Rotísima de educarme en el amor

Copia de rotísima tercera edición copia [Recuperado]

Por Sofía I. Motti
Ilustración por Victoria Scarrone

De cuando la intensidad se convierte en un problema y otras enseñanzas sobre amar.

No pretendo ser original. Antes de mí, existió toda una generación de cantantes, escritoras y artistas que plasmaron en palabras la intensidad de sus emociones al amar. En uno de sus temas más sentidos, Lorde canta: ‘Soy la hija de mi madre, te amaré hasta que deje de respirar y hasta que llames a la policía para que venga a buscarme’, condensando una experiencia común para muchas: amar demasiado. Entiendo, claro, que la romantización del exceso me llevó a pensar que la intensidad es una virtud cuando de amor se trata. ¿Quién no quiere ser digna hija de su madre? ¿Quién no quiere amar hasta que el aire no encuentre rumbo hacia los pulmones o tengan que llamar a Prefectura porque el amor se convirtió en un arma blanca en manos de alguien que no tiene miedo de usarla? Evidentemente, no todes, pero espero que haya entre mis lectores alguien que entienda de lo que hablo.

Anhelar lo intenso es bien recibido siempre que se está en soledad, cuando es una estrella lejana, abstracta; el amor, cuando es pensado, siempre es más seductor cuando lo acompaña una fuerza apabullante. Pero, como la mayoría de las cosas, en la práctica se vuelve complicado reproducir sin represalias lo que anteriormente se pensó tan impunemente. ¿Qué tan grande puede ser la fuerza de un amor antes de ser rechazado?

La posmodernidad, una tercera (¿o cuarta?) ola feminista y un flujo imparable de diferentes formatos de información nos ha llevado a reconsiderar las formas en las que nos relacionamos, incluído cómo amamos. Tuvimos que educarnos en el arte del Eros, y en ese proceso, deconstruir el estereotipo más repetido de la historia del entretenimiento sobre las relaciones. Si bien reflexionar sobre la violencia, la manipulación y la toxicidad hizo que hoy podamos conocer formas más gentiles y responsables de amor, también creo que la hipercorrección amorosa nos ha hecho a nosotras, las que sentimos hasta dejar de respirar, blanco de demandas innecesarias. Hoy creemos que el amor puede encajar en nuestras vidas así como puede encajar un turno en nuestro calendario para arreglarnos las uñas, o un par de horas en la guardia porque aprovechaste que tenías tiempo y decidiste finalmente hacerte ver el dedo que está medio chueco y te duele desde hace unas semanas.

Hacer de la infatuación una rutina, para que encaje entre otras tareas: comer, rezar, amar, trabajar, estudiar, amar, viajar, leer un libro, amar, marchar, abrazar a una amiga, amar. ¿Cómo se encuentra un momento específico para algo que empapa todos mis movimientos, todos mis actos, todos mis pensamientos? La intensidad comparte la misma raíz etimológica que la intención, tal vez porque el único error que realmente cometemos les que amamos demasiado sea hacerlo con propósito aparente. Creo que cuando la voluntad está tan firmemente direccionada, el tiempo, unidad métrica humana, construcción social, no puede servir como parámetro para juzgar cuánto se le dedica al objetivo. Amar es un verbo que solemos conjugar en infinitivo porque recubre todas las superficies e instantes de la existencia.

Junto con la hipercorrección a la hora de enamorarse, no debemos olvidar a las mujeres que tuvieron el valor de tomar como bandera la intensidad. Sería injusto, entonces, exigirle a la generación que creció escuchando a Mitski, a Lana del Rey, a Stevie Nicks, leyendo a Peri Rossi, Pizarnik, Vilariño o Woolf que abandone su legado, que eduque los corazones cuando tantas otras prendieron un fuego en nuestras entrañas. Deberíamos saber contemplar de la misma manera que hacemos con los amores que festejamos, aquellos que nos asustan por su intensidad avasallante: después de todo, lo que no sale fuera, lo que queda estancado, se pudre, también el amor.

Newsletter de Beba

Newsletter de Beba