Necesitamos amigues

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Por Cinthia Giselle Dalama

Nunca tuve tantas amigas como ahora. Tampoco tuve un grupo de pertenencia ni un espacio donde compartir cuando era más chica. Siempre me moví en círculos de una o dos personas y un poco hateaba a las chicas que tenían grupo de amigas en el colegio: me parecían todas iguales, como si quisieran copiarse entre ellas.

Supongo que un poco tenía que ver mi entorno y la época: había muchos prejuicios con respecto a la amistad entre mujeres y parecía que con los varones tampoco podía ser amiga porque con ellos sólo se buscaba formar pareja. Entonces vivía en lo que una amiga llama “el síndrome de la mujer aislada”. Una pesadilla heteronormativa.

Hace un poco más de un año, unos días antes de la vigilia por el #13J, me invitaron a un grupo de Whatsapp donde había una chica que ofrecía el estudio de su mamá como un espacio seguro donde resguardarnos del frío. Podíamos invitar a algunas amigas así que sin dudarlo invité a las mías. El grupo superó las treinta personas. Me interesaba leer todo lo que hablaban pero no tenía mucha idea quién era cada una: ni siquiera sabía sus nombres. El día de la vigilia nos conocimos entre todas, cruzamos palabras, experiencias, nos abrazamos, nos tapamos y dormimos, sin saber que eso iba a ser el comienzo.

Si bien todes sabemos el desenlace y que aún hoy la IVE sigue siendo sólo un proyecto de ley, nos encontramos un montón de mujeres reunidas en la virtualidad, ahora, sin un fin claro. Decidimos resistir en ese grupo de Whatsapp y vimos a muchas irse. Algunas se sumaron con la promesa de un grupo de pertenencia donde poder charlar cuestiones del feminismo que por ahí en otros grupos no se daban.

Como todos los vínculos, este creció a fuerza de aprendizajes, de momentos de tensión y de discusiones. Porque si hay algo que podemos decir hoy con certeza, es que somos todas distintas.

Si viajo en el tiempo, y le cuento a la Cinthia del pasado todo esto, no me creería. Siempre me sentí la rara, la que era incapaz de poder tener un grupo en el cual poder encajar.

Pasaron los meses y la virtualidad seguía intacta. Compartimos mucho juntas, situaciones personales que queríamos desahogar ahí, y todo se empezó a convertir en un círculo de confianza. No puedo especificar cuándo ocurrió el quiebre y la necesidad de juntarnos de nuevo, esta vez sin una agenda, sólo con las ganas de vernos y abrazarnos, cada vez más seguido. En el fondo, estaba naciendo una amiga de cada mujer que formaba el grupo, pero todavía no lo sabíamos. Hay como una burocracia medio rara antes de considerar a alguien tu amigue. Creo que ese límite lo sentimos por mucho tiempo hasta que un día fue de común acuerdo romperlo.

Hay un poder sano y hermoso al decir “mi amiga”. Me animo a hablar por todas y decir que experimentamos por primera vez el ser invencibles, saber que por más que el mundo sea hostil y haya algo que pueda rompernos ahí afuera, nos teníamos en ese grupo de Whatsapp que supo convocarnos, pero que ya no nos condicionaba.

Elegimos acompañarnos, creer en las palabras de la otra y validarnos. Creo que lo más maravilloso de estar rodeada de un grupo de amigas es saber que si hay algo en lo que vos no podés cuidarte, hay otras pibas atrás tuyo atajándote si lo necesitás.

Nos hace fuertes compartir, estar en la misma, incluso con nuestras diferencias en todo, porque la riqueza está ahí, en lo que construimos juntas.

Tal vez esta nota podría haber sido un posteo en redes sociales, uno muy chicloso donde hablo de mis amigas y cuánto las quiero. Pero creo que esta es una declaración: necesitamos amigues, porque en tiempos de crisis y de tanto malestar social, esto solamente se puede transitar así, juntes. Les deseo que todes puedan tener unes tan geniales como las mías.

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