Por Cinthia Giselle Dalama
(Esta soy yo y las fotos me las sacó Julieta María)
Soy gorda. Tengo un cuerpo gordo desde que me acuerdo y no sé qué se siente que los demás no opinen sobre mi peso. Empecé a hacer dieta cuando tenía nueve y mis papás perdieron el control: no sabían muy bien cómo educarme en la comida. Me llevaron al pediatra que me pesó, me midió y me dijo que estaba muy excedida de peso. Escribió obesidad en un papel y le hizo un círculo. Desde ese momento empecé a percibir mi cuerpo como algo importante, entendí que me iba a acompañar siempre y que tenía que cuidarlo. Antes sólo pensaba en no perderme ningún capítulo de Sailor Moon y en que me regalen la casa de Barbie.
Soy gorda pero no tengo el cuerpo gordo normado. No soy ni petisa, ni tengo tetas grandes. Tampoco tengo una figura de reloj de arena. Al lado de mis amigas gordas sigo siendo la más gorda, por más de que con ellas me sienta cómoda y comprendida. Esto no es una competencia a ver quién es más flaque o quién es más gorde, pero la comparación es inevitable. Me da bronca que, incluso entre les gordes, exista un estereotipo: soy linda y punto, no necesito tener un cuerpo hegemónico para ser más bella, no necesito ser de una determinada forma para autopercibirme con amor.
Soy gorda y me la banco bastante. No hago ejercicio, ni voy al gimnasio. Tampoco hago dietas restrictivas o que me prometan adelgazar muchos kilos. Como lo que me gusta de la manera más equilibrada que puedo. Me costó mucho dejar de sentir culpa por comer, y por existir. Me cuesta mucho pensar en mí como alguien válido que se merece respeto. Me molesta tener que justificar mi cuerpo, tener que aclarar que estoy bien.
Soy gorda y no estoy enferma. No tengo ninguna enfermedad por tener más grasa que otres. Tengo derecho a ser gorda, a disfrutar de mi cuerpo y de mi vida como quiero. ¿Y si estoy enferma, qué? ¿Quién dice cuánto tengo que medir y pesar? ¿Une médique me va a asegurar que bajando de peso voy a estar sana? No soy ni obesa ni tengo sobrepeso: el modelo médico hegemónico lo único que hace es condenarme a una vida miserable por tener más kilos que otres. Ser gorde no es sinónimo de ser vague o descuidade, ni mucho menos de ser infeliz.
Soy gorda y estoy bien, gracias. No necesito que te preocupes por mí ni que me digas qué tengo que hacer para estar mejor conmigo misma. No quiero tu diagnóstico online porque subí una foto mía a Instagram, ni me interesa saber qué pensás de mi cuerpo o qué enfermedades se te ocurren que puedo tener. No necesito tu consejo porque vos probaste una rutina de fitness que te funcionó, o tus cuestionarios interminables para saciar las dudas que tengas sobre mi metabolismo y cómo funciona. Tu lástima no construye nada, ni me ayuda.
Soy gorda y me gusta mi cuerpo. No necesito que nadie me valide diciéndome que le gusto. Sé que soy invisible al deseo de muchos de ustedes. Soy indeseable, un asco, entonces ni me consideran. Aprendí que el deseo es político, una construcción, y que no a todes nos gustan las mismas cosas. Ser gorda es mi lugar seguro: sé que acá estoy yo y que no se va a acercar cualquiera. Es mi manera de protegerme, de saber que voy a estar bien conmigo misma al final del día.
Soy gorda y no entro ahí. Los espacios no me contemplan en su diseño y medidas. Apenas me puedo sentar en la butaca de un teatro. No me entra la mayoría de la ropa que hay en los shoppings. Pocos diseñadores nos tienen en cuenta a la hora de crear productos. Nos invisibilizan socialmente porque no nos merecemos estar cómodos en nuestros cuerpos: nuestro único camino es aceptar que tenemos que bajar de peso para gozar el privilegio de sentarnos cómodos en el transporte público.
Soy gorda y a veces me obsesiono. Tengo redes sociales y sigo a muchas mujeres que postean fotos suyas todos los días. Las veo hermosas y no puedo evitar compararme, sentir que ellas son más que yo, por el simple hecho de animarse a subir fotos suyas, riéndose, con poca ropa, mostrando sus estrías y su celulitis. Me detengo a ver mi cuerpo, lo examino como si fuera a hacer algo más que ponerle ropa y taparlo como hago siempre. Todo lo pienso de manera estratégica: que no se me vean tanto los brazos, ni tanto arriba de las rodillas. Que no se me vea tanto nada. Mejor no me veo yo y listo.
Soy gorda porque quiero. Porque un día decidí dejar de hacerme daño pensando que mi vida sería mejor si fuese flaca. Decidí dejar de mirar tanto afuera y a mirarme a mí misma. Sé que mis amigas flacas también sufren, entonces si iba a sufrir por lo menos no me lo iba a infringir yo ese dolor.
Soy gorda, quiero quererme, y esta es la parte más difícil. Me peleo todos los días conmigo misma y con mi reflejo en el espejo. No sé bien cuál de las dos soy. Hago una tregua: soy un poco la que me imagino, la que está en mi cabeza, la que me gustaría ser, pero también soy la que está ahí, la que se pinta los labios y se aprieta los granitos. Y las dos son igual de importantes, nos necesitamos: no puedo ser una sola.
Soy gorda y a veces quisiera no serlo. Mi vida no es perfecta, ni tampoco porque estoy deconstruida me las sé todas y nunca pongo en dudas mis certezas. Vivo situaciones todos los días que me hacen cuestionarme este camino que decidí emprender. No soy una experta en gordura, ni en autoaceptación: y aunque así lo fuera, tampoco creo que mi vida estaría resuelta y sería fácil sortear los obstáculos que se me presentan a diario.
Pero soy gorda y no estoy sola. Lo sé desde el día que conocí a Brenda Mato y a Anybody. Hay otres como yo, somos un montón de identidades que tenemos un cuerpo parecido y una necesidad de compartir estrategias para afrontar una realidad que nos pega con mucha fuerza todos los días. No nos conocemos entre todes, pero nos estamos organizando. Porque incluso en los lugares donde nos sentimos más seguros, los estigmas nos persiguen.