Yo, argentinx

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Por Sasha Bruni

En víspera electoral, un recorrido personal a través del tratado de la identidad, lo colectivo y la constante necesidad de discutir todo.

Hoy es domingo de elecciones en Argentina. Pero los argentinos pensamos políticamente todo el tiempo. En el trasfondo de nuestra vida late una intensa necesidad de profundizar en cada una de las ideas que surgen y se debaten en el espacio público. Esta inquebrantable energía por politizar casi todo aspecto de la vida parece ser una característica arraigada a lo que comúnmente conocemos como idiosincrasia nacional.

Sin embargo, si nos adentramos en ese pensamiento colectivo, surge el interrogante de si hay o no una explicación más tangible y accesible para esta conducta. Este impulso no debe ser simplemente un surco más en el vasto imaginario al que pertenecemos. ¿Qué es lo que subyace detrás de esta dinámica? ¿Qué motiva esta constante necesidad de discutir y participar activamente en la construcción de nuestra realidad?

Durante este tiempo, viajes en tren mediante, me pregunté si afuera, en otros departamentos continentales, también comparten esta necesidad absoluta de sacar para afuera, de ventilar, de gritar, de contar por horas y horas, de batir el récord de minutos grabados en un audio. Y escalando un poco, de manifestar, de ser parte de algo más grande que clama de forma fueguina por aquello que hace años falta, de parar la marcha para hacerse notar, de hacerse oír a través de la organización, de reclamar lo que es suyo sea como sea que se dé la situación.

Si hay respuesta, quizás resida en el tan nombrado concepto de argentinidad, término que va más allá de una mera identidad geográfica. Sólo por profundizar, la argentinidad es la manifestación de nuestra identidad colectiva, una amalgama de historia, cultura, tradiciones y luchas que conforman la esencia de lo que significa ser argentino. Tirando unos troncos más al fuego, la argentinidad es el eco de la independencia declarada en 1816, el latir de la pasión futbolística y el sonar de las voces que se alzan en las calles en busca de un país más justo, sos vos, soy yo, la totalidad de la situaciones que te circundan, la argentinidad es todo.

Pero dejemos de usar la cámara frontal por un momento y pongamos la vista en lo que está al frente, ¿vos también ves el reflejo de un pogo social agitadísimo? Al igual que en una multitud que se mueve al ritmo de la música, nosotros como sociedad vivimos para reaccionar al compás de los acontecimientos. Cuando algo no funciona bien, cuando se perciben injusticias o desigualdades, la energía colectiva se despliega en un torbellino de acción y protesta. Este pogo social es la expresión de la vitalidad y la determinación de una nación que no tiene miedo de enfrentar los desafíos que se le presentan.

En este torbellino, surge una característica distintiva de nuestra comunidad: la capacidad de reconocernos unos a otros en la lucha. En medio de la multitud, en la vorágine de opiniones y perspectivas, encontramos puntos de encuentro, lugar para la solidaridad, para reconocemos unidos por la búsqueda de un bien común, por la construcción de un futuro más promisorio.

Sin ir más lejos, ya conocemos el contexto político actual. Estamos al borde de una elección que nos tiene a todos en vilo y rogando porque los resultados no dinamiten nuestro futuro. Pero quizás en todo el torbellino, hubo esto que nombré anteriormente: el deseo inquebrantable de mantener, antes que todo y antes que nada, la argentinidad. No crei tener esta edad para ver encausarse en una sola vía a esas opiniones desencontradas desde siempre, no pensé ver cara a cara a personalidades rivales para rogar por lo bajo un mismo fin, no imaginé jamás de los jamases poder coincidir con gente con la que jamás compartiría una mesa, ni tampoco disentir con aquellos que me rodearon por años.

El debate público surgido en redes sociales estos últimos meses fue el cántico que acompaña este pogo social. La arena donde se enfrentaron nuevas visiones, se estructuró el habla y la defensa. De pronto, una gran cantidad de personas comenzó a optar por pronunciarse y hacerse escuchar, dando bases y condiciones sobre porqué es así, repitiendolo una, dos, tres veces. Concordando con los demás. Animandose a impedir que se rompa todo. De pronto, se vió a un público moldeando rumbo nacional.

¿Acaso no estamos cerca de la unidad más grande que jamás hayamos visto? ¿Será ese sentimiento bien nuestro el que nos impulsa a mover lo que no va? ¿Serán estás figuras tan mal dibujadas las que nos obligan a movernos por el bien social? Pase lo que pase, hoy es un día en el que no podemos dejar de decir: Feliz democracia.

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