás de Jesús, estrenó en el Teatro Astros su primer experimento escénico.

¿Cómo cuenta un cuerpo? ¿Qué es capaz de contar? Cristian Alarcón propone descubrirlo sobre el escenario. Testosterona no es una obra de teatro, es una investigación sobre un cuerpo que ha sufrido, que ha sido mutilado, escondido, censurado y también liberado. En escena dialogan constantemente los gajes de oficio del cronista chileno con la dirección siempre sensible y en búsqueda de la narrativa personal de Lorena Vega. Donde el cuerpo no puede contar por sí sólo acuden la palabra, la imagen, la música, la danza y la performatividad: Testosterona es un laboratorio donde la multidisciplinariedad artística se pone al servicio de la historia personal de su protagonista. 

La sala está llena, todes se acomodan en sus asientos y el escenario es construido a partir de una luz azulada cenital, dos escritorios y lámparas blancas, dos sillas de escritorio idénticas y un perchero de donde cuelga un piloto. Una pantalla blanca formada por pequeños cuadrados hace las veces de fondo. La escena permanece sobria, minimalista; lo que realmente la termina de vestir se deja ver sólo una vez que las luces se apagan. Los paneles blancos se convierten rápidamente en un lienzo donde diferentes imágenes y videos son proyectados. De esta manera, el monólogo con el que Cristian da por iniciada la obra y continúa en toda su duración se ve materializado a partir de las infinitas posibilidades de la pantalla.

El relato de Testosterona puede partirse en tres. Por un lado, como en una investigación periodística, se presentan los hechos: el renombramiento en latín y occidentalización en manos del sueco Carl von Linné de plantas originariamente náhuatl como el tomate y las dalias, el romance homosexual que mantuvo Alexander von Humboldt en su visita a Latinoamérica mientras exploraba y estudiaba los volcanes, y cómo las terapias de conversión a partir del suministro de testosterona y la hormona de crecimiento -como acota Alarcón, la que tomó Messi- fueron parte de los experimentos a cargo del médico danés Carl Vaernet durante el nazismo con el fin de convertir en heterosexuales a aquellos potenciales soldados que eran gays y por ende, no lo suficientemente hombres para la guerra.

Por otro lado, se presenta en primera persona, a partir de un monólogo performático, un recuerdo de Alarcón: la terapia de conversión a la que se lo sometió durante dos años cuando era apenas un niño, también por medio del suministro de testosterona. El relato, teñido por la acidez que sólo contienen los puntos de inflexión que cambian el recorrido vital de alguien, es llevado por el periodista a través del humor, de la invocación de estos recuerdos que rememora -literalmente- su cuerpo y el niño que supo ser antes de que decidieran que su cuerpo debía ser domesticado. Cuando comienza el relato, una foto en blanco y negro de él mismo cuando tenía alrededor de 8 años aparece detrás de él, sobre la pantalla. La tomó Don Chano Carrasco, el fotógrafo de aquel pueblo de la Patagonia donde él y su familia vivían. Vestía una remera ajustada, con una pelota de fútbol que su inocencia hacía pasar por un planeta. Tenía una sonrisa propia de un niño que todavía no descubre que el mundo puede ser un lugar hostil para quienes son diferentes. 

La remera ajustada pasó a ser un vestido de su madre que se prueba cuando ella no está hasta que es descubierto. Cristian, parado en el medio del escenario, imita los gestos que él mismo hacía cuando se probaba el vestido, revoleando la falda como las niñas de su pueblo en carnaval, la memoria muscular intacta, el cuerpo recordando cómo se sentía imitar aquello que se añora. A partir de grabaciones de audio de tacones, flujos de sangre, motores de auto, el recuerdo se vuelve pregnante auditivamente, incorporando así a la experiencia la corporalidad del espectador también: escuchamos lo que Cristian escuchó cuando su mamá lo descubrió usando su vestido.

En tercer lugar, la obra se compone de ese intersticio que existe entre los hechos objetivos y la experiencia subjetiva, lo que se hace con y de todo eso que se vivió y que se sabe, cómo se convierte el cuerpo a partir de lo vivido, qué experimenta, cómo dialoga con todo lo que lo rodea. El cuerpo de Tomás de Jesús entra en juego para funcionar como intertextualidad con todo lo que la vida de Cristian se fue nutriendo: un capítulo de Operación Masacre de Rodolfo Walsh, las noches ominosas en la incubadora queer de los noventas -Ave Porco- sobre la calle Corrientes, el primer encuentro homosexual epifánico donde se da cuenta de que nunca más estará con una mujer, los relatos eróticos de Jean Genet que formaron a toda una generación de disidentes. Como en una crónica, los recuerdos de Cristian se empalman con testimonios de médicos endocrinólogos y personas trans y no binaries sobre la testosterona: no les vemos, pero las grabaciones de sus reflexiones sobre cuerpos que usan la hormona se vuelven tangibles en toda la sala. La persona más joven a la que entrevistaron es no binarie, y entiende el momento de hormonarse como un ritual colectivo, del que hace parte a sus amigues y a su comunidad: lo que para algunes fue un castigo, otres saben reinventarlo y volverlo una misa esperada.

El cuerpo de Cristian es un campo abierto, un repertorio que se resignifica cada vez que recrea performáticamente su historia, dándole un nuevo valor a su experiencia, pensándolo en conjunto, valiéndose del convivio teatral y de las herramientas escénicas para ilustrar esos modos en los que la corporalidad habla, grita, exige ser interpretada. Pero queda claro que no debe ser definida, su identidad es cambiante, como lo es la masculinidad y feminidad habitada, salirse de aquellos lugares donde el cuerpo es educado y obligado a la determinación, utilizar aquello que supo ser un arma para la domesticación como recurso de empoderamiento, es allí donde reside el acto de resistencia. Testosterona, como los cuerpos, escapa a los límites disciplinares porque busca contar una historia que es la de muches y que carece de los mismos, interpreta una memoria que se nutre de la performance, la danza, lo escénico y lo audiovisual para traducir los lindes en donde las corporalidades resisten, se escurren, despojándose de cualquier limitante a una subjetividad que se define a partir de su liquidez, ‘’una mala traducción es una traición’’ afirma Cristian sobre el escenario, Testosterona no traiciona.

Newsletter de Beba

Newsletter de Beba