Los colores de mi camiseta no le pertenecen a un violento

villa1

Por María Emilia Cerra

Una reflexión sobre el caso Villa y el lugar de los feminismos en el fútbol. 

Hace unos días encontré una foto de la que solo tenía recuerdo porque tengo grabado el momento en el que la sacaron. Nunca la había visto, solo me acuerdo de mi misma, parada, pisando una pelota. Mi hermana y mi prima están a mi alrededor, sonriendo. Es muy fiel la imágen, y digo que es muy fiel porque a veces las fotos mienten, esta no. A mis seis, siete años, los recuerdo de esa manera: queriendo jugar a la pelota. Con el paso de los años la inocencia de esa foto fue desapareciendo. Me enseñaron que el fútbol era un deporte de varones y hasta entrada la adolescencia me resistí a pensar que era así, pero eventualmente acepté que algo de razón había en eso que decía mi mamá. Pero, ante la negativa de jugar a la pelota encontré un único consuelo: ver a Boca. 

Aprendí las formaciones del Boca de Bianchi. Córdoba, Ibarra, Bermúdez, Samuel, Arruabarrena, etc. Abbondanzieri; Ibarra, Schiavi, Burdisso, Rodríguez, etc. Me levanté a ver la final contra el Real Madrid y contra el Milán. Mi papá gritó el gol de Donnet corriendo por el jardín en calzoncillos a las 8 de la mañana. Las mañanas que no iba a la escuela miraba el canal de Boca y repetía el relato del muletazo en la voz de Marcelo Araujo: “No, lo quiere hacer Martín. Golazo de Martín.” Mi escena favorita, por afano, fue siempre la del caño de Riquelme a Yepes, me lo sé de memoria. Alguna vez la he buscado a escondidas en medio de una tarde de trabajo en la oficina. Cuando identifico ese partido en la televisión, me quedo esperando a que llegue ese momento del resumen. Si tuviera que explicar en 20 segundos mi infancia, la relación con mi papá, mi comprensión del arte o mi amor por el deporte, usaría el caño de Riquelme. Es un comodín de significados.  

Abracé mi obsesión por el fútbol cuando tuve la libertad de elegir lo que me gustaba. Cuando ya no tenía efecto sobre mi la prohibición o el prejuicio, empecé a jugar a la pelota. Jugué partidos con chicas más grandes y de fútbol mixto. Fui a aprender. Me pintaron la cara. Hice golazos. Descubrí que me gustaba jugar más en el medio, que no soy rápida y  que la tiro más a colocar. Miro fútbol para imitar a los jugadores que me gustan en la cancha y a veces me sale alguna, pero en general no. Me desgarré y dejé de jugar. Volví. Descubrí el fútbol femenino y al Barcelona campeón de la Champions. Volví a La Bombonera después de la pandemia y lloré cuando vi el césped otra vez. Esperé el 152 dos horas parada sola sobre Martín García a las 11 de la noche, masticando bronca porque habíamos empatado jugando mal de local. Volví al fin de semana siguiente y empatamos de nuevo. No tiene sentido el amor que siento por Boca. Me envuelve. Se cuela en mis vínculos, en mi trabajo, en mi manera de hablar, en la forma en la que soy cuando estoy sola y cuando estoy con alguien más. Y cuando Boca juega mal, es cuando más me obsesiono.

Nunca me sentí tan cerca del fútbol como hasta los minutos antes de escuchar a Riquelme hablar bien de Villa. No le importó la denuncia. No le importó que fuera por abuso sexual con acceso carnal, ni por intento de homicidio. Tampoco le importó que fuera su segundo caso de violencia machista, ni que sea el tercer jugador del plantel con una causa por violencia de género. Salió a bancar a “un gran profesional». Cuando lo escuché me acordé de esa verdad que me habían repetido de chica: el fútbol es para varones. 

Ya no creo más esa afirmación, pero sigue resonando en mi cabeza. El sentimiento de que el fútbol expulsa, que es un pacto corporativo entre varones que se cuidan las espaldas, me cierra la garganta. Ese fútbol que excluye, que tenés que mirar desde afuera, que amás desde lejos porque no podés ser parte. El cierre de filas para con Villa fue una reacción corporativa del club y del primer equipo. Riquelme lo catalogó como “el mejor jugador del fútbol argentino” que, dicho sea de paso, es mentira. Sebastián Battaglia, el técnico, dijo que estaba al tanto de “la situación” como si la situación no fuera violar y casi matar a alguien con sus manos. La capitana del fútbol femenino de Boca subió una foto con la camiseta del acusado en señal de apoyo minutos antes de la semifinal con Racing. El 19 de mayo, día de su cumpleaños, sus compañeros lo saludaron en redes sociales y el club subió una foto del jugador felicitándolo mientras trascendía la noticia de que la denuncia estaba formalmente hecha ante la justicia. 

Esto empeora, sobre todo cuando hablamos del club más popular del fútbol argentino. El mensaje inequívoco es que lo que pasa fuera de la cancha no importa. Hay márgen para ser un violador y también para ser un hijo de puta. Todo está en orden mientras vayas a entrenar y metas un par de goles al mes. Pero no putees al técnico. No le discutas si te pone por derecha cuando jugás mejor por izquierda, no le digas que como DT es un desastre. Porque ahí, en el espacio del fútbol donde existe el código de masculinidad corporativa y las jerarquías futboleras irrevocables de los ídolos del club, solo se aparta a los que cuestionan esas estructuras con una discusión dentro de la cancha. La publicidad de los actos solamente cuenta si ocurren en una cancha de fútbol, ya sea en el partido del fin de semana o en el entrenamiento. Eso le pasó al juvenil Almendra, que hace meses juega solo en reserva porque discutió con el técnico, pero Villa es intocable. Los espacios sacrosantos son la cancha y el vestuario, pero fuera de esos límites la cosa es otra. 

En Argentina nos jactamos de que los clubes de fútbol no son empresas. Hay un particular orgullo sobre el valor del club de fútbol o del club deportivo en la comunidad en donde se inscribe, es por eso que desestimar el valor simbólico que tiene manifestar el apoyo a un jugador que tiene dos causas graves de violencia de género, es una vergüenza. 

La discusión sobre cómo entra el feminismo a estas instituciones que fueron siempre reacias a la inclusión sustantiva y en igualdad de las mujeres, no es un fenómeno nuevo. Es decir, clubes como Boca, asumiendo su importancia social, sus dirigentes y sus ídolos, han tenido tiempo para aprender la importancia de tener un club libre de violencias y descartar las viejas maneras de relacionarse con el fútbol. Algunos cambios acompañaron este sentimiento de avances generalizados en todos los ámbitos de la sociedad.
Boca efectivamente tiene un departamento de inclusión, los movimientos feministas dentro del club gestionaron y diseñaron un protocolo para casos de violencia y están trabajando en la reconstrucción histórica de aquellas mujeres que contribuyeron y contribuyen a la identidad de Boca. Sin embargo, cuando estos mecanismos se enfrentan con el poder real de los varones, se ralentizan y encuentran obstáculos, haciendo que gradualmente pierdan efectividad. Todos estos esfuerzos que cuestan años, se encuentran con el freno del poder y la ceguera de los chabones que están a la cabeza de estas instituciones. 

A su vez,  una cuestión insoslayable es el eterno debate alrededor del punitivismo que tiene el feminismo. Pero en este caso, y sin entrar en detalles legales que lejos están de quien escribe, más allá del sentido común y las instancias conocidas por todas, el problema del punitivismo es que actúa ex-post en el castigo -muchas veces la única instancia de acción del Estado-. Supongamos que Boca no necesariamente tiene que castigar después de cometido el hecho y no teniendo una resolución judicial. Antes de llegar a esa instancia y retomando la responsabilidad de club social, este puede actuar como un espacio de formación y de cuestionamiento de las masculinidades que rodean al fútbol. Entender la violencia como un síntoma individual de un proceso colectivo más amplio, requiere asumir responsabilidades que involucran a muchos actores. 

¿El fútbol fue siempre igual a esto? ¿Se conquista? ¿Se recupera? ¿Quién determinó que no era más nuestro? ¿Alguna vez lo fue? La popularización del fútbol en el siglo XX y su expansión más allá de las fronteras de clase, tiene un correlato político. Si el siglo XX marcó el ingreso de los sectores populares, obreros y masivos a la política de masas, el siglo XXI parece estar en manos de los feminismos y las mujeres, en su sentido más amplio. Se profesionalizó el fútbol femenino en Argentina y se crearon categorías inferiores en muchos clubes de primera división. Las escuelas de fútbol en las que juego yo hace mucho no existían. No es casualidad que haya sucedido cuando los movimientos feministas entraron a la discusión política mainstream. 

El fútbol que se cierra sobre sí mismo es el expulsivo, el autorreferencial, el que ve un reflejo de sí mismo fijo en el tiempo. Alrededor, la historia sigue pasando. La reacción primitiva y defensiva de Villa por parte de Boca, muestra que todavía hay quienes no lo entienden. Por suerte, tengo en claro que el fútbol y los colores de mi club no le pertenecen -y no pueden pertenecerle- a un violento. En esencia, el fútbol es universal y quedó claro en nuestro tiempo. Su popularidad nos incluye a las mujeres, quienes tenemos derecho tanto a vivir sin violencias como a jugar a la pelota. 

Después de tanto haber esperado para disfrutar el fútbol y estar en paz con mi sana obsesión que me arrastra a la cancha todos los domingos, no puedo resignarme a lo que me decía mi mamá: que el fútbol es de los varones. Ni eso, ni mi escudo le pertenecen a Villa o a quienes lo defienden. Yo también estoy acá. Sáquenle a Villa mis colores y mi camiseta.

Newsletter de Beba

Newsletter de Beba