Nadie se salva solo: una tarde con Franco Rubí, trabajador sexual y militante de AMMAR

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Por Iara Mossayebeh y Joaquín Kaplan
Fotos: Mila Ferrari

Una tarde con Franco Rubí, trabajador sexual y militante de AMMAR.

Cinco en punto, viernes a la tarde. Mientras en las calles transcurre el barrio porteño de Constitución, en la esquina de Santiago del Estero al 1300 Franco Rubí y Georgina Orellano preparan engrudo en un balde metálico. 

“Ahí pasa la poli”, esboza Georgina levantando la mirada a través de la ventana de Casa Roja, el centro de asistencia integral a trabajadorxs sexuales ubicado en uno de los barrios más picantes de la ciudad de Buenos Aires. Por el cruce entre subjetividades y realidades de migrantes, trans, mujeres y otras figuras feminizadas que ejercen la prostitución callejera, de vendedores ambulantes, de familias que viven al día en hoteles “por noche”, y del inefable poder de la Policía, que cuida celosamente cada movimiento y que, escudada en edictos que datan de gobiernos de facto, no duda en reprimir todo aquello que escape a la famosa caja ilegal de la policía, que se nutre de coimas. 

Se trata de una premonición casi cantada. La empapelada militante contra la violencia policial está a punto de comenzar, y sería una ingenuidad pensar que los uniformados no darán el presente.

Una mirada y dos palabras bastan para que quienes están en Casa Roja se sumen a la recorrida. En pocos minutos, decenas de paredes de Constitución rezan “BASTA DE VIOLENCIA INSTITUCIONAL HACIA LAS TRABAJADORAS SEXUALES: ¡DEROGACIÓN DEL ART. 86 YA! – LUNES 11 HS / PERÚ 160. AMMAR – CASA ROJA”, en convocatoria a una conferencia en apoyo al proyecto de ley presentado por la legisladora porteña del Frente de Todos, Victoria Montenegro, que brega por la derogación del artículo 86 del Código Contravencional de la Ciudad, penalizador de la oferta de sexo en la vía pública, bajo la mirada curiosa de algunes transeúntes y el apoyo explícito de otres. 

Celosos de una fiesta a la que no están invitados, dos agentes de la Policía de la Ciudad frenan sus motos, cerrando el paso entre la vereda y la pared. Entre miradas soberbias, interrogatorios y poses amenazantes, Franco levanta rápido el télefono. 

—Geor, nos pararon a la vuelta. 

Harta y enérgica se hace presente la secretaria general del sindicato. Para cuidar a les suyes, para ejercer su liderazgo, para frenar una potencial detención arbitraria, o simplemente para recordarle a los agentes que la calle es de quien la trabaja. 

¿Cómo es su documento, señorita? pregunta algo más acobardado uno de los oficiales, sabiendo que su visibilidad pública y la repercusión de lo que grabe les impide hacer todo lo que quisieran hacer. 

¿Y vos?, ¿tu nombre cómo es? contesta Georgina, elevando el tono del intercambio. 

Llamame oficial. 

A mí prostituta. Georgina Orellano, prostituta. 

“Nadie se salva solo” nos dirá Rubí con seguridad más tarde. 

***

Franco Rubí tiene 25 años, es trabajador sexual y  ocupa el lugar de delegado nacional del sector que ofrece servicios sexuales a través de internet en AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina). Nos abre las puertas del sindicato para dar paso a conocer la intimidad de su mundo y comprender más de cerca los peligros, prejuicios y la exclusión que viven las personas pertenecientes a su rubro.

Empezó a los 21 años, como “cualquier trabajo”, porque necesitaba plata. En aquel entonces estudiaba la carrera de Comunicación Social y tenía el objetivo de encararla con dedicación, es por eso que buscaba algunas changas que no le roben mucho tiempo. “Empecé a encontrarme con varones en esa época de despertar sexual. Una vez uno me ofreció plata y me di cuenta de que era la idea que necesitaba”, cuenta Franco. 

La idea colectivista del “nadie se salva solo” prevalece como convicción en Rubí. Es por eso por lo que decidió organizarse dentro del sindicato. “En el momento en que llegué, solo existían feminidades que activaban, rápidamente me di cuenta de que el único con prejuicios por ser el varón, era yo”, relata el militante. AMMAR sostiene como corte ideológico el “aceptar a todas las personas mayores de edad, de cualquier género y de cualquier modalidad del trabajo sexual”.

La militancia por los derechos laborales convive con diversas y permanentes estrategias de contención social y construcción de redes de cuidado. “Yo soy madre de muchas hijas adoptivas dentro del sindicato”, revela Franco, en alusión a un método adoptado por las poblaciones más vulnerables del trabajo sexual frente a los obstáculos de cada día: el madrinazgo. 

En la misma línea, las redes son trascendentales para la supervivencia de les trabajadores. “Se sabía que había un cliente chileno muy violento. El compañero no estaba al tanto, lo llamó a trabajar a las tres de la mañana, y fue a atenderlo a su casa. Ahí, en contexto laboral, el cliente lo mató”, cuenta el entrevistado. El compañero es Gustavo Benítez, asesinado en julio del año pasado en el barrio de Recoleta. Ese hecho, junto al posterior asesinato de Enzo Aguirre, provocaron el acercamiento de muchas figuras masculinas ajenas a la necesidad de sindicalizarse. “El patriarcado es transversal a todes, algunos varones se creen incapaces de sufrir violencia”, reflexiona Franco. 

Las disputas ganadas por los feminismos y movimientos de diversidad nos enseñaron que lo que no se nombra, no existe. No solo sectores abolicionistas señalan que “no hay varones trabajadores sexuales”, sino que su identidad también es negada por una parte no menor de la comunidad LGBTIQ+. Ejemplo de esto fueron las reacciones de algunas organizaciones y grupos partidarios ante el crimen que terminó con la vida de Enzo. Al calificarlo como crimen de odio por orientación sexual se niega que fue asesinado mientras trabajaba, evadiendo así la responsabilidad de nombrarlo trabajador sexual. Ni siquiera existe en el Código Penal. “Mi lucha en el sindicato es lograr que los compañeros entiendan que las problemáticas que sufren son a causa de ejercer”, sostiene Franco.

Otra cuestión trascendental es la figura del cliente. Al respecto, Rubí dice: “Los necesitamos en esta lucha, faltan las voces de quienes contratan, existe todo un estigma sobre elles y a su vez no disputan ese sentido, que también les oprime. Acá aparecen los dispositivos de pánico moral”, teoriza, valiéndose de un concepto que acuñó hace tiempo. “Hay sectores conservadores y reaccionarios que siempre se oponen a las propuestas progresistas. Cuando se trata del trabajo sexual se activa el pánico y se habla de pedofilia, enfermedades, perversidad y cosas horribles. Se nos quita la agencia a quienes ejercemos”, desarrolla con seriedad el dirigente.

“Detrás del cliente hay una persona”, afirma, ahora más distendido. Personas que, como casi todes, tienen un alto déficit de Educación Sexual Integral (ESI). “Tengo un cliente que no está nunca en su casa y fue padre hace poco. Le pregunto cómo está su esposa, y me dice que ‘está medio chinchuda porque no estoy nunca en casa’. Aproveché para insistirle que esté más presente, que ella necesita salir más, y me dice que con ella el bebé está mejor… ¡Por favor, Roberto, es tu hija también! Son terribles”, se ríe. “También me piden que no nos demos besos, porque el beso es infidelidad con sus parejas. Claro, después la lengua la pasan por Dios sabe dónde”, agrega. 

Pasan los minutos, y la sirena del patrullero que “custodia” estacionado en la puerta de Casa Roja sigue tan prendida como desde el inicio. Para quienes hacen la calle, el brazo ejecutor de la represión que se sustenta en discursos discriminatorios es la Policía. Las principales víctimas del vetusto artículo 86 del código Contravencional de la Ciudad (que pena con trabajo comunitario o multa económica a aquellas personas que ofrecieren servicios sexuales en la vía pública) son las femineidades cis y trans. En el caso de los varones que ofrecen sus servicios en la vía pública, el problema es “la portación de cara”, que suele costarles innumerables detenciones arbitrarias. Ser marrón, ser pobre, ser prostitutx: todos delitos gravísimos para la moral y las buenas costumbres de los mamelucos.

“Acá en el barrio de Constitución salen cada tanto a hacer razzias y se llevan un montón de compañeras. Ponen el patrullero acá en la puerta de nuestro local. Dicen que vienen a usar el Pago Fácil como si fuese el único, cuando la comisaría la tienen a 10 cuadras, nos están provocando”, relata Franco. Mientras, en la ventana de la Casa Roja, un policía merodea, marca territorio y amenaza. Instala el miedo que impacta en las trabajadoras del barrio, buscando que teman acercarse para no ser fichadas.

El tema moviliza a Franco, que con soltura irreverente se atreve a afirmar que “en el fondo la yuta se muere por estar acá adentro. Por estar entre nosotras, entre las putas, por un mate. Lo sé porque lo han dicho, ¡pero acá no hay conciliación posible! Ellos son los que reprimen a nuestras compañeras y abusan de su autoridad. Les encanta nuestro mundo, pero no hay lugar posible”. Entre compañerxs destinan energías y trabajo a empoderar a las trabajadoras para que no dejen de acercarse con sus problemas y se enfocan en que estas conozcan sus derechos civiles, que aunque ellas no lo crean porque nunca fueron efectivos. Deben saber qué pueden y qué no pueden hacer las fuerzas de seguridad. Es por esto por lo que “¿está Georgina?” es una pregunta repetida que hacen personas que se acercan a la puerta del sindicato a lo largo de la entrevista. 

Cada chance de expresarse es una oportunidad para Franco de convocar a los trabajadores sexuales masculinos a organizarse. “En AMMAR entendí que yo vengo de otro recorrido y acá aprendí de las diversas situaciones de mis compañeras que vienen de otras realidades, que ponen en valor la militancia territorial y las vivencias particulares”, concluye el sindicalista. Cada una con su frente de batalla pero la lucha es colectiva.

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