Mantener relaciones sexoafectivas: entre la crisis económica y la autoexplotación

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Por Agostina Almada
Ilustraciones por Victoria Scarrone

Una reflexión en primera persona sobre los motivos que imposibilitan el deseo constante.

Un vómito de dudas me invaden mientras voy a la ginecóloga para los chequeos anuales. «Tengo 23 años y no me gusta mantener relaciones sexuales», es lo primero que pienso cuando estoy llegando. La pandemia ya terminó y tres años después mi vida sexoafectiva aún no puede retomar el mismo rumbo que tenía cuando terminaba la adolescencia. Quizás el aislamiento me dejó atrofiada. Quizás sea que trabajo y estudio tanto tiempo que no queda nada para el goce. O quizás es más simple y estoy rota.

Para ordenar un toque toda esta catarata de pensamientos, recurrí a la clásica: googlear. Busqué: «Una generación que no tiene relaciones sexuales», y me encontré con mil artículos sobre el impacto de la tecnología, la crisis económica y el trauma de haber vivido encerradas, por sólo nombrar algunas cosas. Pero mis preguntas eran más simples. Un estudio realizado por la Universidad de Manhattan sobre la sexualidad de la gente en Japón no servía para explicar lo que me pasaba.

También recurrí a la otra clásica: consultar con mis amigas, y como era de esperar, cada una propuso una visión particular: que es por vivir en la casa de nuestros viejos y no tener un lugar propio para coger (se terminó la adolescencia, no puedo traer a mi noviecitx en secreto), que puede ser que mis estándares sean exageradamente altos (¿son estándares muy altos o sólo es desear que nos quieran de la manera en la que merecemos?), que las relaciones con otras personas son demasiado complejas en la vida real y muy ideales en los mensajes de Instagram (además de que por eso nunca pueden salir de la pantalla). Pero todo esto solo me hacía acumular más dudas que certezas.

También conversé con mi mejor amigo y pensamos que tal vez nosotres nos juntamos con gente que no coge. O tal vez es que la gente no coge tanto como pensamos. “Siento que cada persona lo vive de una manera distinta, pero todos lo vivimos. Hay una especie de ansiedad generalizada. No hay ganas de vulnerabilizarse”, me dijo otro amigo en un audio de dos minutos. Capaz la ternura es algo que nos cuesta horrores y fingir demencia es lo más cotidiano.

Lo que pasa es que me encantan las chicas y los chicos, dar besos, abrazos, la tensión sexual. Pero nunca sobrepaso esa línea. Y así casi nada tiene sentido porque al final las mujeres me intimidan, confundo nuestras relaciones con la amistad genuina que nace en el baño de cualquier boliche, y los varones me conflictúan. Sin embargo, en vínculos amistosos no me cuesta, los tengo claros, aunque tampoco logro sacarlos de mi enrosque, de un: “Capaz estaría bueno coger con X, pero no sé si tengo tantas ganas”.

No me conflictúan los tipos de relaciones, la poliamorosidad, la monogamia. Mi consulta parte mucho antes, de la dificultad de generar -y mantener- un vínculo sexoafectivo. ¿Será inseguridad? Me pongo los corpiños más lindos, me hago la depilación definitiva todos los meses, uso las bombachas más bonitas cada vez que salgo de casa, pero aun así no logró construir un lazo. Tal vez hago esas cosas para sentirme bien conmigo misma, y aunque algunos sean mandatos patriarcales, termino contenta con el resultado de mis outfits y me alcanza con que alguien halague cómo me quedan las medias cancán.

Mientras la ginecóloga me revisa, sigo con mi conversación interna y me doy cuenta de que toda mi libido está puesta en producir y trabajar. Estamos signados por una crisis mundial y yo quiero poder regalarme un descanso en otro momento. Eso significa que si no produzco, no tengo plata para comprarme el vino que pienso tomar el fin de semana con mis amis. Y así, los placeres terminan siendo a corto plazo, porque ahorrar para poder mudarme de lo de mi viejo y así invitar gente a coger se me hace cada vez más lejano.

No estoy mal con mi soltería, me encanta salir con amigues, conocer gente nueva. Pero… ¡¿coger?! Un conflicto, un enigma sin solución para mí y mis pares.

Si ustedes me preguntan, sí, la asexualidad fue una orientación que apareció entre mis opciones. Pero con lo que me gusta la gente, las caricias, la tensión; con las ganas que tengo constantemente, no termina de convencerme. Al final quizás Google tenga algo de razón y sí sea una cuestión de época: la economía, la productividad, la tecnología, la ansiedad social, los restos de la pandemia. Al terminar de revisarme la ginecóloga me propone que, en los años siguientes, cuando vuelva a tener relaciones, pregunte por los métodos anticonceptivos, como si ese tiempo estuviera por llegar.

Ojalá más temprano que tarde.

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