Solidaridad, mística y amistad: las cosas en las que podemos creer gracias a Taylor Swift

portada copia

Por Martina Dubini
Fotografía @marceloendelli/Taylor

Un recorrido por los días previos a la primera presentación de Taylor Swift en Argentina en el marco del “The Eras Tour».

“Hoy no vuelvo a Núñez” es lo primero que dice el conductor de Cabify cuando me subo. Acaba de terminar un viaje que, en principio, parecía llevarlo al Barrio Chino, pero en realidad lo dejó entre calles cortadas y una multitud de chicas. Ahora que ya se alejó del caos, su teléfono no para de sonar. “Son todos pedidos de viajes que terminan en Av. Libertador. Yo no vuelvo ni loco”.

Es jueves 9 de noviembre y Taylor Swift se presenta por primera vez en Argentina en el Estadio Monumental de River. Antes de bajar del auto, recibo un mensaje; “Hermana, necesito que me expliques qué demonios está pasando, qué es este fanatismo de la gente por Taylor Swift.”

“Estoy yendo al concierto, cuando salga te cuento todo”, le respondo. ¿Debería empezar por la cantidad de shows que se realizaron en EE.UU o los documentales que hay sobre ella? ¿Tendría que mencionar qué significa Taylor’s version o explicar el concepto de “Era”? ¿Hay que buscar un fenómeno similar en la escena local o entender lo swiftie como algo singular que viene gestándose hace más de 17 años?

El auto me deja en Palermo y desde ahí tomo un colectivo que para a dos cuadras del estadio.

Todavía no sé qué quise decir con “todo”.

“So, make the friendship bracelets, take the moment and taste it”


En una nota sobre la presentación del libro Porque demasiado no es suficiente de Mariana Enriquez, la escritora explica un concepto clave para entender el espíritu de todo fandom: la búsqueda de lo sagrado en lo cotidiano.

“Hay algo en lo incondicional del fan que está más cercano a la fe que a otra cosa, y quizás eso no lo tiene todo el mundo. Por eso lo puedo relacionar también, por ejemplo, a los santitos de la ruta, o a los santos populares.”

No parece casual que la primera parada que realizamos con Pilar, sea en Once. Nos bajamos en la estación Pasteur de la línea “B” y caminamos entre santerías hasta la calle Uriburu. Es la primera vez que ella conoce este barrio. Le señalo cada local como si fuera una niña: “Acá podés encontrar todo lo que quieras” le digo, y recuerdo un verso del poema Febrero en Balvanera del libro Diario de una persona inventada de Cecilia Pavón:

Todo pasa en Balvanera,
yo vivo aquí,
amo este barrio
donde las ancianas
salen a caminar a las siete de la mañana,
vestidas de blanco
y se maquillan y no les importa nada
porque sienten que las calles son solo un escenario para desplegar su glamour.

Y no sólo las ancianas, también están las chicas que entran y salen de las casas de bijouterie con bolsas llenas de mostacillas, pinzas y tanzas. Pero hay algo que está en falta: las mostacillas blancas con letras negras, están sin stock desde hace más de tres semanas.

Somos varios los que estamos en esta búsqueda diminuta –en apariencia insignificante–, pero a la vez crucial para escribir las canciones que luego estarán plasmadas en las pulseras. Una señora le manda fotos a su hija y le escribe: “Sólo quedan estas”. Un padre nos pregunta si en la cuadra de enfrente pudimos conseguir algo. Le decimos que no. “Bueno, les aviso si consigo”

Ya pasaron dos horas y sólo hicimos dos cuadras. Parece que en Once no se puede encontrar todo, capaz teníamos demasiadas expectativas. Nos vamos sin letras pero con pack de brillitos autoadhesivos comprados en un cotillón, y eso no es poco, porque we are still bejeweled.

“How can a person know everything at 18, but nothing at 22?”


Estamos en la Biblioteca Casa de la Lectura y la Escritura en el barrio de Villa Crespo. A lo largo del mes un referente del ámbito cultural se acerca al espacio y conversa con lectores acerca de su oficio. La invitada de hoy es Leila Guerriero.

“Gracias por venir hasta acá, esta tarde de lluvia y horror en Buenos Aires, vamos a ponerle un poco de rock and roll”, y desde ese momento su voz es lo único que importa. Sólo cuando desarrolla el último punto sobre su método de escritura y dice: “muchas gracias”, el público se anima a hacer algún tipo de sonido.

El organizador del evento habilita el espacio para hacer intervenciones. Una chica levanta la mano y pregunta: “¿Cómo supiste que querías ser periodista?” Leila se ríe, le contesta que ella solo quería escribir y que pensaba que ese era el mejor medio para vivir de ello. Pero que nunca se va a olvidar cuando tenía veinte años y la perseguían las dudas. “Estuve ahí”. En voz baja, me acerco a Pilar y le canto: “Wind in my hair, I was there, I was there”.

Después de que termina la charla, me quedo en la casa de mi amiga. Al día siguiente, ponemos en la mesa del living las compras del día anterior. Tenemos mostacillas celestes opacas, celestes brillantes, rosas medianas, rosas chiquitas, verdes esmeralda y verde oliva. También hay púrpuras, violetas y lilas; negras, grises y blancas.

Para esta tarea también se necesita un método. Mi amiga y su melliza desarrollaron uno propio. Primero, hay que rodear la muñeca con la tanza, imaginar que la pulsera ya está terminada y que cuelga sin marcar la piel. Luego, hay que cortar la tanza, “es mejor que te sobre, a que te falte”, dice una de ellas, mientras explica cómo hay que hacer el nudo: “A dos centímetros de la punta”. Después, hay que hacer otro nudo. Y otro. Nudo sobre nudo. Hay que asegurarse que las mostacillas no se caigan, que van a permanecer juntas incluso cuando pasen de muñeca en muñeca y nos olvidemos a quién pertenecen. Hay que elegir las mostacillas, y cuando me refiero a las mostacillas me refiero a la Era, es decir, a la estética de determinado álbum, es decir, a una canción.

Agarro mostacillas azules para formar Style de 1989. Caen una sobre otra a través del hilo, luego siguen las letras rosas que conseguimos en Internet y la acción se repite. Le muestro a Pilar cómo está quedando y se ríe. Escribí “Stely”. Saco las letras, las acomodo y las pongo de vuelta. Agrego las últimas mostacillas y hago nuevamente el nudo sobre nudo. Entre un extremo y otro de la tanza se crea la pulsera. La paso por mi muñeca, me ajusta pero no digo nada. Solo cuando la quiero sacar, las mostacillas se desprenden del hilo y rebotan por el parqué como si participaran de una carrera.

Después de haber enumerado 18 puntos sobre su método de escritura, Leila Guerriero afirmó: “No hay secretos, no hay fórmulas, no hay recetas, sólo hay insistencia”.

“I said remember this moment, In the back of my mind”


El colectivo no llega a acercarse lo suficiente al estadio, hay un operativo de seguridad que lo impide. Entonces nos disponemos a caminar entre porristas de Shake it off, vestidos púrpuras con lentejuelas que imitan el espíritu de Speak Now, remeras de la selección argentina que tienen escrito Taylor en la espalda y polleras largas y blancas que recuerdan a Folklore.

En la entrada, los brazos de las guardias de seguridad están repletos de pulseras. “La vi a Taylor, es hermosa, no todos pudieron verla, pero yo sí”, dice la mujer que me revisa y me deja pasar. Adentro, las swifties ofrecen las pulseras que cuelgan de sus riñoneras. “Tomá, agarrá la que quieras”, nos dice una chica que tiene las uñas pintadas de negro y decoradas por un anillo de serpiente en honor a Reputation.

“It’s me hi”, “Miss Argentina”, “MTR”, “Begin again”, “Tas solo pibe”, “I know places”, “Karma”, “ATW”, “Fifteen”, “Taylorneta” y “Hoax” son algunas de las tantas frases que se examinan, eligen e intercambian. O simplemente se regalan. “No sé ustedes, pero yo me volví a sentir como una nena haciendo esto junto a mis amigas”, dijo una swiftie que se acercó para regalarme una pulsera.

Me acuerdo de ella tres horas después, cuando Taylor aparece en una tarima en el medio del escenario con un vestido lila, cantando “The night you danced like you know, our lives would never be the same”, de la canción Long Live, mientras que las piernas de la chica que me regaló “Begin again” empiezan a adormecerse después de estar tanto tiempo parada. Pero a ella no le importa. A ninguna de nosotras. Al menos no en este momento.

Tampoco nos importa si las pulseras nos aprietan los brazos dejando alguna marca, o si los brillos no se van de nuestras caras incluso cuando ya nos hayamos sacado el maquillaje. Nada de eso tiene importancia. Quizás mañana sí, cuando hablemos de Taylor, de las pulseras, de los extraños, de la fe y las amigas, o mejor aún, de la fe en las amigas, y todas esas cosas en las que todavía podemos creer.

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