Rotísima de tener que menstruar

rotísima segunda edición

Por Chiara Finocchiaro
Ilustración por Camil Camarero

Volví de mi clase de yoga completamente estirada, física y mentalmente. Es lindo ese espacio diario en el que me desconecto de todo y en un movimiento paradójico, me aíslo de la Tierra para meterme en mi propia atmósfera. Es mi ritual sagrado, la práctica. La cuestión es que estaba finalizando el día -bastante cansada-, así que decidí pedir un delivery porque la heladera no estaba aportando mucho al asunto cena. Me hundí en el sofá para acompañarme con la serie de turno, y todo andaba más o menos bien hasta que me sentí incómoda: la segunda bombacha del día que me cambio, culpa de la estúpida y para nada sensual menstruación.

Tener un útero es, cuando menos, una comodidad. Si sos una persona con un ciclo regular sabés que hay un momento del mes en el que no entendés muy bien qué carajo te pasa, ni de dónde brota toda esa catarata de sentimientos, o porqué detestas todo lo que te rodea; te sentís horrible, el llanto te desborda y encima la situación completa te hace explotar de maneras insólitas. Justo, justo cuando te percatás de todo esto, la sangre baja y terminás toda manchada. ¡Todos los meses lo mismo, hermanx!

Me encantaría probar lo que se siente tener un aparato reproductor masculino, ser un chabón por un mes, atravesar las semanas con esos niveles de testosterona bien altos que no bajan. Que esos días cuando estás ovulando y te sentís imparable, con el autoestima por las nubes, como una diva sólida e indestructible, no se vean derrumbados porque se te desgarró el útero. Todos los meses se vuelve a foja cero.

A todo esto, hay una especie de “corriente” -si se puede llamar así-, que revaloriza la menstruación y la traspola a un encuentro con el SER MUJER, una perspectiva que rechaza el hastío que nos provoca menstruar y nos invita abrazarnos con el sangrado, a conectar con nuestro ciclo. Para quiénes menstrúan, sabrán de qué hablo. La verdad, no sé muy bien cómo llevarme con esta idea. Desde ya que menstruar no define la feminidad de absolutamente nadie, es el pensamiento más arcaico y terfo que escuché en varios años.

Pero más allá de eso, qué decirles hermanas… Es imposible desincronizarme de mi período menstrual, descalendarizarme de mi propia experiencia física, desdoblarme en un ser que no quiere estar determinado biológicamente, pero lamentablemente en algún punto lo está. No quiero ser un mar de sensibilidad cuando las hormonas me lo exigen, no quiero pensar cosas de mierda sobre mí cuando llega el SPM, pero no lo puedo evitar.

La práctica de yoga es mi gran aliada en el kit de herramientas para la autogestión emocional. Me permite ejercitar mi atención plena, poder discernir un poco entre el torbellino neurótico que muchas veces soy y ver con mayor claridad qué siento, de dónde viene y a dónde puede ir. Así me doy cuenta que los truquitos que me juegan mes a mes mis emociones al parecer están bastante atados a mi menstruación. No soy un ente aparte de la experiencia de mi cuerpo. Cuántas veces he deseado no tener útero, dejar de sangrar, lo intenté incluso con métodos anticonceptivos. Pero para qué mentirles: cuando se demora y no baja, me siento peor.

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