Trabajar en una casa, ese espacio íntimo de otros y otras

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Por Malena García

Las periodistas Camila Bretón, Carolina Cattaneo, Dolores Caviglia y Lina Vargas trazan una radiografía del trabajo doméstico en la Argentina en el libro “Puertas adentro. Una crónica sobre el trabajo doméstico”.

Lavar la ropa, cambiar las sábanas, tender las camas, lavar los platos, cocinar, planchar, pasar el plumero, baldear el patio, limpiar los vidrios, limpiar los baños, hacer compras. Desde muy chica, recuerdo distintas trabajadoras que pasaron por casa: nos dejaban la ropa limpia en la cama, nos acompañaban hasta la escuela primaria, hacían una tarta de acelga con mucho huevo duro como nos gustaba, eran mediadoras cuando peleábamos con mis hermanos y hasta pasaban a regar las plantas cuando nos íbamos de vacaciones. Cuando crecí noté las veces que comprometí su trabajo cuando les mentía diciendo que tenía permiso para salir y no era así, también discutí con mi abuela cuando decía “sirvienta” en vez de “empleada” y descubrí que sabía mucho menos de lo que pensaba sobre el trabajo doméstico.

En Argentina hay más de un millón de trabajadoras de casas particulares. Es un trabajo con un trazado patriarcal y clasista: el 99% de ellas son mujeres, y alrededor del 70% son pobres. Es una de las ocupaciones más antiguas del mundo y tiene sus raíces en la esclavitud. Estos son algunos datos que presenta el libro Puertas adentro. Una crónica sobre el trabajo doméstico, editado en 2022 por la editorial Marea. Según las autoras, en Argentina las primeras personas en cuidar a otres en casas ajenas fueron sirvientes negres, pardas, mulates, niñes y mujeres indias. Fue durante la Campaña del Desierto que mujeres y niñes fueron capturades y repartides en casas de familia en las que eran forzades a trabajar, y aún así, era considerado un oficio innoble. Asimismo, fue la salida para la subsistencia de miles y miles de inmigrantes provenientes de Europa que llegaron al país en plena expansión de 1880. Ya hacia 1914, los varones representaban un 20% del sector del trabajo doméstico y con la industrialización, poco a poco se fue modernizando. En la década del ‘50, el servicio doméstico se feminizó -en parte, por mejores salidas laborales para los varones- al mismo tiempo que también se descalificó, situación que, con matices, sigue vigente hasta hoy.

“La trabajadora doméstica es una figura cercana socialmente, pero de la que al mismo tiempo y paradójicamente, conocemos muy poco”, señala Lina Vargas, una de las autoras del libro Puertas adentro. “Conocemos poco sobre la precariedad del trabajo doméstico, sobre las leyes que lo regulan o que no lo regulan, sobre la historia de dónde viene, sobre las raíces que tiene, de los vínculos entre las trabajadoras, de su cercanía o no con los temas de género, tanto así que incluso es un trabajo que en muchos espacios ni siquiera se nombra como trabajo. Se dice “la chica que me ayuda”, “la señora que viene a casa”.

En el libro, las periodistas reconstruyen el panorama laboral de las trabajadoras domésticas, abarcando las aristas de la sindicalización, los conflictos laborales, la legislación, la producción teórica al respecto y sus voces, a quienes seguimos a partir de sus experiencias de vida. Esta realidad laboral empeoró con la crisis sanitaria por COVID-19: el trabajo de las empleadas domésticas no fue considerado esencial y a diferencia de otros, no pudo hacerse de manera remota. En los medios circularon historias de todo tipo: empleadores que escondieron a las trabajadoras en baúles de auto, que las culparon por el contagio de coronavirus o que decidieron que pasen a trabajar cama adentro para no arriesgarse. Si bien desde 2013 existe la Ley 26.844 de Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares, la falta de derechos laborales, la falta de reconocimiento de sus tareas y la precarización de los salarios se agravó durante la pandemia.

Las trabajadoras de casas particulares forman parte de los sectores con mayor informalidad del país: el porcentaje sin registrar se mantiene por encima del 70%. Puertas adentro alumbra una radiografía de estas trabajadoras: son mujeres, la mayoría de ellas argentinas, muchas de ellas no terminaron sus estudios secundarios, ganan la sexta parte que el resto de las asalariadas, algunas toman uno o dos colectivos para trabajar, otras cuentan con una moto o una bicicleta. En los testimonios, algunas narran la presión de tener que cumplir con los criterios y reglas de cada hogar, desde la incomodidad de presenciar discusiones telefónicas, hasta el no poder comer a pesar de las extensas jornadas, pero también el aprendizaje en el compartir en esos hogares, cuidando niños y niñas por años o viajando con esas familias.

“La experiencia de compartir las historias con ellas fue muy buena, fueron muy generosas, muy honestas y lo que encontramos es que muchas historias se repiten. Hay puntos en común, como el hecho de venir del interior, de trabajar en distintas casas, de viajar muchas horas, desde gran Buenos Aires hacia la ciudad de Buenos Aires por ejemplo, o el haber sido madres solteras, o también el haber sido mujeres que debieron separarse geográficamente de los padres de sus hijos y reencontrarse después de muchos años para poder ser sostén de familia. Otras tienen en común que sus familias también se dedicaban a esto, sus mamás o sus abuelas, sus hijas, sus hermanas”, dice Carolina Cattaneo.

A pesar de que el trabajo doméstico representa un 6,3% del empleo total de Argentina, presenta una de las peores remuneraciones del mercado de trabajo, según INDEC. El 25 de julio de 2023 se acordó un aumento del 36% del salario en tres cuotas para las trabajadoras domésticas, a través de la Comisión Nacional de Trabajo en Casas Particulares. Como señala un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, las trabajadoras domésticas son fundamentales para la organización social del cuidado y el funcionamiento de la economía, porque además permiten que las mujeres de mayores ingresos tengan más tiempo disponible para dedicar a su empleo, facilitando su inserción laboral.

“Hay cuestiones económicas que entran en juego. Nosotras somos generadoras de fuerza de trabajo que entra al sistema para hacer girar la economía, y desde ese lugar reproductor no tenemos una respuesta recíproca”, dice Dolores Caviglia. El reconocimiento de esta tarea como trabajo también supone reconocernos eventualmente como empleadores o empleadoras. Por eso Dolores sostiene que más allá de las luchas por las legislaciones, el reconocimiento (simbólico y económico) de las tareas de cuidado conlleva un cambio cultural: “Hay un sentimiento extraño de tener ese privilegio que se corta en la situación de entender que no es nada más que hay una persona que ingresa a tu casa para hacer trabajo que vos no hacés, no es tanto privilegio sino entender que estás generando un puesto de trabajo y no hay ningún problema con eso, estás registrando a una persona, la estás metiendo adentro de un circuito”.

A su vez, pensar este trabajo como parte de los cuidados implica tener en cuenta que el trabajo doméstico tiene un reconocimiento negativo (no se lo nota cuando está bien hecho, sino cuando está mal hecho, siempre bajo el criterio de les empleadores). Es un trabajo siempre “puertas adentro”, en el ámbito privado, donde el Estado no puede fiscalizar o visualizar situaciones de maltrato que pudiesen existir: “No puede ir un organismo estatal a meterse en un hogar, a ver si los derechos de esa trabajadora se están respetando, si los jefes de esa trabajadora la están tratando bien. Entonces tiene esa particularidad. Y el hecho de que se da en un ámbito de intimidad absoluta, donde son testigos e incluso partícipes de eso”, explica Carolina.

Reconocer el trabajo doméstico como parte de los cuidados también implica tener en cuenta que hay mujeres que realizan estas tareas en dos hogares (el suyo y uno ajeno), aunque reciben remuneración por sólo una de estas jornadas. Los trabajos flexibles y por hora les permiten conciliar los cuidados en su propio hogar. Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) de INDEC, el trabajo no remunerado está fuertemente feminizado: las mujeres le dedican 6 horas y media por día, mientras que los varones le dedican 3 horas y 40 minutos.

A pesar de que este trabajo es el sector que más aporta a la economía de nuestro país (con un 16% del PIB), la falta de remuneración de las tareas de cuidado ensancha las brechas de género. La sobrecarga en las mujeres limita sus posibilidades de estudiar, descansar, ascender en sus trabajos y desarrollarse con las mismas oportunidades. Como dice Elsa, una de las trabajadoras que brinda su testimonio en el libro: “Las chicas no son como antes y a mí me parece bien. Los dos tienen que hacer las cosas, no solamente la mujer. Si el hombre tiene que ir a lavar un plato, tiene que ir a lavar un plato. No porque sea hombre puede no hacerlo”.

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