Ni ese Dios, ni esa patria, ni una sola familia: resonancias de una noche erótica en Sexhum 

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Por María Belén Bordón
Fotografía: Archivo de María Belén Bordón

Nos adentramos en una de las alternativas que ofrece Buenos Aires para quienes disfrutan conectar con su erotismo desde la fiesta y la curiosidad.

La fiesta empieza desde que nos montamos. Es la primera vez que vamos a Sexhum, pero mi amigo Lucas y yo tenemos muy en claro que la ocasión amerita ponernos encima todo eso que solemos llevar por debajo de otras ropas, o sólo reservamos para sacarnos fotos, bailar en el pole, tener una cita, etc. Sobre la cama de mi amigo hay mucha artillería, así me sale expresarlo apenas despliega cadenas, arneses, medias, sogas, accesorios, fustas y plumas para que yo elija algo. Nos divertimos tanto que se nos pasa la hora después de cambiar varias veces de opinión sobre lo que será nuestro outfit (y para animarnos, acordamos que la condición es salir de casa vestidos de tal manera que no nos podríamos subir a un colectivo).

En el Cabify, camino a la fiesta, Lu me pregunta: ¿Mandamos una foto al grupo? Todavía tímidos, elegimos enviar una súper simpática que nos sacamos frente al espejo del hall de su edificio. Tampoco sabemos qué esperar o qué significaría compartirla con un grupo de gente extraña en Telegram. De respuesta recibimos sólo un par de fueguitos, pero apenas llegamos nos olvidamos de esas interacciones: una vez dentro de la fiesta no puede usarse el celular, salvo en la entrada y por supuesto, en la vereda. Esto y otras cosas nos las explican apenas entramos -porque, volviendo al principio, es nuestra primera vez en Sexhum- pero a lo largo de toda la noche, lo vemos escrito en carteles, tanto en los baños como en las distintas salas donde ocurre el evento.

En este grupo -cuyo link no está permitido compartir, la invitación para unirse llega únicamente al comprar la entrada- las normas de convivencia son claras, estrictas y se repiten cada vez que alguien se suma. Primero que nada, es obligatorio que en la foto de perfil se vea el rostro, no está permitido compartir material de personas ajenas al grupo, tampoco hablar por privado a otre sin antes pedir permiso -y recibir un explícito sí como respuesta- en la conversación grupal. Tampoco puede compartirse contenido explícito.

De vez en cuando se proponen consignas del día que invitan a les casi 600 integrantes a enviar fotos o videos erotizándose, usando algo específico para acariciarse partes del cuerpo, luciendo o jugando con outfits, proponiendo juegos eróticos para desestructurar o escapar de la rutina. Durante el día, en la previa, algunes envían ideas, otres comparten qué se van a poner… Muchas personas ya se conocen de otras ediciones y cuentan sin ningún tapujo qué recuerdan del encuentro anterior y qué les gustaría repetir si se cruzan esta noche. La dinámica es entusiasta, festiva: todo gira en torno al encuentro. Pero la expectativa se acrecienta con el correr de las horas. Muchos encuentros ya son pautados desde el chat, sobre todo los que tienen que ver con sesionar o practicar BDSM. Los masajes de a cuatro -o tántricos- también se van manijeando desde el chat, así como las indicaciones para reconocerse y las invitaciones para previar juntes aquellos que vienen de lejos o quieren conocerse antes de entrar.

Dado que es una noche bastante fresca en Buenos Aires, les organizadores ofrecen abrigos y mantas para salir a fumar -el espacio es libre de humo- y para salir a usar el teléfono. La única persona autorizada a capturar momentos es la fotógrafa de la fiesta que se dedica, más que nada, a registrar a les performers que durante la noche encarnan escenas y pasean por los salones con vestuarios extravagantes. Noto que la prohibición del uso del celular no solo sirve para preservar la intimidad de les participantes, sino que incentiva los estímulos y encuentros, es decir, funciona para conectar, sobre todo, desde la mera presencia.

El dresscode es “Sexhum gala”. Una consigna que en realidad sirve más de sugerencia y que ofrece la posibilidad de ser interpretada como se quiera; da lugar a que les asistentes puedan montarse con ganas y producirse sin sentir que nada es demasiado. La ropa en sí está bastante ausente: abundan transparencias, lencería, encajes, microtul, shorts ajustadísimos y cortos, medias de red, bodies o simplemente arneses, máscaras y antifaces. Sexhum es también un lugar donde lucir aquellas prendas y combinaciones que son generalmente reservadas para la intimidad, donde toman protagonismo las pezoneras -o los pezones, al aire y visibles para todes-, las máscaras, los straps, los porta ligas, y los chokers ajustados con cadenas que piden ser tironeadas.

La comunidad de Sexhum disfruta de las performances que se llevan a cabo durante la noche, pero implícitamente saben que todo lo que pase ahí es también performático, es propuesto y dispuesto para el placer, para quienes dan, reciben y miran. Uno de los mejores ejemplos es el sector para sesionar: en un costado de la pista se llevan a cabo prácticas del BDSM monitoreadas por una persona que observa y controla que todo lo que sucede sea consensuado, pautado y establecido antes, durante y después de la sesión. Solo en este sector se permite sesionar, y no todas las prácticas están permitidas: no se puede asfixiar, cortar, exhibir genitales, mojar ni quemar a nadie. Está en las normas de convivencia. Hay más “veedores” presentes en la fiesta, por fuera de esta sala, a quienes se puede acudir en cualquier momento para informar sobre alguna situación de incomodidad o disconformidad, por ejemplo, faltas al acuerdo de consenso, actitudes invasivas o discriminatorias, insistencia.

El Sex Room (quizá el espacio de la fiesta más intrigante y sobre la que más me preguntaron) es el único lugar donde se pueden practicar relaciones sexuales. La capacidad es limitada y se puede entrar para participar, para mirar y/o estimularse. Une veedore se ocupa de que todes les que quieran entrar puedan aprovechar su tiempo (se formaron filas bastante largas las veces que subí). Hay un espejo enorme en una de las paredes, la luz roja es tenue y calma, la música hace vibrar el piso y da espacio a otros sonidos.

Es la primera vez que salgo de mi casa únicamente en body. Me gusta estar mostrando más piel que nunca y admito que me inquietaba un poco desentonar. Prontamente nos damos cuenta de que, si hubiéramos querido, menos centímetros de tela también iban a estar bien. Ahí mismo recorremos varios stands de emprendimientos que muestran arneses confeccionados de forma manual, máscaras, sex toys, straps, dildos, lencería. Nos acercamos al que más curiosidad nos da y de pronto dos chiques me explican, detrás de una mesa repleta de velas de diversas formas y colores, qué es el wax play y luego me cuentan cómo puedo probarlo ahí mismo. Me encuentro por primera vez siendo estimulada por gotitas de cera que caen sobre la cara interna de mi antebrazo. Me siento bastante tonta, pero igual les pregunto: ¿No le hace nada a mis tatuajes? Con mucha ternura me dicen que no y que pregunte lo que quiera, y que avise si algo me molesta mientras esté experimentando. De todas las propuestas, la que más me llamó la atención fue ésta y el stand de ARDA, bajo el lema de “Acompañe, no castigue”, les chiques de la Asociación de Reducción de Daños de Argentina repartían folletos y te contaban de qué se trata su propuesta, pero en lo inmediato, lo llamativo es la lámina gigante con un cuadro extenso de sustancias que indican las más o menos convenientes combinaciones. Uno de ellos me preguntó si había llevado algo para consumir -no era mi caso, esa noche estaba de corresponsal- porque estaban testeando cristales y pastillas para verificar que no estuvieran intervenidas con sustancias inesperadas. En su mesa también había frutas y golosinas. Y ante mi negativa, me dijeron que si quería consumir otra cosa y temía sus efectos o posibles inconvenientes, ellos brindaban asistencia e información para un consumo responsable.

En línea con la propuesta de la fiesta, empiezo a entender que la noción de conciencia y responsabilidad engloba las prácticas que allí dentro suceden. El desborde, el exceso, la rienda suelta a la sexualidad y al placer sucede en un marco bastante ordenado y basado en el respeto, primero y sobre todo, hacia une misme: qué tomo, qué mezclo, qué deseo, hasta dónde quiero llegar y con quién. Respeto, cuidado y consenso son las consignas bajo las que se mueve y late Sexhum, y las que les integrantes de la comunidad promueven tanto en la fiesta como en el chat grupal, donde a lo largo de la semana se discuten y comparten las experiencias vividas: las buenas, las que quieren repetir, las que podrían mejorar y las que generaron incomodidades o molestias.

Pronta entrega

En el medio de la pista hay una mesa con una torta –la fiesta cumple 5 años-, golosinas, frutas y al fondo, una pantalla donde se proyectan imágenes, videos y escenas eróticas. La música es un techno ecléctico, enérgico y vibrante. Las performances son interactivas y me entusiasma la tranquilidad con la que se desarrollan. Les artistas aparecen de a une, desfilan, a veces sólo suben al escenario para mostrarse y acariciarse al ritmo de la música, desaparecen, vuelven a subir, y así en un cuadro eclipsante toda la noche.

En un momento, dos se encuentran: ella le tapa los ojos a le otre, con sus manos le indica qué hacer hasta que le otre se arrodilla y gatea arqueando la espalda. El público aúlla, aclama, le llama, miran hipnotizades. Reconozco miradas que empiezan a cruzarse y manos que se acarician mientras el foco está en el escenario. Nos erotizamos mirando cómo otres deslizan plumitas sobre el cuerpo del performer que recibe, en cuatro, múltiples estímulos allí donde el encaje libera su piel. Luego empiezan a convidarle frutas, se las acercan al rostro, se torna todo un baile que en varios niveles e intensidades, propone y recibe incentivos. Al rato reaparece la compañera en el escenario con velas para derramar gotitas sobre le otre artista que recibe, gime y pide más, incitándonos a buscar más cercanía entre los cuerpos que nos rodean.

Mientras descansamos un poco del frenesí de la pista, se me acerca un chico que ya había visto bailando. ¿Ustedes son pareja? Mi amigo y yo reímos -nos hacen esa pregunta varias veces, distintas personas- porque sentimos bastante ridícula e imposible la idea de que estemos juntes. El chico es super simpático y me pregunta si ya había cruzado a su novia, porque ellos me habían estado mirando. Me tiento un poco por dentro pensando en que en las redes sociales esto es de lo más común -Tinder, Instagram-, pero acá no me da ni risa ni cringe porque hay algo de lo explícito y directo que le quita todo patetismo. Acá la propuesta es clara y expresa. Le digo que los vi y que ambes son hermoses, nos tiramos unas flores tan exageradas como risueñas y charlamos sobre la fiesta, sobre venir con amigues, sobre el clima y lo que tenían puesto algunes que pasaban. “Bueno, cuando quieras allá nos encontramos y vemos qué pasa”, y me tira un beso.

Empiezo a entender que, si bien no hay consigna acerca de cómo ir y con quién, la dinámica más frecuente -o al menos, con la que yo me crucé- es la de asistir con una pareja. A medida que avanza la noche, me doy cuenta de que funciona muy bien para buscar experimentar y conocer personas de a dos. Las parejas se arman y se desarman, o van cambiando de acompañantes, pero fácilmente encuentran romper la paridad y sumar a otre al baile, a los besos y si quieren, en el SexRoom, al encuentro sexual.

Otra situación que se repite bastante es que al contarle a algunas personas que estaba en pareja, pero que esa noche no estaba conmigo, fue algo que percibí como curiosidad o extrañeza: “¿Cómo que no viniste con él?”. No sé, pensaba yo, quería venir por primera vez con mi amigo, estoy muy acostumbrada a salir a muchos lugares sin él -y él, por supuesto, sin mí-, ¿Qué sería distinto acá?. Días después, al conversar con une amigue sobre esta experiencia en la fiesta, recibí y abracé su impresión: “Como si no pudieses compartir lo erótico con amigues”. Es que de pronto, ante tantos estímulos y circunstancias poco habituada a presenciar en su compañía, me vi intercambiando y compartiendo cosas con Lu que nunca antes había hablado, que nunca le había confesado, que antes ni siquiera me había puesto a pensar relacionadas con mi sexualidad, mis morbos, mi curiosidad, mis fantasías. Ambes sentimos, percibo, una invitación a desinhibirnos y contarnos qué nos gusta, nos llama, nos atraviesa.

Bailando en una pista menos oscura de lo que yo sospechaba, veo a dos chicas que bailan cerca. Las dos me miran, las dos miran mucho, tienen una mirada tan curiosa y sorprendida que intento adivinar si es también su primera vez acá. Me doy cuenta rápidamente de que estoy hace tiempo desacostumbrada de los encuentros casuales. En los boliches -que evito a conciencia- y en las fiestas a las que me gusta ir, lo casual ya no sucede ni lo busco. Una de las chicas me sostiene la mirada demasiado y descarto preguntarle nada, sumado a que siento un poco de más las palabras en ese momento. La música nos hace bailar con bastante frenesí y a la tercera vez que me sonríe le hago una seña con el mentón, ella se ríe y asiente con exageración. Me acerco, bailamos pegadas, nos miramos con una intensidad que me hace pensar que está todo dicho, y después de ese protocolo silencioso la agarro del cuello y la beso. Bailamos, me sonríe, se aleja, se acerca, se pega a mi, me da más besos y después se pierde entre la gente.

Sexhum es una alternativa intrigante y reveladora para quienes quieran pasar una noche distinta y explorar, desde el respeto y la curiosidad, a la sexualidad de un modo colectivo y performático. El ambiente invita a desinhibirse, pero sin imponer presiones. Es posible ser parte del evento de la forma que se elija, desde un lugar más extrovertido o también desde un perfil bajo. Se es parte bailando, sesionando, mirando, luciéndo lo que llevamos puesto, conociendo gente y sus historias, sus formas de vincularse en el amor y el sexo.

Después de la fiesta me surgieron varios interrogantes: ¿Cómo me relaciono con otres en mis otras salidas nocturnas? ¿Dónde me siento segura? ¿Practico estas pautas -respeto y consenso- en mis relaciones? ¿Cuántas posibilidades de experimentar el erotismo conozco, y cuáles estoy abierta a explorar? ¿Con quiénes comparto mi lado erótico? Sexhum y su comunidad ofrecen un lugar donde canalizar estas preguntas, donde a través de la energía sexual y erótica podemos repensar y discutir, continuamente, las formas que elegimos y queremos para el fluir del querer, del placer y del deseo.

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