Que otros sean lo anormal

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Por Malena García

El problema no es si Milei está loco, el problema es que es facista. Su violencia, la promoción de discursos cargados de odio y sus excesos no son simples desvíos, sino los fundamentos de su retórica. Pensar la salud mental a partir de lo que vemos en Milei también nos devuelve la pregunta a nosotres: ¿qué nos pasa cuando somos el blanco predilecto de esa agresividad y cómo se juega en nuestra salud mental estar expuestas a una pedagogía de la crueldad todos los días?

El jueves 26 de octubre, durante una entrevista en canal A24 posterior a la primera vuelta electoral, daba la impresión de que Javier Milei estaba al borde del colapso en vivo. Expresiones en tono violento, momentos de razonamiento errático, sollozos, gritos, quejas por “el exceso” de murmullos y metáforas un tanto perversas sucedían en el estudio, todo en el lapso de 1 hora y 14 minutos: los recortes de la nota no tardaron, se hicieron virales en las redes sociales causando multiplicidad de reacciones, tanto de referentes como de seguidores que anunciaban que después de verlo de esa forma, ya no iban a votarlo en el balotaje del 19 de noviembre. Fue en ese preciso momento donde se instaló la pregunta por la aptitud para ejercer eventualmente la presidencia y sobre su continuidad como candidato.

“Me parece que el problema de Milei y del resto de los líderes de la ultraderecha del mundo, -pienso en Bolsonaro y Donald Trump- no es que están locos o que son unos desequilibrados, sino que son fascistas”, dice Emiliano Exposto, investigador de CONICET y activista de la salud mental. “Esto es que encarnan las fuerzas de la ultraderecha, las fuerzas del negacionismo, las fuerzas del autoritarismo, del capital y del mercado, y no su salud mental, su condición «patológica». Si fuera una persona loca ¿cuál sería el problema? El problema me parece que es del orden de las ideologías que portan, entre ellas, un profundo individualismo, una convivencia y una legitimación de la última dictadura cívico-militar en la Argentina, una ideología que apuesta al avance desaforado del capital y el extractivismo sobre nuestros cuerpos, comunidades. Incluso si estuviera loco, lo loco no quita lo facho”.

“Todos aquellos discursos que, deteniéndose en la personalidad más o menos desequilibrada de Javier Milei, enarbolan todos esos discursos que le dicen «psicótico», que le piden un psicotécnico, que escucha voces… Yo impugnaría esa discursividad porque tienen las fuerzas de lo que yo llamaría micro-fascismos. Son discursos que tratan de identificar en Milei un problema por su condición psicológica que reproducen todo aquello que nosotros no queremos reproducir en este mundo: violencia patologizante, cuerdismo, capacitismo, estigma que asocia la locura a la peligrosidad, que asocia la locura a la imposibilidad de ejercer posiciones públicas. Son discursos neurotípicos, discursos patologizantes y en última instancia, ¿qué nos devuelve de nosotros en relación con nuestra propia salud mental si encontramos un representante público al cual le dirigimos una serie de discursos de etiquetamiento psiquiátrico? ¿Cómo nos vamos a llevar nosotros con nuestros modos de habitar el malestar, los modos de habitar la ansiedad, la depresión?”, se pregunta Emiliano.

“La locura no es la discusión porque no se trata de una cuestión de capacidad de los candidatos, lo mismo cuando se habla del alcoholismo de Patricia Bullrich”, indica Diana Broggi, psicóloga y militante feminista. “Centralmente, al hacer foco en esas categorías de la locura, del alcoholismo, podríamos decir de los “consumos problemáticos desde la salud mental”, está en las antípodas de la Ley Nacional de Salud Mental y su paradigma a la hora de pensar los sufrimientos, los padecimientos, sobre todas las cosas, evitar los diagnósticos en términos de estigmatización”, explica. Para Broggi, se corre el riesgo de poner en segundo plano el fascismo y la crueldad: “Cuando hablamos de Milei, de Macri y de Bullrich, lo más grave, preocupante y peligroso no son sus categorías diagnósticas, sino que representan proyectos políticos de poder. Proyectos políticos fascistas. La violencia que detentan es parte de ese lenguaje. El fascismo no tiene que ver con el modo de expresar sus ideas, es el contenido de sus ideas y el modo no puede ser otro que la violencia porque está directamente atado. Es parte de la estructura de ideas y es ideológico en ese punto también”.

Con el crecimiento de los discursos de extrema derecha, desde hace tiempo somos objeto de la violencia política. Se nos invita a adoptar una pedagogía de la crueldad que ataca nuestras identidades y luchas políticas, nos narra como sujetos a exterminar y expresa deseos de ver muertas a nuestras dirigentas y referentas políticas. Antes de llegar al intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner, vimos durante años altas cuotas de acoso y violencia política contra funcionarias como Ofelia Fernández y periodistas como Luciana Peker. Violencias que buscan disciplinarnos: buscan que el costo de participar en política sea tan alto como para que ya no intentemos habitar esos espacios.

“El loco de la motosierra” es el título alternativo que tuvo en Argentina y Uruguay la película La masacre de Texas de 1974, película que abrió una nueva figura dentro del género de terror: el asesino psicópata, variante que motivó muchísimas películas desde entonces para explorar este aspecto. Pero también es una de las formas en que propios y ajenos se refieren a Javier Milei: en más de una ocasión, el candidato paseó en caravana con una motosierra en funcionamiento, diciendo a viva voz que va a destruir nuestros derechos, nuestros espacios comunes, nuestros lugares de trabajo, nuestros espacios de memoria. Estas narrativas no sólo buscan transmitir ideas, sino también generar emociones: se anclan en el odio, el miedo, la bronca y el goce punitivo. Esa forma de pregonar desde las altas esferas de poder -la candidatura a la presidencia, la referencia de un partido político, la banca de diputado nacional- habilita el permiso a la reproducción de discursos de odio que se replican al infinito en las redes y en el espacio público. ¿Cuáles son los subsuelos de la democracia donde se fabrica este sentido común y cómo nos impacta convivir con ellos en nuestra salud mental?

“Sus expresiones, que son la mayoría de las veces violentas, sus insultos, esas explosiones, generan malestar e incertidumbre en mucha gente, sobre todo si dimensionamos que podría ocupar un lugar de poder, por lo que podamos imaginar de un sujeto con poder que no puede debatir sin faltar el respeto cuando habla con personas que no comparten sus ideas”, dice Carolina Francescangeli, integrante de la Red de Psicólogxs Feministas.

“No hay que naturalizar ni dejar pasar los altos grados de misoginia, de machismo explícito, de violencia simbólica, mediática y política por parte de Javier Milei y de muchos candidatos de La Libertad Avanza. Tienen un impacto que genera inseguridad, mucho miedo, mucho malestar y angustia generalizada. Es directamente proporcional el grado de exacerbación de los discursos violentos con los efectos sobre nuestra salud mental: sentirse en estado de amenaza constante, permanente”, sostiene Diana Broggi. “Es un tema social y político en un país donde los feminismos y los transfeminismos hemos avanzado no sólo en materia legislativa y derechos, sino también en espacios muy importantes y fuertes en términos de batalla cultural. Hay quienes dicen que las mujeres y las disidencias no votamos a Milei, pero no alcanza con eso”, agrega.

Nuestras armas para combatir el fascismo: las narrativas de futuro

Más allá del resultado de las elecciones, es muy pronto para saber cuántos de estos discursos de odio permean en la sociedad. Un estudio sobre subjetividades políticas mostró las características sumamente heterogéneas del voto a Milei, dejando ver que un tercio de dichos votantes, es más cercano a ideas nacional-populares que a las propuestas de extrema derecha. Esta situación nos habla del descontento y la bronca que encumbran en la elección al candidato de La Libertad Avanza, y también del riesgo de que a la larga ese descontento sea politizado y capitalizado dentro de esa propuesta ideológica. En otras palabras, el elefante en la habitación es el malestar social y la incertidumbre. Tal como se pregunta Emiliano Exposto: “¿Cómo desde abajo nos inventamos una nueva imaginación, una nueva praxis política, nuevas prácticas culturales porque por algo llegamos hasta aquí?”.

“Los niveles de incertidumbre, terror anímico y de cansancio que estamos viviendo a estas horas, se vuelven cada vez más difíciles. Las ultra derechas están ofreciendo una escena para representar, canalizar o capturar el malestar social. Y parecen estar pudiendo politizarlo. Ahora bien, es una politización reactiva, reaccionaria del malestar. ¿Por qué reaccionaría? Porque no viene a revertir desigualdades, sino a reforzar privilegios y jerarquías sociales”, explica Emiliano Exposto.

“De la pandemia para acá, la incertidumbre ha sido una realidad inevitable. Ese sentimiento frenó o puso en pausa muchas decisiones y proyecciones en la vida, tanto personal como colectiva. Y ahora creo que eso se reedita, con la inflación, la inseguridad, con la situación habitacional, con los discursos de odio, y sobre todo con la situación electoral que se viene viviendo hace unos meses”, indica Carolina Francescangeli.

“No sabemos muy bien qué significó esa escena tan traumática que se llamó pandemia. Pero fue en la pandemia donde se formuló una consigna que decía «no queremos volver a la normalidad porque la normalidad era el problema». ¿Qué quiero decir? Que la mayor parte de violencias y opresiones que se han ejercido a lo largo y a lo ancho de nuestra historia, han sido ejercidos por la normalidad. La normalidad es la normalidad del orden, del capital, del patriarcado, del racismo. Y yo creo que Javier Milei no está loco, es un hijo sano de la normalidad”, agrega Emiliano Exposto.

La Ley de Salud Mental es un hito en la historia de nuestro país en materia de políticas públicas con perspectiva de derechos humanos: define la salud mental desde un enfoque de derechos, prohíbe los manicomios (en 2020 venció el plazo para sus cierres definitivos), establece que la atención de la salud mental debe ser llevada adelante en comunidad y poniendo el foco en la inclusión social, limita las internaciones, apuesta por los abordajes interdisciplinarios y protege los derechos de las personas usuarias de los servicios de salud mental, entre otras medidas.

Más allá del resultado de las elecciones, para Emiliano Exposto el desafío es “ver cómo conectamos con el malestar social de clases populares, de nosotros mismos, y tratar de otorgarle a esos malestares que son los propios también, un sentido emancipatorio, un sentido igualitario”. En este sentido, se abre el interrogante sobre la importancia de defender un piso de derechos alcanzados -educación y salud pública, las conquistas del movimiento feminista, del movimiento de derechos humanos- que incluya los pisos de debate construidos en torno a la salud mental. De otra forma, corremos el riesgo de meter el problema debajo de la alfombra y contribuir a fortalecer desigualdades. “La defensa abstracta de la democracia nos deja desarmados para cuestionar todo aquello que la democracia no puede revertir en términos de producir igualdades bien concretas y materiales. No podemos defender abstractamente una democracia que está secuestrada en su capacidad de producir capacidades reales”, agrega.

¿Cómo hacemos política en tiempos de crecimiento de discursos de odio y de anti-política? Son tiempos para defender no sólo aquellos derechos que no queremos perder, sino aquellas políticas y la vida en común que deseamos construir. No perder de vista que somos parte de un entramado, no perder la capacidad de ayudar a los demás: al fascismo lo combatimos con narrativa de futuro.

“Es importante gestionarnos algo de la ternura, de lo placentero, también en lo personal, lo subjetivo. Son tiempos fundamentales para encontrarnos con otros, para reflexionar, para pensarnos, para no quedarnos solos encerrados en nuestro pensamiento. No es algo que le esté pasando a una persona, le está pasando a muchos. Por lo cual el entramado social también es fundamental para lo que hace la salud. La salud es la posibilidad de desarrollar una vida libre de violencia, de discriminación, con trato digno y con acceso a los derechos básicos”, dice Carolina Francescangeli.

“La organización colectiva drena un montón la angustia, porque implica la posibilidad de compartir con otres, de empatizar y de hacer, de ponerse en acción”, dice Diana Broggi. “De evitar las rumiaciones más internas para pasar al acto de la política organizada. La política en general, en términos comunitarios, que desborda las estructuras partidarias y orgánicas, las intervenciones culturales, el humor, la música, no es casual el rol que tienen por ejemplo los jingles de Gelatina o los memes. El humor es esa estrategia que permite cierto atajo de las mentes y no sólo llegar en términos ideológicos sino amortiguar algunos efectos de lo nocivo de las violencias, de la crueldad y del fascismo para nuestra salud mental”.

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