Shiva Baby: el camino a la adultez puede ser una pesadilla

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Por Florencia Rocha

Un análisis sobre esta comedia negra y coming of age que actualmente se puede ver a través de la plataforma Mubi.

Shiva Baby es la ópera prima de Emma Seligman que, con solo 25 años, canaliza la herencia autorreferencial y neurótica de la comedia negra de Woody Allen, pero haciéndolo desde su lugar como mujer LGBT y también, desde la sensibilidad estética para narrar el dolor. Esta coming of age, que primero fue su corto de tesis, habla de la angustia del pasaje a la adultez en un contexto en el que la sexualidad ya no es más tabú, pero que como todas nuestras decisiones, por más libres que sean pueden traernos dolor y consecuencias de las que aprender a hacernos cargo.

Una comedia negra que transcurre en Nueva York. Una familia judía de clase acomodada. Una shiv’ah, que es un funeral judío. Y en el medio Danielle (Rachel Sennott), que es invitada al funeral estando más viva que nunca. Transcurriendo sus veintis y atravesando el pasaje a la adultez. Durante 78 minutos, el terror a la muerte y sus ganas de vida van a disputarse entre demandas de familiares y las consecuencias indeseadas de todas sus decisiones. Vacilando entre la angustia que amenaza con ser crisis y el deseo de querer hacer lo que se quiere sin pedir permiso a nadie. El duelo es el propio, murió la adolescencia. 

Antes de ingresar a la ceremonia familiar, Danielle tiene un encuentro con un hombre de casi treinta que parece brindarle ayuda económica. Despidiendo a la protagonista con el dinero que ella incómodamente le solicitó, le recuerda que le encanta poder apoyar a una mujer para que pueda tener su propia carrera y ser independiente. Una línea que no es accidental y que funciona para ubicar a ese hombre en el lugar que él mismo quiere ubicarse. Más tarde entenderemos que se trata de un sugar daddy que no solo está casado, sino que acaba de ser padre y que el intercambio no es solo de sexo por dinero, sino que hay una relación de amantes. La cámara sigue a la protagonista en su recorrido hacia la Shiv’ah. Ella no quiere estar ahí, ni quiere saludar a ningún pariente y la presión familiar comienza a ahogarla mucho antes de empezar a dar los pésames. 

Al ingresar a la casa de la tía, donde se lleva a cabo el funeral y donde transcurre casi toda la película, el sonido comienza a apoderarse de la escena como luego lo hará con el resto de la historia. La música extradiegética acompaña en una misteriosa rítmica la incomodidad de Danielle, que inesperadamente se encuentra con una ex novia. 

La película aborda su bisexualidad, pero no la juzga ni la explica. No hay una justificación, su orientación sexual ocupa el lugar que ocuparía la heterosexualidad en otra película canónica: no es un conflicto ni una solución, la decisión de Seligman de no detenerse en ese asunto consagra a Shiva Baby como una cinta que no busca responder a una agenda de género y de esta forma prioriza la intención narrativa para contar una historia personal de manera virtuosa tanto desde el guión, como desde la puesta en escena. 

Pero la bisexualidad igual está y esta no es una decisión azarosa. Danielle sufre y también ama. O más bien amaba. Y la película aborda la posibilidad del deseo que se multiplica por dos y no es una confusión, una etapa o una experimentación, como juzga su madre quien se jacta de ser open minded. 

Este encuentro con Maya, su ex, va a desencadenar en ese tipo de tensión que cada vez encierra más y de a momentos se transforma en una pesadilla. Todo dentro de una comedia negra e incómoda, que nos hace parte con sonido y planos subjetivos que conectan con todo lo que siente Danielle, entre lo que también podemos encontrar sus ganas de huir para liberarse. 

Todo este estrés se transforma en una atmósfera de tensión que tira y tira, pero nunca llega a soltarse del todo. Una fuerza que nos envuelve y contagia hasta tomarnos de rehén pero que de a ratos pareciera volverse excesiva, cansadora y hasta desgastante. Este microclima se logra gracias a violines que remiten al thriller y al cine de terror. El estrés y los nervios poco a poco van expandiéndose hacia más invitados de la casa, que también se ven involucrados en las acciones de Danielle. Ella ya no es la única pasándola mal, aunque sigue siendo la que peor la pasa. La tensión va tornándose más alta y se convierte en presión, que deriva en un apuro enorme por hacer, decidir o resolver. El tiempo corre para Danielle y la gente molesta, se mete, cuestiona y entorpece el camino que ella decide tomar, como su carrera universitaria, o su elección laboral. Parece que nada de lo que ella intente hacer saldrá bien. 

La tensión como constante de equilibrio a lo largo de la película si es repetitiva y sí, parece no llegar a algún lugar. Desde la posición de espectadores se espera que ese suspenso desencadene en algo. Que bien pueda acabar en una solución para Danielle o que por el otro lado desate el caos que tanto amenaza en toda la película. La falta de ese climax final que se puede percibir para quienes miramos desde afuera es al fin la representación del camino que Danielle recorre: el conflicto y la presión son constantes, pero no hay solución o final. El espectador espera su clímax y quiere su satisfacción. Danielle también quiere la salida para poder huir de la pesadilla, pero tampoco lo consigue. 

El camino a la adultez parece un imposible al que es muy difícil llegar. Encontrar el equilibrio entre la libertad y la responsabilidad es un camino doloroso y que requiere angustia. Danielle es una mujer llena de deseo y por eso también está llena de miedo. 

En Shiva Baby la pesadilla no es solo un recurso literario, sino que invade todo el audiovisual. La molestia y el agotamiento que producen los nervios son el dispositivo para concluir la obra que trasciende a les espectadores. Es muy fácil sentirse Danielle y empatizar con ella más allá de aprobar o reprobar sus decisiones. 

Seligman evoca esa entrada a la adultez, donde la adolescencia ya empieza a quedar incómoda, pero la adultez aún es novedosa y muy difícil. En el medio, toda la familia que en nombre de las buenas intenciones nos tratan como infantes, pero nos exigen como adultxs. No hay aprendizajes ni moralejas en un buen cine, pero sí pueden haber preguntas o reflexiones. 

La familia y la religión demandan un éxito que parece que tiene una fórmula. Un camino que a la protagonista no le interesa recorrer. “La fórmula” pareciera no tener lugar dentro de la narrativa así como tampoco lo tiene en el camino que ella recorre. Un camino donde la angustia es inevitable, pero el deseo de libertad es más fuerte. La entrada a la adultez es un recorrido en el límite que va a los tropezones, pero que Danielle atraviesa de manera auténtica y propia. Porque cuando se habita la vulnerabilidad no hay nada más fuerte que el sentimiento emancipatorio. En esa sensibilidad está la virtud de Shiva Baby, y por eso es un retrato que vale la pena ver.

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