Por Cinthia Giselle Dalama
Un relato en primera persona sobre tener coronavirus y el día después de la enfermedad.
Abracé, sí. Después de nueve meses de aislamiento y distanciamiento, ¿cómo no iba a abrazar a mi hermana en vísperas de Navidad?
Escribo esto pensando en mi negligencia, en cómo me cuidé durante nueve meses casi con pánico de salir de mi casa y de un momento a otro abracé a una persona con todos los síntomas. Supongo que fue el único momento en el que no estuve en estado de alerta.
Ser una persona gorda durante una crisis epidemiológica te expone a violencias impensadas. No sólo relacionadas a la salud con respecto al COVID-19, sino con respecto a nuestro bienestar mental y a nuestros estilos de vida. Somos el foco y el ejemplo de todo lo que está mal hacer si querés vivir en un mundo pandémico.
Mi hermana dio negativo a su hisopado, así que supongo que siempre estará la duda de cómo llegó a mí. De alguna manera y contra todas mis creencias una vez más, tampoco fui invencible al virus del momento.
Tal vez me contagié de otra persona, tal vez fue el aire del auto que me llevó a Provincia a pasar las fiestas a la casa de mi mamá. Tal vez fue en la panadería donde compré una porción de torta antes de ir. El mundo se vuelve hostil y peligroso cuando te llega el resultado del hisopado y dice positivo.
“¿Cómo sabes que no tenés COVID?”. Tal vez esta pregunta y con el diario del día de hoy, me salvó la vida. Para eso están les amigues. Por supuesto que no tenía una respuesta racional así que fui al hospital a hisoparme. Creyeron que no tenía todos los síntomas y me dijeron que vuelva en dos días*.
Ya era miércoles y habían pasado cuatro días desde que empecé con síntomas, así que acudí a mi prepaga. Tuve una consulta por videollamada y me dieron un turno de hisopado para el día siguiente. Ya no me dolía el cuerpo, pero tenía mucha fiebre (y según mi mamá también mucha tos) y estaba agotada.
Mientras, tenía que seguir trabajando: tener un trabajo en una realidad compleja como la actual implica cuidarlo mucho y no ausentarse por cualquier cosa si estás trabajando desde tu casa.
El viernes 1º de enero de 2021 recibí el resultado positivo y el sábado 2 me subí por primera vez a una ambulancia: me llevaron a hacerme estudios porque la fiebre no bajaba. ¡Feliz año nuevo!
Nunca estuve realmente nerviosa o angustiada por tener COVID, sí por ser una persona gorda con Coronavirus entrando a la institución por excelencia del sistema que me patologiza: la clínica médica.
Si tan sólo pudiese explicar de alguna manera el miedo que me daba pensar en la posibilidad de no entrar en el tomógrafo, pero el miedo y la fiebre son un mundo de sensaciones abrumadoras, así que me acosté y esperé mi turno. Por suerte entré. Y digo suerte porque no sé si dependía de otra cosa, conozco tantos casos de compañeres gordes que no pudieron completar estudios médicos por máquinas que no se adecuaban a sus cuerpos. ¿Ustedes también lo ven? La desigualdad que vivimos las personas que tenemos un cuerpo distinto a la norma.
Tenía 38° de fiebre y estaba acostada en una camilla de un consultorio chiquito, sola. Me dormí con guantes, barbijo y un delantal que me dieron por prevención. Esperé cuatro horas para los resultados del análisis de sangre y la tomografía. Mis glóbulos y mis plaquetas estaban en niveles bajísimos y el COVID había llegado a mis pulmones.
Lo primero que pensé fue que mi cuerpo y yo estábamos en una lucha. Pero siempre estuvimos en una de alguna manera u otra, así que no sólo estábamos en una lucha, sino que estábamos en territorio hostil. El recordatorio de que sos distinte a la hegemonía está en cada uno de los segundos en los que pisás un espacio que no te acepta así como sos.
Es como cuando me di cuenta de que era gorda y ocupaba más lugar que alguien delgado: ya está. Ya soy lo peor que me podía pasar durante una pandemia.
Mi primera internación. Tenía neumonía bilateral. También astenia, mialgias, cefalea y fiebre. Mi oxígeno en sangre perfecto. Me dieron una batería de medicamentos para bajarme la fiebre y la tos. Todos los días me inyectaron un anticoagulante en la panza para prevenir trombosis.
Miraba por la ventana y pensaba en lo afortunada que era: “estoy en una habitación para mi sola, en un momento donde hay pocos contagios, me cuidan, me traen comida y puedo dormir todo lo que quiera”.
Estuve siete días sola en una habitación sin hablar con casi nadie que no fuese mi psicóloga. No tenía ni ganas de mandar un audio por whatsapp. El personal médico que veía estaba completamente tapado, no tenía chances de ver una cara reírse. Nunca pensé hasta hoy lo importante que es al menos escuchar ruido de fondo de mis vecinos, sentir que de alguna manera hay otras personas viviendo y respirando cerca por más que no las vea o interactúe con ellas.
Ser gorda implicó que no me dijeran nada de forma directa y verbal, pero que en la epicrisis pusieran obesidad. No importaban mis análisis de sangre, importaba que ocupe mucho lugar y tenga grasa en mi cuerpo.
Todo lo peor, en mi caso, pasó después. Tuve miedo de enfermarme durante mucho tiempo. También tuve reacciones alérgicas a los medicamentos porque hasta incluso el día de hoy, que ya pasaron tres meses del alta, no tengo ganas de socializar, me olvido de cosas tan simples como terminar de hacer algo que ya estaba haciendo y dejé por la mitad. Y con el agravante de que estamos todes viviendo en esta modalidad y las personas no te tienen paciencia. Te ven productive y piensan que ya estás bien. Todes estamos cansades y la espiral pandémica no tiene fin, te hunde sin que lo quieras, tengas o no tengas este virus.
Quisiera tener un mensaje esperanzador y que esta historia fuera un relato superador, pero tengo el mismo miedo que todes. Como ya sabemos, haber tenido COVID no implica que no vaya a tenerlo de nuevo, y volver a pasar por la misma situación (o una aún peor) me aterra.
No tener más esta enfermedad no significa estar sano. Como casi nadie, en este mundo que se quema durante una pandemia, está completamente sano según la definición de salud de la OMS.
*Aclaración en este momento epidemiológico. Si tenés dos o más de los siguientes síntomas: fiebre de 37,5°C, tos, dolor de garganta, dificultad respiratoria, dolor muscular, cefalea, diarrea y/o vómitos, o si tenés solo pérdida brusca de gusto u olfato, consultá al sistema de salud de tu localidad. En el caso de CABA, si tenés alguno de estos síntomas podés acercarte para testearte a una Unidad Febril de Urgencia.