¿Y si no alabo?

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Por Juana Giaimo

Un grupo de chicas -menores- quiere entrar en el Konex. Muestran al guardia un documento en el celular, pero él parece decidido a no dejarlas entrar. Adentro, el patio está llenísimo y son solo las ocho de la noche. El evento decía que empezaba puntual, y la gente prefiere hacerle caso antes que perderse el comienzo. El escenario está iluminado de verde, combinando con todos los pañuelos colgados de las mochilas y en las muñecas — e incluso, en la cola para entrar, había unas chicas vendiendo brillo en gel’-, haciendo inevitable que venga a la mente las marchas históricas en el congreso. La personas ocupan toda la escalera del Konex, toman cerveza y fuman en una noche de noviembre fresca que pronto se va a convertir calurosa entre la multitud, los beats y la pasión de Nathy Peluso que emana a su gente.

Foto: Romina Zanellato

No es la primera vez que ella vuelve a su patria desde España, pero todo este mes estuvo tocando en varios puntos del país y, en Buenos Aires, ocupó Groove, Niceto y el Konex. Hizo tantos recitales que era posible equivocarse de fecha, lugar o ambos. Todas las semanas, me encontraba en las Insta Stories a alguien que había ido a verla. Parecía que no importaba cuántas fechas agregara, todas se iban a agotar.

Abre con “Estoy triste”, su voz menguante y entrecortada al rapear aparece en el escenario con una ovación del público que ya empieza a moverse al ritmo marcado del hip hop. Las razones para adorar a Nathy Peluso abundan: siguiendo el camino de la Mala Rodríguez, una referente de la música urbana de habla hispana y sobre todo para las mujeres, Nathy Peluso mezcla géneros que van desde lo gitano hasta la salsa y los boleros, con un acento andaluz mezclado con el centroamericano. En ella coexisten una amalgama de tradiciones latinas unificadas bajo el hip hop y bajo su personalidad fuerte que baila por todo el escenario con movimientos convulsivos y sensuales.

A pesar de tener todas los elementos para enamorarme, no puedo conectarme. Veo a la gente alabarla, como dice su propia canción, y me siento tan separada de todo lo que me rodea que me da bronca porque es la artista del momento y yo no puedo disfrutarla aunque quiera. Pensaba que el recital iba a ser suficiente para engancharme en la movida, pero veo al personaje demasiado fingido y la voz demasiado afectada. Si hay un lugar en donde no llevamos la salsa en las venas es justamente en Buenos Aires y sus alrededores, siempre tan estructurados y urbanos.

Nathy Peluso sabe que es un momento especial. Empieza a llorar en un discurso acerca de lo que significa para ella estar en su propio país. Es consciente del poder que tiene: dice ser la portavoz del público y se ofrece a sí misma como canal de las luchas. ¿Puede haber una voz que amalgame a un generación? Si ella no me representa a mí, ¿soy yo la equivocada?

El recital cierra con “Corashe”, la canción con más potencia del repertorio. Siento que finalmente me tiran ese balde de agua fría que me despierta y me ubica en dónde estoy. La furia en el escenario se contagia a la gente y, por unos minutos, me transmite toda su energía. Pero cuando ya lo empiezo a disfrutar, el show llega a su fin. Cuando salimos, Nacho bromea y me dice que no va a caer bien a nadie si escribo cómo realmente me sentí. Es un chiste, pero cuando a la gente se le pone una artista en la cabeza, realmente funciona así. El fanatismo es bello y real, un poco irracional también, y sobre todo subjetivo. Sin embargo, es fácil creer que el gusto es objetivo y que una es la ciega, cuando se enaltece al artista y se la coloca sobre el pedestal.

 

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