Arrancó a pintar murales casi por casualidad, cuando se le ocurrió mandar un boceto al concurso organizado por pinturerías Prestigio para intervenir el frente de uno de los locales de la marca. Con la pintura que le sobró siguió pintando en los paredones que rodean las vías del tren Belgrano Norte. Su mamá y su abuela fueron las primeras sponsors: una brocha, un rodillo y látex de exterior. A salpicarse con pintura es lo primero que se aprende. En la calle nada queda intacto, ni las paredes, ni el suelo, ni la ropa, las zapatillas o el pelo. Es parte del ritual de iniciación, lo que no se enchastra no sirve.