¿Cómo empecé a transitar mascotas?

gato-en-cabeza

Por Maite Palermo
Ilustraciones: @len.dibuja

En el Día Internacional del Animal, una historia en primera persona sobre cómo es dar asilo y transformar en mascotas a aquellos animales que han sufrido abandono o maltrato. 

Tuve mi primera mascota a los 8 años, luego de un berrinche. Estaba con mis padres en una tienda de productos de jardinería y en la vereda había una jaula de metal  elevada sobre una especie de poste, y adentro,  una cachorra Cocker Spaniel, color caramelo, de aproximadamente unos 2 meses. En aquel momento aún vivía en Valencia, una ciudad de la región central de Venezuela.

Soy la mayor de 3 hermanas y siempre fuí una niña tranquila, pero recuerdo que ese día lloré, pataleé y me negué a subirme al auto hasta que mis padres accedieron a llevarse la cachorra que, por supuesto, estaba a la venta y el tenerla no se encontraba en los planes familiares. Luego de ella, en casa hubo otras mascotas, perritos y gatitos, algunos comprados y otros, rescatados de la calle. 

A los 23 años me mudé sola a Panamá. Me fui llena de dudas y miedos, pero con ganas de encontrar nuevas oportunidades e independizarme. Dejaba en Venezuela a mi familia y a mis mascotas, tres gatas y una perra. Todas quedaron al cuidado de mis padres.

Luego de un año viviendo sola, abrí Instagram como usualmente lo hago y apareció en mi feed un video de una perra grande encerrada en un canil pequeño, llorando por salir. El post decía que estaba en adopción. Como a mis 8 años, otra vez hice un berrinche, esta vez fue conmigo misma. Todos mis argumentos para adoptar un perro con esas características en ese momento de mi vida eran algo infantiles: ¨Me recuerda a Olivia¨ (la perra que dejé en Venezuela), ¨está sola, llora mucho, como yo aquí¨, ¨me da mucha lástima¨, etc. No estaban mis padres conmigo, ya era una adulta joven y recién empezaba a mantenerme sola, tenia las preocupaciones obvias de quien empieza de cero en un nuevo país, pero también la tranquilidad de tener un trabajo estable. Al día siguiente estaba en un taxi de camino a conocerla. Llené la planilla de adopción y me llevé a Lolita, una pitbull de pelaje atigrado, con las orejas puntiagudas y la cabeza grande.

Lolita era una perra con un pasado dudoso. Por lo que se notaba en su cuerpo, parecía que había estado amarrada del cuello con una cadena pesada. Se notaba que no había tenido una camita para dormir ya que tenía callos en todas sus patas. Había parido muchas veces, se notaba en sus mamas. Los otros perros la aterrorizaban, tenía reacciones agresivas. Cada vez que recibía visitas en casa tenía que dar indicaciones para que no invadieran su espacio, incluso llegué a colocar una pizarra con normas de convivencia para los invitados.

Lolita llegó a mi vida en un momento de mucha soledad, me gusta pensar que yo también llegué a la suya en un momento particular para terminar haciendonos compañía. Nunca fue una perra fácil de entender, aunque sí muy amorosa (con quien quería). Cuando se quedaba sola rompía la bolsa de basura, se comía zapatos, destrozaba muebles, rompía almohadones y les sacaba todo el relleno. Tal vez yo era su adoptante ideal porque tenía paciencia para lidiar con su mala conducta, y también porque no tenía a nadie que me reprochara la adopción. Un par de meses después de adoptarla, en octubre de 2017 estábamos aterrizando en Buenos Aires para empezar de nuevo. 

¿Cómo habrá sido la vida de Lolita antes? Tal vez estuvo involucrada en peleas clandestinas-que en Panamá siguen ocurriendo- o fue utilizada como perra nodriza, hasta que ya su cuerpo no pudo más y fué desechada como suele suceder en los criaderos.

Con Lolita muchas cosas se hacían distintas que con otros perros. Como tenía tantos  traumas y reacciones a veces negativas, todo lo que hiciera con ella tenía que ser con sumo cuidado. Para bañarla, primero le ponía el bozal y luego me aseguraba de poner a correr el agua a una temperatura tibia y agradable. Dejaba preparada alguna golosina en el baño junto con su shampoo hipoalergénico, su toalla, y cuando la bañaba, lo hacía con mucho cuidado y sin movimientos bruscos para que no se asustara. Mucho no le gustaba pero se la bancaba. Luego de un par de años en Argentina, cuando ya por fin parecía que Lolita estaba sanando sus heridas del pasado, mientras la bañaba me di cuenta que tenía un bulto en una de sus mamas. Al mes ya tenía el tamaño de una pelota de tenis. Estábamos a punto de mudarnos a otro barrio, por lo cual también cambiamos de veterinaria. 

Al llegar al nuevo depto, la llevé a un nuevo consultorio donde nos atendió la doctora Gabriela, una veterinaria muy amigable y calma. Hizo la revisión de rutina y nos contó sobre los posibles diagnósticos. Planificamos los análisis prequirúrgicos y un mes después le realizó a Lolita una triple mastectomía, de la cual se hizo una biopsia. El diagnóstico fue cáncer de mama, probablemente como consecuencia de los muchos cachorros que parió y de la castración tardía. Hicimos de todo, meses de dieta muy estricta, mandamos a preparar suplementos especiales para ella sumados a unas 5 sesiones de quimioterapia y análisis de sangre previos a cada sesión. El cáncer se empezó a expandir hacia una de sus patas y a ella se la notaba perdiendo fuerzas. Por aquellos días era común verme caminando por Saavedra con aquella pitbull de 25 kilos cargada al hombro para llevarla al árbol que le gustaba usar de baño. A veces caminaba, pero hacia el final el dolor no se lo permitía. A los 7 meses de su diagnóstico, murió.

Estuvo conmigo 3 años, pero se sintieron como muchos más. Pasamos por 3 departamentos y 2 países. Aprendimos muchas cosas juntas, nunca nos abandonamos. Y es que claro, adoptar un animal es un compromiso para toda la vida; tal vez mi decisión de adoptarla fue impulsiva, pero asumí con responsabilidad todo lo que vino después.

Después de Loli, llegó Nina a mi vida, esta vez sin berrinche. Ya estaba viviendo en pareja, lo conversamos estando Lolita enferma y mi novio apoyó mi decisión de adoptar nuevamente. Vimos fotos de varios perritos y a él le llamó la atención una perrita negra, petisa, con una manchita blanca en el pecho. Tenía un año para ese momento, su madre era una pitbull rescatada de las calles en General Rodríguez. Una señora que se dedica a rescatar animales la recibió en su casa y allí nacieron Nina y sus hermanitos. Esta camada nunca pasó frío, ni hambre, ni abandono, y eso se notaba.

Nina es todo lo opuesto a Lolita. Es una perra muy gentil en su comportamiento, cuidarla siempre fue fácil. Se lleva bien con todo tipo de animales, le encantan los niños y los ancianos, no rompe cosas, es silenciosa y muy educada. Tan fácil era que, por primera vez me puse a pensar: ¿Y si tengo otro perro?. Esto con Lolita ni se me pasaba por la mente, muy probablemente si la dejábamos con otro perro, se mataban en cuestión de minutos.

Estaba empezando el 2021, plena pandemia. Yo pasaba mucho tiempo en redes sociales y veía infinidad de posteos pidiendo ayuda para animales rescatados, cuando podía donaba dinero pero no tenía la capacidad de hacer algo más significativo, o al menos eso pensaba.

Un día vi una publicación que mostraba fotos de 6 o 7 perros y pedían hogares de tránsito. Sin pensarlo mucho, me ofrecí a recibir una perrita. Desde ese día hasta hoy, han pasado por este departamento 13 perros, todos con distintas características, condiciones de salud y miedos. Me reconforta saber que todos se han ido a hogares definitivos, con familias que los aman y los miman, y que esas miradas de tristeza y esos cuerpecitos desnutridos que una vez llegaron aquí, ya son cosa del pasado.

Me sorprendió saber que las organizaciones que rescatan animales en Argentina no reciben ningún tipo de ayuda del Estado, y aún así, logran sacar adelante animales que están en las peores condiciones. Todo esto es posible gracias a la ayuda de donaciones, voluntarios, veterinarias amigas, y de los hogares de tránsito. Brindar un hogar de tránsito es ser el puente entre un pasado doloroso y un final feliz para estos animales.

Esta no fue una historia de activismo y voluntariado desde el inicio. Me tomó varios años empezar a hacerlo, pero no tiene porqué ser así para todos. No hace falta tener un montón de espacio, ni mucho dinero. Soy una persona común, que tiene un trabajo de oficina que por suerte puede hacerse desde el hogar, sumado a otras responsabilidades cotidianas; sin embargo, puedo hacer esto porque me llena y me ayuda a dormir tranquila sabiendo que estoy haciendo algo por una causa que me duele y que llevo muy adentro. Este perro que tengo ahora bajo mi techo, podría estar sufriendo como sufrió Lolita, pero eso no va a pasar. Y aunque todavía hay un montón allá afuera, a partir del momento en que ese animal es rescatado, su vida se transforma. Y honestamente, no es tan difícil ayudarlos… 

Muchos de estos animales llegan solamente a descansar y no hacen más que eso durante varios días, hasta que van juntando fuerzas para poder moverse solos. Nina los mira con curiosidad y cierta distancia, como esperando que recarguen baterías para poder jugar. La labor del transitante es acompañarlos, alimentarlos y darles su espacio hasta que ellos estén listos para empezar a recibir afecto. La organización cubre los gastos, aunque es de gran ayuda si el transitante puede hacerlo, pero no es requisito.

Hemos recibido a 13 perros (y ahora hablo en plural porque mi novio me acompaña en esto de los tránsitos). Algunos han estado con nosotros una semana, otros hasta 3 meses. Algunos se vuelven mejores amigos de Nina, y otros mantienen cierta distancia. 

Para qué negarlo, casi siempre me encariño, y alguna lagrimita se me sale cuando se van en adopción, pero ese sentimiento no se compara con la alegría que da recibir noticias de sus adoptantes. Ver fotos y videos de ese perro en su nueva vida, con una familia que lo cuida y lo hace parte de sus planes y su rutina. 

Transitar es perfecto para alguien a quien le gusten los animales pero no pueda comprometerse a largo plazo a adoptar uno. También es ideal para quienes no soportan verlos en la calle, o se ponen tristes al ver fotos de animales maltratados. Tanto al adoptar, como al transitar un perro, permitís la posibilidad de que otro pueda ser rescatado, por eso es una labor que nunca para.

Si luego de leer mi historia, te da curiosidad esto de los tránsitos, o creés que podés ayudar de alguna otra forma, acá va una lista de algunas Organizaciones de Capital Federal con las que podés comunicarte:

  • Patitas en Acción
  • Amigo a Casa
  • Los Callejeritos de Flores
  • Los Hermanos Paticortis
  • Red 4 patas
  • Manos por Patas

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