¿Qué onda viajar para conocer a alguien que te gusta?

ilusstraciones

Por: Camil Camarero
Diseño: Camil Camarero

Una reflexión en primera persona sobre el deseo como motor de la aventura. 

Soy una mujer cis de 28 años y ocasionalmente tomo micros y ferries para ir a conocer chicos que salen de mi órbita territorial. Y debería quedar ahí la cosa, pero no. Porque lo vincular, para las minas es un tema.

Crecimos con los cuentos de Disney que ponían nuestro accionar en segundo plano y siempre era el príncipe el que nos buscaba, y nosotras ahí viendo “qué nos quieren decir” e intentando descifrar sus señales, esperando a que el chabón nos de un beso o nos preste atención. Y si bien el feminismo puso en jaque todo esto, todavía es raro que encaremos en un bar o incluso, mandemos el primer mensaje en alguna app. Viví toda mi adolescencia bajo la estructura vincular que me enseñaron las rom-com, las revistas TKM y las novelas de Cris Morena, pero una vez que entendí que podía invertir los roles, empecé a ser la “lanzada” de mi grupo de amigas.

Aunque ya sepamos que no necesitamos de nadie para ser felices y que “una mujer realizada” ya no es sinónimo de “una mujer casada con hijes”, la búsqueda sigue ahí en otro plano, subyacente, pasiva o inconsciente, porque quiérase o no, las personas somos eso, sujetos sociales; de alguna forma necesitamos de otre.

El empuje de animarme sale ni más ni menos que desde el hartazgo. ¿Cuál es mi límite? ¿Cuál es la piedra que termina de hacerme caer? Aprendí que las tristezas duelen menos salida a salida y que thank you next cuando las cosas no me cierran. Las curitas se sacan rápido, trato de ahorrarme la famosa danza del apareamiento virtual que inventamos los millennials, que parece ninguno entender todavía. La responsabilidad afectiva se puso de moda en algún momento para ahorrarnos tiempo pero ni para eso sirvió, seguimos vinculándonos como podemos. Propongo volver a la idea de que gustar de alguien es simple y que podemos hacernos responsables de nuestro deseo. No quiero caer en la romantización de la vida pero todo es mucho más simple cuando nos escuchamos de verdad. Y si lo único que quiero es dejar de posponer algo, entonces lo voy a hacer.

En estos últimos cuatro meses viajé en dos oportunidades a conocer chicos. Fui a Rosario y a Montevideo, un finde, dos noches, tres días. Una cita larga camuflada con la idea de conocer una ciudad, de desconectar, de divertirme. Y así, aparecieron preguntas, miradas ajenas y mucha exposición. Lo que mi mente tradujo en que estoy haciendo algo que no es “normal”.

Voy a poner en contexto que con ambos chicos hubo muchos desencuentros y surgió de mí la idea de visitarlos… es que me hacía más ruido seguir esperándolos que sacar un pasaje. El objetivo era soltar la duda, no iba con la expectativa de iniciar una historia de amor; solo saber si perdía el tiempo hablando y planificando esa birra a las siete de la tarde o los mimos en la cama un domingo.

Sé que parece que todo esto lo hago con una seguridad tremenda, pero la verdad es que esta actitud sólo dura hasta tomar la decisión. Durante los viajes de ida me cuestioné varias veces porqué hacía lo que hacía, hablé con amigas y lloré mucho, hasta incluso me sentí chiquita y vulnerable ante las expectativas. Aún así, siempre recuerdo algo que me enseñó mi papá: “El no ya lo tenés, y todo lo demás queda en vos”. Claro que da nervios lanzarse a una aventura con cero probabilidades de éxito… pero el rechazo no nos quita valor, ni nos hace más feas, ni nada que nuestras inseguridades nos quieran imponer, simplemente es un mensaje de que a ese random no le gustamos y listo, seguimos con la vida.

Vuelvo a mi historia: viajo sola. Capaz Rosario no fue tanto drama, pero cuando fui a Uruguay salía de mi país. Ya tener que llevar dólares era un montón. Tenía miedo de perderme, de no saber qué hacer o mismo, de no poder resolver una situación. Ya viajé en otras oportunidades, si lo pensaba tres veces sabía que era completamente autosuficiente pero la ansiedad siempre pone en duda todo. El miedo propio y el de les demás cuando contás el plan: “¿Viajás sola? ¿No te parece un poco inseguro?”.

Ambos chicos llegaron a buscarme a la terminal, pero fue un encuentro extraño en ambas ocasiones. Mi plan era bajarme del micro tranquila, respirar, ir al baño y después encontrarme con ellos. Sin embargo, tanto en Rosario como en Uruguay, me sorprendieron con un encuentro cara a cara bastante shockeante. No niego -al contrario, afirmo- haber quedado como una “rarita” en un principio, por estar transformada en un manojo de nervios y transpiración.

Aunque una vez pasado ese primer encontronazo, la química comenzó a darse naturalmente. Era una primera cita en la que nos estábamos conociendo y a la vez ya compartíamos departamento. Hubo momentos en los que me encontré mirando por la ventana flasheando amor, pero después volvía a mi versión más centrada y todos esos pensamientos medio Mariana terminaban dispersándose para conectar de otra manera. Nunca hubo muchas «reglas» o cuidados de los que se suelen tener en las citas per sé. Solo me propuse tachar los pendientes, aprovechar los mimos, los chuponeos espontáneos, y pasarla todo lo bien que se pudiera. Fueron instantes los que me confirmaron que había hecho BIEN en confiar en el disfrute de la cosa espontánea.

La comunicación era esencial, había que ser claros porque además de ser grandes y entender, el tiempo no acompañaba. Con uno de ellos pasamos toda una tarde juntes, paseamos, nos tiramos en el pasto, disfrutamos del solcito y todos los momentos gritaban SEÑAL. Yo creí que era re evidente todo, pero no. No hubo ni una caricia. Ya llegando al final del día le dije -medio frustrada-: “¿No vamos a chapar?”. La respuesta fue un sí confundido, mientras me expresaba no haber cazado ni una de mis indirectas y después de unos buenos besos, nos indignamos entre risas por no habernos entendido antes. Un poco me da fiaca no haber sido más clara, pero bueno, para la próxima lo seré.

Y por si quedaba alguna duda, sí, te estoy invitando a que dejes de dar vueltas y vayas a ver a esa persona que te gusta. Propongo soltar el celu y volver a sentir las distancias con el cuerpo, basta de fueguitos a las stories, tomate un micro, yafue. ¿Qué hay por perder?

De todos modos siempre se pueden tener recursos por si la química no funciona: una reserva en una habitación de hotel con bañera y el vibrador cargado para disfrutar de una noche de spa, con todas las amigas al habla para hacer videollamada de ser necesario.

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